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Obra «Entendiendo a Tito»: Un almacén en el Bello Barrio Opinión

Obra «Entendiendo a Tito»: Un almacén en el Bello Barrio

En el poema Bello Barrio de Mauricio Redolés se alude a un lindo y frágil arrabal lejos del maltrato del Chile fraguado en dictadura. En el poema se explica que hay un “Barrio de lluvia y gotas como estufa” donde “hay una sinceridad de panadería”.


Un buen almacén de barrio es ése que cumple dos funciones, una, la obvia, es vender barato y luego caro, para dar de comer a sus trabajadores. Sin embargo, la otra desafía  las leyes del mercado e implica virtud para lograr un proceso inverso, esto es, comprar caro para vender barato.

Tito es una persona con limitaciones intelectuales y vive de allegado en la casa almacén de su hermano Cacho, ambos heredaron el boliche de su padre y desde ahí hacen frente a la maldad del mundo, con la única arma que poseen los valientes, la bondad.

En este almacén de barrio, cercado por hipermonstruos del retail, aún Cacho vende por gramos la harina y el azúcar a sus clientes tan pobres como él. Él no posee la pureza de alma de su hermano Tito y cede muchas veces a las telarañas  de su cuñado en negocios turbios. Además, Cacho observa el lento hundimiento de su goleta comercial, mientras recibe los reproches de una esposa ciega ante los bienes espirituales de la vida.

Entendiendo a Tito del dramaturgo Egon Wolff, bajo la dirección-actuación de Igor Cantillana (Cacho), junto a Mariana Constanza Muñoz (Tito), Génesis Iribarra (Dora) e Ignacio Bustamante (Leo) en el centro Cultural Matucana 100, es un aporte del Taller Sol y la Fundación Miguel Enríquez. Todos juntos nos invitan a poner la mercadería en su lugar en este mercado que es nuestra vida, esta sociedad o la familia.

En este planeta hay sobre abundancia de intelecto, estamos llenos de genios, pero lo que no sobra, es gente buena y de esto versa la obra según mi perspectiva.

La sociedad premia a los inteligentes y está bien, pues ello celebra a esa caja de herramientas inagotable que poseemos dentro de la mollera. Sin embargo, la benevolencia es mercadería escasa, considerada inferior, anodina y emblema de la debilidad.

Cacho por suerte no piensa así, posee esa sabiduría de barrio y reconoce en su hermano discapacitado, una reserva valiosa de corazón para este país muerto. Cacho, es un pecador, pero defiende enérgico a su pariente de cualquier mal comentario o mezquindad expelida por su esposa o el cuñado turbio, pues Tito está salvando este basurero celeste.

El almacenero aprende de dolorosa manera cómo nunca hay que hacer negocios con familiares o amigos, como versa la sapiencia popular. La razón es sencilla, el negocio en la familia no funciona, pues la operativa es reversa: implica comprar caro para vender barato. Eso nadie lo entiende o desea entender. Lo que invertimos en la familia no hará “negocio”, como lo conciben tacaños o ambiciosos.

Cacho es un iluminado desde el pecado, trata de enseñar a  su esposa y al cuñado que la pobreza de la cual tanto se quejan, radica en un vicio de origen: ¡ellos no entienden a Tito! No comprenden que éste siente y actúa sin estar contaminado con las miserias y roñas de los humanos. Tito ve al almacén de su hermano como un hogar, un universo cálido donde la señora de la esquina viene a conversar, con la excusa de comprar medio litro de aceite. Donde otros ven pobreza, Tito contempla grandeza, bien común y un círculo virtuoso.

Desde los años noventa la cosa está clara, ganó Manolito y no Mafalda. Manolito sabía que todas las utopías de sus amigos eran hojarasca, pues a toda revolución sucede la contrarreforma, nada es gratis, nadie da puntada sin hilo.

Si Manolito era un miserable, hoy debe ser un hiper millonario explotador del retail y financista de la Concertación-Nueva Mayoría. Pero me niego a creer eso, Manolito era bueno como el pan y su almacén familiar no era sólo una máquina de hacer dinero.

Quiero imaginar a Mafalda feliz hoy como traductora en las Naciones Unidas, teniendo un genial grupo whatssap con Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito y Libertad, sus amigos del barrio, todo hoy en una adultez sana. Debe ser así, pues ellos un día fueron todos juntos con 7 años a visitar a Manolito a su boliche para decirle cuánto lo admiraban, porque era el único que sabía lo que quería hacer en la vida…Manolito, con su bestialidad característica, los abrazó a todos y se emocionó hasta las lágrimas.

En el poema Bello Barrio de Mauricio Redolés se alude a un lindo y frágil arrabal lejos del maltrato del Chile fraguado en dictadura. En el poema se explica que hay un “Barrio de lluvia y gotas como estufa” donde “hay una sinceridad de panadería”.

En el almacén del buen Manolito y de Cacho impera ese aroma a ternura de amasandería, esa que olvidaron y ayudaron a destruir, por ejemplo,  los aspiracionales G90 de Chile de estos últimos 28 años que vendieron su alma a los especuladores políticos e inmobiliarios, ostentosos hoy de un “legado” tipo Caval, Transantiago, SQM o Punta Peuco, mercachifles de valores espurios, de roñosas y tristes monedas espirituales.

No me interesa encontrar la verdad, labor imposible para el humano,  es una neurosis que  se la dejo a los que militan sólo en el intelecto. Me conformo en su lugar con la bondad y la belleza, porque ambas son los destellos de la verdad y dos hermanas gemelas lindas que atienden el almacén íntegro del bello barrio, al cual quiero ir cada tarde a comprar mis marraquetas favoritas.

Debe ser, porque millones como yo, sí queremos entender al Tito.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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