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¿Qué sentimos cuando sentimos?: la pregunta que podríamos responder si la escuela nos ayudara a pensar Una aproximación a una realidad compleja

¿Qué sentimos cuando sentimos?: la pregunta que podríamos responder si la escuela nos ayudara a pensar

Es prácticamente imposible experimentar el mundo en el que vivimos como realmente es a nivel fundamental. Básicamente, nuestros sentidos pueden experimentar sólo algunos aspectos de la realidad, ya que se ven ampliamente sobrepasados por los detalles.


Domingo en la tarde. En un mundo ideal, después de haber hechos todas las tareas, tener la mochila lista para el día siguiente, el uniforme planchado, y estando recién bañados, los hijos demandan lo infaltable para el té. Al unísono suena un desafinado: ¡quiero queque!. Como padres del siglo XXI, la mayoría de nosotros va a acceder a dicha petición, a fin de no crear un trauma sicológico en ellos. Afortunadamente, hacer un queque no es una tarea titánica. En 30 minutos, podría incluso estar saliendo del horno. Ahora, antes de sacarlo de ahí, te invito ha hacer la siguiente reflexión: viendo el queque dentro de la lata, si tuvieses que elegir entre tocar el queque o la lata, ¿que harías?. El 99% de las personas respondería: el queque, obvio. El otro 1% simplemente quiere ver el mundo destruirse en mil pedazos. El elegir el queque o la lata no es precisamente la razón de ser de esta columna, si no más bien la justificación de la decisión más razonable tomada por el 99% de las personas: tocar el queque en vez de la lata.

Con las probabilidades de mi lado, me arriesgaré a plantear que la inmensa mayoría, si es que no todas esas personas, justificaría dicha decisión bajo el razonamiento más puro, de lógica prístina e inmutable solidez: la lata está más caliente que el queque, obvio. Y ahora viene la pregunta que probablemente te haga replantearte tu vida: ¿cómo es posible que el queque esté más caliente que la lata, si los dos estuvieron en el horno por 30 minutos a la misma temperatura?. La respuesta es simple: la lata no está más caliente que el queque, si no que ambos están a la misma temperatura, después de todo, tú mismo seleccionaste la temperatura del horno para hacer el queque, ¿o no?. Entonces, ¿qué sentimos cuando sentimos?.

Los seres humanos no podemos «sentir» aquello que llamamos temperatura directamente. Lo que en realidad experimentamos es la capacidad de los materiales, que se encuentran a una cierta temperatura, de transferir calor (o energía). A esto le denominamos: conductividad térmica. Entonces, ¿porqué la lata se «siente» mucho más caliente que el queque?. Esto sucede porque el material de la lata (algún metal como acero o aluminio) tiene una conductividad térmica mayor que la masa del queque, o sea, es capaz de transferir calor mucho más rápido a nuestro dedo, de lo que lo hace la masa del queque. Como puedes ver, la capacidad que tenemos de experimentar la conductividad térmica de los materiales, desarrollada evolutivamente a través de millones de años de mutaciones exitosas, es tremendamente efectiva ya que, ¿qué preferirías: sentir que el queque y la lata están a la misma temperatura o reaccionar cuando el dedo se te esta achicharrando?. Ahora, con esta reflexión, te dejo planteada una pregunta: si dentro de tu cocina colocas un hielo sobre un plato de cerámica y otro sobre una superficie metálica, ¿qué hielo se derrite primero?. Correcto.

Es prácticamente imposible experimentar el mundo en el que vivimos como realmente es a nivel fundamental. Básicamente, nuestros sentidos pueden experimentar sólo algunos aspectos de la realidad, ya que se ven ampliamente sobrepasados por los detalles. Esto no es necesariamente malo, ya que en un ambiente hostil, nuestro cerebro ha desarrollado la capacidad de quedarse con la información que im-porta, aquella que puede significar la diferencia entre la vida o la muerte, más que enfocarse en capturar información irrelevante que puede ser un gasto innecesario de energía. Sin más, en estos momentos sólo puedes detectar a través con tus ojos un fracción pequeña de todas las partículas de luz que inundan el lugar en el que estás. El mundo se vería bastante distinto si nuestros ojos hubiesen evolucionado para detectar rayos gamma o radio ondas.

El tacto es un sentido extremadamente engañoso. La sensación de solidez de los objetos a nuestro alrededor no es más que una ilusión. Los átomos que componen todas las cosas que nos rodean son, en una abrumadora proporción, espacio vacío (OK, es algo más complejo que eso, pero no voy a entrar en detalles). Por ejemplo, del volumen el átomo de hidrógeno (el más abundante en tu cuerpo y en el Universo!), el 99.9999999% es ¡espacio vacío!. Es más, el núcleo de lo átomos es tan pequeño que equivale a una frutilla colocada en el centro del estadio nacional, con los electrones desparramados en la corrida de asientos más alta del estadio, y entre medio… nada de nada. Esa sensación de solidez, tan familiar, no es más que el efecto agregado de la repulsión electromagnética producida entre los electrones habitando los orbitales exteriores de los átomos en la superficie del material y de nuestros dedos. Ellos se repelen, y eso lo describimos como la solidez de un objeto. ¡Bum!.

Ahora, ¿qué pasa con nuestros sentimientos?. ¿Qué estamos realmente experimentando cuando sentimos amor, rabia, alegría, tristeza, odio?. Cuando nos atrae una persona, nuestros sentidos procesan un montón de información de diversas fuentes, desde las partículas de luz que se emiten desde la otra persona y que nos permiten identificar su forma y rasgos, ondas de densidad que viajan por el aire hasta nuestros oídos y que una vez procesadas nos permiten identificar el tono de su voz, traduciendo esos estímulos en palabras con significado, hasta moléculas que son expelidas por su piel y que llegan a nuestras fosas nasales permitiéndonos «sentir» su aroma. ¿Cómo podría ser que esos sentimientos, que son algo tan personal, tan íntimo, y que sólo nosotros entendemos, sean nada más que una ilusión, una aproximación a una realidad extremadamente más compleja que subyace a nuestros sentidos?.

Se hace tarde, y mañana hay colegio, pero antes de terminar esta columna quisiera dejarte con una reflexión. Imagínate si el foco de esos colegios fuera enseñarles a pensar a nuestros niños. Enseñarles a hilar ideas, plantarse frente a un público y dar un discurso de corrido, cuestionar el mundo que les rodea, o lo que nosotros mismos como padres les enseñamos. Imagínate si se dedicaran a amoblarles la cabeza, como dice el Profesor Jose Maza. Imagínate si se preocuparan de eso, en vez del corte de pelo, como el colegio de mi hijo viene jodiendo la pita hace varias semanas ya. Imagínate si el Estado, representante de nosotros todos, se preocupara de sus niños. Imagínate si las opciones de una niña de 5 años, en un colegio de bajos recursos, abusada por su padre, quien tiene su tuición porque su madre se dedica a la prostitución, y sin ninguna red familiar, no fueran sólo tener que quedarse con el mismo padre abusador o tener que ir a parar al SENAME, exponiéndose a ser abusada, ahora por otras personas. ¿Cómo puede ser que este sentimiento de rabia e impotencia por vivir en un país que abusa masiva y descaradamente de sus niños sea la superficie de algo más profundo?. Después de todo, el queque está más caliente que la lata, ¿o no?.

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