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Miguel Lawner, Premio Nacional de Arquitectura 2019: Un reconocimiento tan merecido como necesario CULTURA

Miguel Lawner, Premio Nacional de Arquitectura 2019: Un reconocimiento tan merecido como necesario

En tiempos de fuerte individualismo y un modelo neoliberal al que tanto cuesta torcerle la mano, la figura de Miguel Lawner Steiman, representa a una generación de grandes arquitectos de la Reforma del ’46 formados por la U. de Chile, “con quienes compartimos la educación, las prácticas académicas, profesionales, institucionales y gremiales pero, por sobre todo, con quienes compartimos los ideales de una arquitectura y un urbanismo para todos”, escribe en esta columna la académica de la Casa de Bello, Mónica Bustos.


Durante la segunda mitad de la década de los años cuarenta, las luchas estudiantiles produjeron uno de los acontecimientos más importantes en la historia de la enseñanza de la arquitectura en Chile: la reforma del ‘46, desarrollada con el propósito de formar un arquitecto integral “con pleno conocimiento de la sociedad a la que presta sus servicios”.

Influenciados por este nuevo espíritu, un grupo de estudiantes comunistas -interesados en divulgar las controversias y debates ideológicos suscitados en Europa sobre el arte y la arquitectura-, toma el acuerdo de editar un boletín llamado Nueva Visión, subrayando en su primer número que tenían el propósito de “contribuir a la difusión de las nuevas ideas y principios que tienden a sacar a la arquitectura de su falsa expresión formal y reencausarla a su labor de creación de formas que satisfagan las necesidades sociales de nuestra época”.

Uno de esos estudiantes era Miguel Lawner Steiman, cuya formación, sin duda, fue marcada por los postulados de la reforma, coincidentemente implementada el mismo año que ingresa a la Facultad de Arquitectura de la U. de Chile.

No es extraño entonces, que Miguel se haya convertido en el arquitecto integral y comprometido que es. Los valores de la reforma -que ya comenzó a declarar durante su formación universitaria- han sido la base de su significativa trayectoria y de la convicción con la que ha desarrollado su extraordinaria vida profesional.

Es por eso, que el Premio Nacional de Arquitectura 2018-2020 que acaba de recibir no es sólo un reconocimiento altamente merecido, sino que además y sobre todo, sentidamente necesario para el Chile actual, especialmente para los arquitectos y sus nuevas generaciones.

Y es que Miguel Lawner, además de un arquitecto integral con una alta calidad creativa y experimental -plasmada en la prolífera producción desarrollada con su oficina Bel arquitectos, con la cual ganaron diversos concursos públicos de indiscutible sello social-, ha sido también un destacado docente universitario, co-fundador de la revista AUCA, y un hombre de gran compromiso.

Compromiso y amor infinito a su familia, amigos y a Anita, su compañera de vida e ideales, con un un gran sentido del compañerismo, la amistad y el trabajo en equipo; profundo compromiso político y social, con la clase obrera y las familias sin casa, que en 1973 -durante la dictadura de Pinochet- significará, la prisión y posteriormente el exilio en Dinamarca. En definitiva, es Lawner, un hombre idealista, consecuente y de gran convicción en su vida y desarrollo profesional.

Funcionario público de energía inagotable a través de su importante labor como Director Ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano, CORMU, durante el Gobierno del presidente Salvador Allende (1970-1973) -periodo que, frente a la posibilidad de transformar la realidad, señala como los años “más apasionantes y creativos en la historia de las políticas de vivienda y urbanismo implementadas en Chile”-.

Fue también vicepresidente del Colegio de Arquitectos (1986-1994), integrante del Consejo Nacional de Desarrollo Urbano (2014-2017), entre tantas otras responsabilidades que ha asumido.

Miguel no es un hombre de quedarse quieto. Es así que, en los últimos años, apoyando sentidas demandas sociales, se ha convertido en una voz crítica y valórica permanente en el debate sobre la ciudad, los conflictos urbanos y el diseño de las políticas públicas.

Dentro de estas podemos mencionar aquellas relacionadas con los permisos de edificación mal otorgados en la comuna de Estación Central, la declaratoria de inhabitablilidad de la torre de la UNTAC -obra de gran valor patrimonial tanto arquitectónico como histórico-, la demolición y posterior declaratoria de los bloques de la Villa San Luis como Monumento Nacional, la toma por la recuperación del Block 73 de Villa Olímpica, la reciente propuesta de Proyecto de Ley de integración social, entre tantas otras.

Es por eso, que el Premio Nacional de Arquitectura, es mucho más que al gran arquitecto que es Miguel Lawner, es también el reconocimiento y gratitud a su compromiso político y social, que día a día sigue extendiendo en diversos espacios universitarios a los que es invitado, participando en alguna reunión con pobladores, permanentemente escribiendo, opinando, desarrollando ideas, apoyando diversas causas.

Con un relato simple, cercano y al mismo tiempo crítico y humano, hablando desde la experiencia y el idealismo con el que tantas veces resolvió problemáticas que siguen tan vigentes como es la lucha por la vivienda digna, la segregación, el deterioro de las áreas urbanas, la migración, etc.

Su presencia hoy, cargada de convicción nos devuelve constantemente a esos valores perdidos, como un legado que nos hace conscientes del rol social del arquitecto y cómo nuestras decisiones pueden determinar la condición de vida de las personas.

En tiempos de fuerte individualismo y un modelo neoliberal al que tanto cuesta torcerle la mano, la figura de Miguel Lawner Steiman, representando a una generación de grandes arquitectos de la Reforma del ’46 formados por la U. de Chile, “con quienes compartimos la educación, las prácticas académicas, profesionales, institucionales y gremiales pero, por sobre todo, con quienes compartimos los ideales de una arquitectura y un urbanismo para todos”.

Este reconocimiento, además de merecido, lo posiciona como un referente altamente necesario para estudiantes, arquitectos, funcionarios públicos y toda nuestra sociedad, diciéndonos que sí es posible cambiar las cosas, llamándonos al compromiso profesional, social y humano para, en definitiva, alcanzar ciudades y sociedades más justas e integradas.

Mónica Bustos Peñafiel es académica del Instituto de la Vivienda, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile. Las citadas utilizadas en esta columna fueron extraídas del libro “Miguel Lawner. Memorias de un Arquitecto Obstinado”. Ediciones Universidad del Bio-Bío. 2013.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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