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Neurociencia: señales químicas sociales, comunicación olfativa y autismo CULTURA

Neurociencia: señales químicas sociales, comunicación olfativa y autismo

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Un equipo de científicos de Israel decidió investigar cómo las respuestas a las señales químicas de una persona del espectro autista, son distintas a las de las personas con un desarrollo típico.


Se dice que la comunicación verbal es solo el 7% de lo que expresamos, y el 93% corresponde a la comunicación no verbal. Las cosas que decimos a veces no importan tanto, sino la manera en que las decimos, en cómo ocupamos el tono de voz y la postura corporal. Sin embargo, existe una dimensión poco explorada en la comunicación, la de las señales químicas sociales.

Un equipo de científicos, liderado por Yaara Endevelt-Shapira del Departamento de Neurobiología del Instituto Weizmann de la Ciencia de Rehovot en Israel, decidió investigar cómo las respuestas a las señales químicas de una persona del espectro autista, son distintas a las de las personas con un desarrollo típico. En particular, este equipo se focalizó en los olores que se transmiten a través del sudor. Pero antes de profundizar más en la investigación, es necesario hablar un poco sobre qué es el trastorno del espectro autista, y qué son las señales químicas sociales.

[cita tipo=»destaque»]Este estudio se focaliza en una manera particular de transmitir olores, a través del sudor. No solemos darnos cuenta, pero el sudor es una señal social muy importante. Más interesante todavía es el hecho que la composición del sudor cambia según el estado emocional de la persona, por ejemplo, el sudor producto de hacer ejercicio es distinto al sudor de nerviosismo. En la persona que recibe las señales, esto también significa que las respuestas subconscientes serán diferentes dependiendo de la situación.[/cita]

A lo que ahora llamamos trastorno del espectro autista (TEA), antes se lo conocía solamente como autismo. El cambio de nombre no fue antojadizo, sino que responde a incluir en un único diagnóstico una variedad de conductas que a su vez se pueden presentar en distintos grados de severidad. Así, cuando antes se solía referir al autismo y al síndrome de Asperger como dos condiciones distintas – y a la segunda coloquialmente como un “autismo menos severo” – ahora ambas condiciones se encuentran categorizadas bajo el único nombre de trastorno del espectro autista.

Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales en su quinta edición (DSM-5), las personas con TEA tienen dificultades comunicándose e interactuando con otras personas, sus intereses son limitados, tienen comportamientos repetitivos. No necesariamente tienen que presentar todas estas características, pero las que sí se presentan, causan dificultades para desempeñarse correctamente en áreas sociales de la vida.

Afortunadamente, en la actualidad existen variadas alternativas terapéuticas para que las personas con TEA sean capaces de desarrollarse más fácilmente en la sociedad. Estos tratamientos tienen una base conductual, es decir, corregir comportamientos que dificulten la relación con otras personas. Por ejemplo, si una persona tiende a evitar el contacto visual, típicamente se le enseña a mirar la punta de la nariz o el espacio entre los ojos de su interlocutor.

Señales socioquímicas

Por otro lado, las señales socioquímicas, son una forma de comunicación basada en los olores, muy importante en los animales, particularmente mamíferos, en situaciones diversas. Todos los olores que percibimos son sustancias químicas y si este transmite un mensaje en particular, entonces es una señal socioquímica. Un ejemplo de una señal de este tipo son las feromonas, sustancias que al ser liberadas por un individuo, cumplen un rol social, como la atracción sexual.

A pesar de que los humanos han desarrollado un sistema del lenguaje complejo, seguimos siendo mamíferos y, por lo tanto, las señales químicas siguen siendo muy importantes para la comunicación. Por su naturaleza, es difícil darse cuenta de su efecto porque no podemos controlar en forma consciente las señales químicas que emitimos o saber si las personas con las que interactuamos las emiten. Además, los efectos de éstas suelen ser subconscientes.

Percibir estas señales olfatorias

Este estudio se focaliza en una manera particular de transmitir olores, a través del sudor. No solemos darnos cuenta, pero el sudor es una señal social muy importante. Más interesante todavía es el hecho que la composición del sudor cambia según el estado emocional de la persona, por ejemplo, el sudor producto de hacer ejercicio es distinto al sudor de nerviosismo. En la persona que recibe las señales, esto también significa que las respuestas subconscientes serán diferentes dependiendo de la situación.

Los investigadores en primer lugar se preguntaron si la capacidad de percibir estas señales olfatorias era la misma en personas con desarrollo típico que en personas con autismo. Ya que no existían estudios previos, era muy importante establecer las similitudes entre ambos grupos, para poder interpretar correctamente las diferencias. En esta etapa no se encontraron diferencias, así que se concluyó que personas con TEA pueden percibir los olores de la misma forma que las personas con desarrollo típico.

La siguiente interrogante en este estudio fue doble. Se cuestionaron cómo las señales socioquímicas afectan tanto las respuestas autónomas o involuntarias, como el comportamiento (que es una respuesta voluntaria) de las personas con y sin TEA.

Para responder estas preguntas, los investigadores se basaron en un dato curioso: se ha estudiado que en personas con desarrollo típico, en presencia del olor de miedo, la percepción de información emocional se ve levemente afectada, pero la respuesta a tareas que requieran cognición mejora, y afecta también de gran manera la respuesta autónoma.

Sudor de ejercicio y de miedo

Para responder la primera pregunta, se expuso a los participantes del estudio a sudor de ejercicio o de miedo. Es interesante destacar en este caso que el sudor de miedo provenía de paracaidistas, a los que les instruyeron lavarse las axilas, no ponerse desodorante, y ponerse una almohadilla que recolecte el sudor, cuando hicieran un lanzamiento.

Durante la exposición a estos olores se midió los cambios que se producían como consecuencia, tanto en el ritmo cardíaco como en el flujo de aire nasal, además de medir cuánto sudor ellos mismos producían. Al comparar las respuestas entre los grupos (sudor de ejercicio, sudor de miedo, personas con TEA y con desarrollo típico) no se encontraron diferencias. Para responder la segunda pregunta, que se refería a las diferencias en el comportamiento frente a un estímulo de miedo, los investigadores mostraron toda su creatividad: utilizaron un par de maniquíes que podían emitir olores sin ser detectados.

La prueba tenía varios niveles, pero los participantes solo estaban enterados que debían estar atentos a una pantalla, en la que aparecería una figura desde uno de los lados, derecha o izquierda. Cuando aparecía esta figura, debían mover el mouse en la dirección correcta y hacer clic en ese lugar lo más rápido posible.

Antes de pararse frente a la pantalla, recibían una pista verbal de los maniquíes, a través de una grabación que se reproducía cuando el participante se acercaba al maniquí que tenía un parlante escondido. Había dos, uno que emitía olor de ejercicio y el otro que emitía olor de miedo, y daban pistas opuestas. Por ejemplo, si el maniquí A liberaba el olor de miedo y decía que la figura iba a aparecer desde la derecha, el maniquí B hacía lo contrario (liberaba olor de ejercicio y decía que la figura aparecería desde la izquierda). Los investigadores les dijeron a los participantes que un maniquí era más confiable que el otro, pero eso no era verdad.

Se midió cuánto tiempo las personas se demoraban en hacer clic en el lado correcto de la pantalla.  La lógica en esto radica en que si alguien confiaba más en un maniquí sobre el otro, empezaría a mover el cursor antes que apareciera la figura, y por lo tanto el tiempo de reacción sería menor en comparación.

Aquí es donde encontraron una gran diferencia. Para el grupo de desarrollo típico el olor que generaba más confianza era el del sudor de ejercicio, considerado neutral. Pero para las personas del espectro autista fue lo contrario, confiaban más en el olor del miedo. Además, se midió igualmente la cantidad de sudor generado en respuesta al estímulo, ritmo cardiaco y flujo de aire nasal. Con esto concluyeron que en las personas con desarrollo típico el olor de miedo los alteraba en un nivel subconsciente, pero no observaron esto para el grupo con TEA.

Dificultad para interpretar significado social de un olor

¿Qué nos dice este estudio? Los hallazgos indican que las personas con autismo tienen la misma capacidad que las con desarrollo típico de recibir las señales químicas sociales, pero tienen dificultades al interpretar el significado social de un olor. Esto es importante porque al ser algo inconsciente, no se puede modificar con los tratamientos que sirven para los problemas de socialización o lenguaje.

De todas maneras, estos resultados tienen que ser interpretados con cuidado, y puesto que el estudio se hizo en su mayoría en hombres, los resultados son sólo válidos para ellos. Faltan más estudios en el futuro que puedan llenar estos espacios vacíos en la investigación.

En una nota al pie de página, es importante destacar que mientras la ciencia busca respuestas para que las personas con autismo tengan progresivamente mejor calidad de vida, como sociedad también podemos ayudar a nuestros amigos en el espectro autista solo con un poco de paciencia y comprensión.

Artículo original: https://www.nature.com/articles/s41593-017-0024-x

Texto del convenio con el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso (CINV)

 

 

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