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“El hombre que había olvidado”: una prosa preocupada por la opresión y la falta de justicia CULTURA

“El hombre que había olvidado”: una prosa preocupada por la opresión y la falta de justicia

Brutal fragmento, excelente muestra de la escritura lúcida, sin concesiones, de Carlos Droguett. Al final son los desposeídos quienes deben cargar con los efectos de una sociedad basada en la opresión; no hay salida para ello, ni en esta novela, ni en la realidad a la que alude. No hay esperanza para esta segunda venida de Cristo: la policía y los soldados se preparan para ejecutar su obra de exterminio.


La editorial Zuramérica ha dado inicio recientemente a una acertada línea de rescate patrimonial de la narrativa chilena y ha partido con una gran novela, «El hombre que había olvidado», nunca antes publicada en Chile, de Carlos Droguett (1912-1996), prolífico narrador de la mítica generación del 38. Como suele ocurrir, los talentos de Droguett fueron más apreciados fuera de Chile, donde se le ha considerado como uno de sus autores más relevantes.

Si bien se trata de una prosa compleja, densa, reflexiva, torrentosa, dominada por una corriente de conciencia manejada con extraordinario dominio, se entronca de manera profunda con la columna vertebral de la generación del 38, preocupada en esencia de la pobreza, la marginación, la opresión y la falta de justicia. Como se puede apreciar, se trata de temáticas no superadas, pendientes de solución: las mismas que motivaron el reciente estallido social de octubre de 2019, como corroborando la pesadilla infinitamente repetida en la historia de la humanidad, a la cual nuestro autor alude expresamente en la novela.

La veta fundamental de «El hombre que había olvidado» creo que es la social, si bien contiene elementos propios de la narrativa criminal. Desde sus inicios como escritor, la preocupación social marcó su producción narrativa. Su novela «60 muertos en la escalera» (1953), ganadora del famoso premio Nascimento, aborda la matanza del seguro obrero realizada en 1938, durante el gobierno de Arturo Alessandri. Podemos continuar con la enumeración, agregando «Eloy» (1960) donde narra desde la conciencia de un bandido en sus horas finales de persecución, destinadas a conducir a su muerte. «Eloy» fue publicada por Seix Barral y traducida a varias lenguas. «Patas de perro» (1965), con ribetes de fantasía, historia de un niño marginal que tiene patas de perro, condenado a la soledad, el aislamiento y el ridículo, pues el único trabajo al que puede aspirar es en un circo, en calidad de fenómeno.

Estas y otras originales obras le valieron la entrega del Premio Nacional de Literatura, que en muchos casos termina por transmutarse desde reconocimiento trascendente a antesala del olvido, que en este caso acudió amplificado por el efecto de la dictadura que lo condujo al exilio, del cual jamás volvió. Para justificar su decisión, el jurado del premio nacional destacó su técnica narrativa renovadora, que lo ponía en el horizonte más destacada de la novelística latinoamericana. Vino a corroborar este juicio el que su novela «Todas esas muertes» ganara el Premio Alfaguara en 1971.

«El hombre que había olvidado» está narrada en una especie de crónica periodística por un joven estudiante de leyes, Mauricio, que funge como periodista en un diario, donde recibe un precario sueldo, que lo ubica como un explotado más, inmerso en la enorme masa de seres sufrientes que pueblan la historia. La novela se centra en una serie de crímenes cometidos contra niños muy pequeños, cuyas cabezas han sido cercenadas y abandonadas en barrios pobres. El supuesto asesino, cuyo descubrimiento se convierte en la obsesión del periodista, va revelando ciertos rasgos a lo largo de la trama compleja, extrañada por la corriente de conciencia y el predominio de la subjetividad, así como por recurrentes elementos oníricos y un lenguaje que fácilmente desborda hacia los territorios de la poesía.

El autor de los crímenes es un ser enigmático, extraño, seductor, proveniente de tierras extranjeras, alto y delgado, con barba y numerosas heridas que son el resultado de tormentos recibidos en diversos momentos. Una especie de Cristo predicador, que ha olvidado su historia (de ahí procede el título de la novela), que seduce a un personaje femenino al que visita asiduamente, María Asunción, otra referencia en clave bíblica. Este nuevo y extraño Cristo -presunto autor de estas muertes inexplicables- menciona de manera continua la necesidad de redención de los pobres, que pueblan la trama de la novela en todas sus etapas. No hay personajes ricos, ni poderosos; solo el pueblo llano, y los policías y soldados (también de extracción proletaria) que van emergiendo hacia el final como fuerza represiva. La acción ocurre en medio de la tensión que provocan estos crímenes, así como el escenario de fondo de una elección presidencial donde se enfrentan un candidato conservador católico y un comunista, excluyente dupla que expresa la gravedad de la crisis.

A lo largo de las páginas de la novela, de su prosa poderosa y sugerente, vamos conociendo a Mauricio, su narrador, y a los diversos personajes, empatizando con ellos, conociendo aquellas desventuras de las cuales están condenados a jamás escapar. Conoceremos los ámbitos más tenebrosos de la política y en ese sentido es extraordinariamente actual. Mauricio intuye que el caso criminal revela la ocurrencia de otros hechos, mucho más trascendentales que la campaña política que sacude al país; los horrendos crímenes anuncian que algo grave está por ocurrir, algo quizás espantoso o entrañable, misterioso, que está anunciado desde épocas remotas en palabras que no son fáciles de descifrar.

Enfrentado al misterio que lo estremece y moviliza, el joven periodista reflexiona y habla con cierto tono desolador sobre la historia humana y el rol de la literatura: “escribir (…) ¿qué significa? Nada menos que poner al alcance de millones de seres toda la mugre y miseria de un mundo sobradamente amargado. Quien dice libro dice introducción al sufrimiento. Cuántas cosas ignora parte del pueblo sólo porque no sabe leer. Creo que Gutenberg es uno de los bienhechores más funestos de la humanidad. Al inventar una impresora inventó una ametralladora. Con ella se matan las ilusiones, las esperanzas y sueños de los pobres al mostrarles la milenaria trayectoria de la pobreza de la cual jamás se verán libertados” (página 43).

Brutal fragmento, excelente muestra de la escritura lúcida, sin concesiones, de Carlos Droguett. Al final son los desposeídos quienes deben cargar con los efectos de una sociedad basada en la opresión; no hay salida para ello, ni en esta novela, ni en la realidad a la que alude. No hay esperanza para esta segunda venida de Cristo: la policía y los soldados se preparan para ejecutar su obra de exterminio.

Como termina expresando en el excelente prólogo del profesor Fernando Moreno Turner, es una novela que indaga “en el insondable misterio de la vida y de la muerte”. Y lo hace con belleza, poesía, desmesura y sin concesiones. Gran recate de esta novela en el país donde la buena literatura, solo por el hecho de haber sido escrita en el pasado, suele ser relegada al olvido, para dar espacio a lo novedoso irrelevante que elude la exploración de nuestras raíces más profundas, como si todo ocurriera ahora.

Ficha técnica
«El hombre que había olvidado», Carlos Droguett, novela. Ed. Zuramérica, 2021, 270 pp.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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