Publicidad
Obra «Nanas»: Retrato de un servicio feudal Opinión

Obra «Nanas»: Retrato de un servicio feudal

En el mundo de la obra «Nanas» y en nuestra realidad, el servicio siempre será feudal y en base a la humillación en la mayoría de los casos. No me interesan hoy las excepciones.


Con el escobillón cómo escenografía poderosa y sólidas actuaciones, la obra «Nanas» estrenada en Matucana 100, nos permite respirar, reflexionar y sentir ese universo incombustible de estas mujeres que día a día cuidan niños, limpian casas, hacen eternos viajes laborales, son jefas de hogar y además pertenecen al gremio más golpeado por el machismo, la explotación y el patriarcado.

¿Por qué no hay “Nanos”? ¿Por qué es un sendero laboral tan masculinizado? No puede ser coincidencia o fruto del orden natural de las cosas. Esta es una de las tantas preguntas que en clave de humor negro me dejan las interpretaciones  de  Claudia Cabezas , Sofía Scharager , Ignacia Aguero, Nicole Waak y Francisca Mendoza.

La obra del dramaturgo chileno Leonardo González cuenta con una creativa puesta en escena, donde una bolsa de basura gigante gobierna desde la oscuridad, unos vestidos acinturados hechos de escobillones  pueden también tornarse, de un momento a otro,  en pesadas cadenas que las actrices arrastran por una pasarela estilo alta costura, mientras las envuelven las músicas y sonidos de sus historias, en casas donde campean los menoscabos no importando si son ecuatorianas, peruanas, dominicanas o chilenas.

Nunca he visto un aviso publicitario donde un hombre, frente a una lavadora, enseña a otro o a un niño que tal o cual marca de detergente es la más indicada. Míster Músculo es un súper héroe pleno de calugas presto al auxilio de la mujer, cuya misión en el terruño es mantener a raya las bacterias y hongos en la cocina, baño o sala.

Un mayordomo es un caballero que sirve a otro caballero, es ese el juego, ambos hombres mantienen la dignidad, el jefe no se atreve a pasar por encima de esa seguridad extrema que irradian los mayordomos escoceses. En las empresas de aseo los hombres tienen las jefaturas. En el mundo de la obra Nanas y en nuestra realidad, el servicio siempre será feudal y en base a la humillación en la mayoría de los casos. No me interesan hoy las excepciones.

Todas las fotografías gentileza Matucana 100

Uno de los más grandes fracasos que he experimentado es haber sido atendido por una asesora del hogar. Provengo de un hogar de la antigua clase media chilena, donde los hijos tenían cada uno una función en las labores de la casa.  A los deberes del colegio, la infancia o la adolescencia, se sumaban los del hogar. Unos iban a comprar, otros barrían y sacudían, otros lavaban, no sólo para que la mamá no colapsara, se trataba también de un sistema educacional paralelo al colegio.

Cierto día un pudiente cercano nos ayudó con los servicios de una amable señora, debido a la enfermedad terminal de mi padre, pero se dio un extraño fenómeno. Esta persona afectuosa se aburría, pues en nuestra casa todo estaba limpio y ordenado por nosotros ya a las 10 AM. Cuando la señora asesora deseaba cumplir ese ritual colonial de llevarnos el desayuno a la cama era imposible, teníamos la cama hecha y estábamos bajando al living comedor de medio pelo, para servirnos nosotros  esa primera comida del día… ¡Y éso que estábamos en día sábado!

Hasta hoy cuando llego del trabajo  y me acompaña algún invitado, éste se sorprende del orden en mi humilde morada. Ahí me pregunta extasiado: “¿Tienes una Nana?” como si se tratara de una cosa útil que puedes pagar.  “No”, contesto, “antes de salir al trabajo ordeno mi casa”, respondo.

Me indigna observar cómo además del difícil trabajo de ser asesora del hogar, muchas veces los varones que crían se conviertan con los años, en machistas del ciclo vicioso del abuso y la flojera. Conozco nobles excepciones, pero no estamos acá para atender esas historias ilustres.

Sea por la extenuante vida laboral o la culpa que la sociedad les endilga, aunque sean las mejores madres del mundo, la profesión sigue siendo un producto con estructuras y códigos masculinos, donde la asesora es además una jefa de hogar extenuada, proveedora de costosos juguetes y ropas para ese varón que cría. Sin embargo, la hermana, sea mayor o menor,  es una lugarteniente para asumir las labores de limpieza y cocina. No las juzgo, sólo sufro con ellas ese segundo frente de combate, pues el enemigo vive en sus casas también.

Me enerva escuchar de tantas mujeres ignorantes cómo el feminismo sería un fanatismo o un estorbo. Me aburre oír a esas mujeres que, más encima, en su vida han leído a una pensadora o conocen la historia del movimiento, decir cómo sólo con dar una educación individual fuerte a sus niñas, ello las liberará del machismo o la misoginia. Es ridículo escucharlas, pues creen que denostando a generaciones de mujeres valientes, se mantienen ellas impolutas, siendo, muy por el contrario, pues son, a la larga, colaboracionistas gratuitas de ese discursito que trata a las luchadoras sociales del feminismo como enfermitas.

Lo peor es el fuego amigo, lo peor es una mujer explotadora de otra mujer y lo patético es un hombre no autovalente, no sólo en asuntos técnicos del hogar, si no que temeroso de la soledad y siempre mendigo de la compañía femenina, pues evita ser ermitaño perdido en el desierto, no construye en ese páramo un alma de su barro y  es  débil recurrente,  ante cada tropiezo, a la placentera vida de cariño y  consuelo que puede entregar una noble mujer a manos llenas.

«Nanas»

De: Leonardo González

Cía: Interdam

Hasta el 22 de abril, Miércoles a sábado a las 20:00 hrs. Domingo a las 19:00 hrs.

En Matucana 100, Av. Matucana N° 100, Metro Quinta Normal.

Precios: $6.000 general. $3.000 estudiantes y tercera edad $2.000 miércoles y jueves

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias