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Leer a Mellado: sobre «Teatro de muñecos» CULTURA|OPINIÓN

Leer a Mellado: sobre «Teatro de muñecos»

Leer a Marcelo Mellado no es que sea complicado, sino que es demasiado envolvente. Uno quiere disfrutar más esa prosa, de las mejores en casa. Tras una primera lectura rápida normal, hice una segunda al revés, de atrás para adelante, como si tuviera en mis manos la Rayuela de Cortázar. Creo que así pude entender mejor a los personajes. Saborear mejor el estilo. Poner lo escatológico en cámara lenta. Me di cuenta que Teatro de muñecos es ante todo una novela de situaciones, de hablantes, de actuantes, y no de narración temporalmente condicionada. Sus muñequeros son los muñecos mismos. Sus coros la barriada. Tampoco se trata de una diarrea “antisistema” con ventilador, y muchos menos un manifiesto contra la necesidad del pueblo por hacer “arte”. Un libro coherente con la huella de este autor, que es lanzar patadas, puñetes o escupos contra esa autocomplacencia hueveta que todavía no es capaz de reconocer que el plan de Valpo está destruido (con complicidad municipal); y que la indecencia más brutal brota e impera por todos lados; y que el sistema mercantilista que han inventado para promover la actividad artística es caldo de cultivo de la descomposición.


No temo decirlo, porque desde que se asentó como un escritor original y atento al lenguaje, innovador y busquilla, amén de provocador, la aparición de un nuevo libro de Marcelo Mellado es un grato y/o morboso placer para muchos lectores. Y también para los críticos. Hemos leído algunas reseñas desplegadas en medios de la plaza, y hay por lo menos entusiasmo; cuando no euforia. Por ahí alguien sugiere que se ha renovado (palabra peligrosa). Los detractores parecen haberse quedado callados esta vez. Algo parecido a lo que acontecía con Germán Marín o Roberto Bolaño. Hocicones de estirpe, eran perseguidos por una caterva de guarenes vociferantes que les tiraban mordiscos, elogios torvos o pisotones por quítame estas pajas.

En «Teatro de muñecos», seguramente un título de compromiso destinado a endulzar un poco el tema central del libro, que es la preparación de un montaje teatral bastante amateur titulado “Teatro de muñecas putas”, con marionetas. (Homenaje a Ibsen, dice alguien en el libro). Un grupo de artistas ávidos por el cobijo de las platas de la burocracia estatal (del gobierno regional o municipal), se impone la tarea de preparar un “proyecto”. Acción en la cual se discute mucho, se proponen soluciones delirantes, se bebe a destajo, se batalla con los infaltables operadores culturales. Un ejemplo claro del neoliberalismo en materia artística que impuso, hasta el día de hoy, la dictadura militar; con base constitucional, vaya mérito. Una ley de la selva que crea enfrentamientos en cadena. Falaces amistades cívicas y corruptelas potenciales, rondan.

San Antonio y Valparaíso han sido escenarios recurrentes en la obra de Mellado. Topos que conoce bien. Sus referencias se amplían a lugares o lugarejos como Placilla o Curauma, ejemplos de la crónica propensión chilena a la exclusión social. O Villa Alemana, pueblo donde la decadencia es rutilante. Esta impronta provinciana impregna a los personajes del libro, que son de habla y personalidad variopinta. Sobrevivientes en la precariedad. Si hay que ser caníbal, venga.

La obra de teatro llena las preocupaciones de la pléyade de sujetos que meten cuchara en ella. Como lo pone Mellado, algunos en desordenada búsqueda de “la trama discontinua de un arte que complotaba contra sí mismo”. Otro ve allí “una gran ópera de las quebradas escalares”, porque se trataría de utilizar la cerril topografía de Valpo para montar la obra. Esa zona donde los desechos humanos enriquecen la suciedad natural: “el pasillo de los gatos contaba con varias escaleras, una de ellas era La Fama, que comenzaba al costado de la botillería del mismo nombre. El olor a orina ahí era potentísimo, constituía uno de los meaderos clandestinos con rango municipal”. Mear contra el viento es una forma de iniciación.

Sujetos memorables son esta troupe tan chanta cono la mejor del centro. Desde los nombres que les ha puesto Mellado. Inquietantes, simbólicos. Nada que ver con los flaites actuales (y otros no tan flaites), cuyos progenitores les ponen nombres gringos de la farándula. Así Lautaro Bascuñán, de clase media alta, arquitecto, que tiene la obsesión por refundar la ciudad (o fundar otra) y se dedica a filmar en video los avatares de la compañía. Le gusta el cine. Lo complica su nombre. Su amiga, estilo polola oficial, es Fernanda Urmeneta, clase alta viñamarina, algo así como gerente del grupo. Los hombres de teatro más o menos propios son los agentes culturales Hamlet Astudillo y su asistente, apelado el niño Jesús, por lo chico. Los operadores políticos se llaman Marat Bernales y Rosamel Araya. Otros figurantes son Romualdito, un infradotado casi gigante que hace de todo, la Betty, entre nana y compañera de aventuras de Bascuñán; y la María Conchuda, una feminista de los cerros luchadora y peligrosa, seca para las chelas y las chuchadas. De Casablanca es el padre Abelardo, otro posible benefactor, que se entiende bien con Lautaro Bascuñán, el vocero principal y conductor de la obra. El cura tiene al Romualdito de adlátere y espía.

En una reunión musical, un capítulo particularmente vívido de la novela, el tema es la música que debería tener la pieza teatral. Se repasa todo el repertorio de la pegajosa memoria cancionera de la izquierda; y donde Hamlet Astudillo baila cumbia solo en un balcón, embriagado por la nostalgia y el vino de la cuica Fernanda. Él y su carnal el niño Jesús se han topado con los estallidos sociales en las escaleras porteñas, y se abocan, postergando la pieza teatral. Ellos, los creativos del grupo. Los que arman, en un sabroso capítulo de la primera parte, su concepto de teatro de muñecas y sus intentos por ponerlos en práctica.

Marcelo Mellado nunca es convencional en sus descripciones. No busca parodiar ni ironizar sino mostrar a los muñequeros como son o quieren ser. Romualdito, disforme además de tontorrón, “ocultaba su cuerpo en su propio cuerpo”. Marat Bernales es “administrativo para expresarse” y utiliza la expresión “tío” para entenderse con Lautaro Bascuñán, un “parentesco huevetero” de amplio uso entre los desposeídos oportunistas para entenderse con los “de arriba”. Como hombre a la altura de los tiempos, Marat habla de la “injusticia artisticoide”, su versión de la palabrería en boga. Dicha injusticia es practicada por el “club de los mórbidos”, el enemigo que los acecha, un grupo fáctico de corte facho constituido por miembros de la Armada y los intereses ocultos.

Marat cree en su fuero interno en la superioridad espiritual y moral de los ricos, “por eso tenía la intención de estar cerca de ellos. Sabía, eso sí, que los pobres tendrían su momento glorioso con la suprema venganza”. Son muchas las frases con que cada personaje define sus modestos sueños y ambiciones. Lo que nos acerca a la realidad nacional, con la nueva jerigonza voluntarista surgida de los estallidos y las constituyentes. Pero, por atrás repta un guatón Escudero, espía remunerado de los viejos poderes dictatoriales, con experiencia, que “se sentía cómodo en ese ambiente de aromas pútridos”.

Leer a Marcelo Mellado no es que sea complicado, sino que es demasiado envolvente. Uno quiere disfrutar más esa prosa, de las mejores en casa. Tras una primera lectura rápida normal, hice una segunda al revés, de atrás para adelante, como si tuviera en mis manos la Rayuela de Cortázar. Creo que así pude entender mejor a los personajes. Saborear mejor el estilo. Poner lo escatológico en cámara lenta. Me di cuenta que Teatro de muñecos es ante todo una novela de situaciones, de hablantes, de actuantes, y no de narración temporalmente condicionada. Sus muñequeros son los muñecos mismos. Sus coros la barriada. Tampoco se trata de una diarrea “antisistema” con ventilador, y muchos menos un manifiesto contra la necesidad del pueblo por hacer “arte”. Un libro coherente con la huella de este autor, que es lanzar patadas, puñetes o escupos contra esa autocomplacencia hueveta que todavía no es capaz de reconocer que el plan de Valpo está destruido (con complicidad municipal); y que la indecencia más brutal brota e impera por todos lados; y que el sistema mercantilista que han inventado para promover la actividad artística es caldo de cultivo de la descomposición.

Un autor que se reafirma entre los espíritus inclaudicables de la narrativa nacional.

Ficha técnica:
Teatro de muñecos de Marcelo Mellado, La Pollera Ediciones, 2022

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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