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Houellebecq-Lovecraft: contra el mundo y la humanidad CULTURA|OPINIÓN

Houellebecq-Lovecraft: contra el mundo y la humanidad

Sergio Sepúlveda A.
Por : Sergio Sepúlveda A. Sergio Sepúlveda A. Profesor Escritura Creativa PUCV
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El novelista francés analiza en su ensayo “H. P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida” (Anagrama, 2021), la enigmática existencia y obra del escritor nacido en Providence. Publicada originalmente en 1991, Michel Houellebecq muestra la influencia de Lovecraft en su propia producción literaria y revela el fascinante, único e irrepetible estilo del escritor norteamericano. Con prólogo de Stephen King y comentarios del autor, el ensayo nos sumerge en un mundo de atrocidades que revela la oscuridad que vive en nuestro interior.


La representación del mundo creada por Howard Phillips Lovecraft (Providence, Estados Unidos, 1890-1837) es un universo sombrío donde el miedo emerge a la superficie como una cara escondida del mundo. No hay piedad en el autor de “La llamada de Cthulhu” (1928) y de “En las montañas de la locura” (1936), y Michel Houellebecq recrea esa formidable escritura en su ensayo “H. P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida” (Anagrama, 2021).

La obra de Lovecraft pareciera haber nacido cuando falleció y eso daría para el comienzo de una de sus novelas. El humano despojado de su cuerpo que nace cuando la carne se descompone. Pero más allá del fetichismo gore y el desconcierto que nos provoca leer a Lovecraft, Houellebecq nos propone una lectura filosófica de su obra. Más allá de la caricatura terrorífica, encontramos el sustento intelectual y la respuesta de por qué, después de casi un siglo, seguimos leyendo al autor de Providence con la misma emoción y perplejidad.

El novelista francés publicó este ensayo en 1991 —antes de su primera novela “Ampliación del campo de batalla” (1994)— como una carta de profunda admiración hacia Lovecraft. La aversión social, la fobia al humano y la severidad al describir el mundo, son las líneas que unen a los autores. Desde veredas distintas, ambos poseen la habilidad para abrir heridas y diseccionar a una sociedad que produce individuos genéricos, irritados y violentos.

El color surgido del miedo

A primera vista nada podría acercar a Houellebecq y Lovecraft. El primero, cercano al realismo de Honoré de Balzac y al descarnado y polémico Louis-Ferdinand Céline, nos desborda con novelas implacables que muestran el fracaso de las relaciones humanas en la sociedad de consumo. Lovecraft, cercano a Edgar Allan Poe, mueve sus piezas en el mundo abstracto, en los sueños donde viven nuestros terrores y niega, casi por completo, un elemento que se constituye como base del novelista francés: el amor y el sexo como fuente de sufrimiento.

Pareciera que a Lovecraft no le interesara en lo más mínimo la descripción de estas variables. La única carta de amor —dedicada a Sonia Green, su única esposa y acercamiento a una mujer— parece una autopsia a la emoción más que una declamación en busca de una respuesta afectiva. Sería su única relación duradera y fracasaría luego de un par de años por la falta de dinero y la distancia. Este suceso, para cualquier otro autor, hubiese sido el punto de partida de una serie de escritos sobre la desventura y el desamparo del aislamiento. No obstante, en su obra, no vemos alusión alguna a este hecho de tamaña relevancia. El amor y el sexo han sido despojados de su producción literaria y, en esa particularidad, vemos cómo se desborda su estilo barroco repleto de pesadillas, criaturas horripilantes y visiones cósmicas sobre civilizaciones bárbaras.

“Estoy tan harto de la humanidad y del mundo que nada logra interesarme a no ser que incluya, por lo menos, dos crímenes por página, o que trate de horrores innominados procedentes de espacios exteriores”, diría Lovecraft, como un mandamiento a sus propias creaciones.

Houellebecq, haría lo suyo y dialogaría con el autor citando a Charles D’Orleans en “El mapa y el territorio” (2010): “El mundo está harto de mí y yo estoy harto de él”. Pareciera que ambos nos dijeran que la sociedad, como un placebo decorativo, no es capaz de ofrecer calma a nuestra miseria espiritual.

El ensayo de Houellebecq nos acerca a la vida de Lovecraft, cuya existencia es tan anónima que parece una nota al pie de sus novelas y relatos. Sin sus cartas a cercanos —es difícil llamarlos amigos— no tendríamos mayores detalles de su paso por el mundo. Este secretismo, sin dudas, no es involuntario sino parte de un hombre que vivió para escribir y que detestó a la humanidad al punto de restarse por completo de ella.

Leer a H.P. Lovecraft en 2021 nos hace sentirnos profundamente solos y aislados de la sociedad, y ese terror que emerge de sus páginas —de manera atípica y extraña— nos cobija y nos da consuelo. Es por ello, que la relectura que hace Houellebecq en “H. P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida”, nos regresa a la belleza filosófica de un autor que a través de lugares lúgubres y macabros nos mostró la envergadura de nuestros temores.

El autor nacido en Providence moriría el 10 de marzo de 1937 producto de un cáncer al intestino. Sería descrito por sus enfermeras como un paciente ejemplar, cálido y afable. Su cuenta bancaria —proveniente de una pequeña herencia familiar— estaría casi en cero en el momento de su fallecimiento. Es posible sospechar que este suceso, como la decadencia humana narrada en sus libros, fuera planificada hasta el último término.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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