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Poemario “El mar ya no es” de Marcelo Gatica: la palabra mar no cabe en ningún poema CULTURA|OPINIÓN

Poemario “El mar ya no es” de Marcelo Gatica: la palabra mar no cabe en ningún poema

El poeta parece consciente de aquella imposibilidad primera: nuestro destino está signado por la fragilidad y la muerte. Pese a esto, buscamos, seguimos buscando, o sea, seguimos escribiendo, porque escribir “es como respirar”. La metáfora marina tiene mucho de eso: de deseo e imposibilidad ante la desaparición de los nuestros y el avance del tiempo. Con fervorosa nostalgia acompañamos con las palabras, es lo único que nos queda.


“Papá, el silencio es el lenguaje de los elegidos porque el mar ya no es”.

Hay algo personal e íntimo en los poemas de Marcelo Gatica (Cauquenes, 1976), una hebra que si tiráramos de ella nos sorprenderíamos de las profundidades que puede alcanzar.

Hoy en día se advierte cierto dogmatismo en la forma de aproximarse al lenguaje y, claro está, a la poesía. Se cree que lo pensado se escribe y se escribe lo que es real, encontrándose ahí un acto sólido e indispensable, una zona de confort que alivia la conciencia. Es como decir: sí, estoy alineado con las mayorías, con la tribu, y me siento reconfortado e integrado, porque mi lenguaje es transparente. No. Marcelo Gatica pertenece a otra estirpe, una más sutil, más silenciosa, más enrevesada, donde el arte se sumerge en imágenes fragmentarias y emociones intensas y no del todo accesibles.

El mar ya no es (Diputación de Salamanca, 2020; Alquimia ediciones, 2022) está en esa frecuencia, en este caso en la despedida del padre, en un oleaje que no se deja capturar fácilmente por una fotografía. Porque el mar es impredecible y una fotografía, aun de toda su precisión, es simplemente un aparato, una cosa.

Marcelo parece consciente de aquella imposibilidad primera: nuestro destino está signado por la fragilidad y la muerte. Pese a esto, buscamos, seguimos buscando, o sea, seguimos escribiendo, porque escribir “es como respirar”. La metáfora marina tiene mucho de eso: de deseo e imposibilidad ante la desaparición de los nuestros y el avance del tiempo. Con fervorosa nostalgia acompañamos con las palabras, es lo único que nos queda.

“<en la sala de urgencias escarbas sobre la superficie del tiempo, padre <arañas con estrategias de los setenta <cuando aún preferirías sintonizar los partidos por la radio <tus ojos cruzan atardeceres en la lentitud de un pájaro migratorio <sonríes porque un jugador fantasma ha tocado la gloria y escuchas el eco del estadio vacío <tus ojos se llenan de un océano vital, una mueca sonriente donde el tiempo se difumina” (pág. 14).

“(…) después del mar viene la luz /después de la luz viene el túnel / y nuevamente el agua lo consuma todo” (pág. 27).

A diferencia de Historia universal de una trenza, cuyo sentido era la recuperación (al presente) de una historia familiar, enraizada y transmitida de generación en generación, El mar ya no es, aunque hermanada temporalmente (ambas escrituras fueron publicadas el 2020), no deja de ser un testimonio desde un hoy inseguro, inestable, feble, más parecido a “un animal de barro”.

El hoy que es la existencia, cuerpo y pensamiento, a pesar de todas las experimentaciones cuánticas, que son pequeñas conversaciones que traen algo de brisa: aproximaciones al meteorito, discusiones sobre la luz al final del túnel, devaneos en el aeropuerto de París, etc. Pese, incluso, a las renovadas amarguras en torno al tiempo contemporáneo y virtual (pienso en el poema Propaganda o Voy y vuelo) y, sobre todo, ante la magnificencia de una hipotética extinción; todo es un diálogo en posdata, al fin y al cabo, siempre en posdata. Porque mientras haya vida y el mar sea, es posible un día más.

Ficha técnica:

Marcelo Gatica. El mar ya no es. Alquimia ediciones, 2022. 47 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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