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Arturo Hevia, el escultor detrás de los monumentos a Allende y Merino: “Todos tienen derecho a tener una estatua” CULTURA

Arturo Hevia, el escultor detrás de los monumentos a Allende y Merino: “Todos tienen derecho a tener una estatua”

Aunque cercano a la derecha, el artista de 66 años no tiene problemas a la hora de construir una estatua al ex presidente Salvador Allende o incluso a Augusto Pinochet. En total, ha realizado más de 60 esculturas públicas a lo largo del país, no todas tan polémicas, pero en todas, asegura, ha procurado meterse en el personaje. “Yo soy un periodista de la historia. Trato de representar lo mejor que puedo a la figura histórica en una coyuntura determinada”. En esta, su primera entrevista en casi 20 años, opina sobre la contingencia, los amores y odios que sigue despertando su trabajo, y el escenario actual de las estatuas públicas.


Una mañana de comienzos del 2000 Arturo Hevia se encontraba trabajando en su taller, a un costado de su casa. El último lustro había estado bastante ocupado, tras terminar la estatua del ex presidente Eduardo Frei Montalva, se había embarcado en el proyecto del monumento a Salvador Allende. Justamente estaba trabajando en el modelo de greda cuando sonó el teléfono. Contestó, con los dedos todavía rojizos.

-Habla usted con el secretario del presidente Frei- le dicen desde el otro lado del auricular-. El presidente quiere inaugurar el monumento de Salvador Allende antes de terminar el mandato.

“Imposible”, fue lo primero que pensó Hevia. Lo habían llamado en febrero, y el cambio de mando era el próximo mes. Pero tenía razones más personales para decir que no. “El monumento a Frei se hizo en sólo nueve meses, porque la Fundación Frei estaba constantemente encima de mío- recuerda Hevia-. Venía mucho el hermano menor de Frei, pero Eduardo nunca vino al taller. Y después se inauguró en el ´96 con un discurso del presidente en la Plaza de la Constitución, en el que no mencionó en ningún momento el monumento ¡ni siquiera me mencionó a mí! ¡ni siquiera me saludó!”.

-No, realmente no se puede, porque no está listo- contestó el escultor.

-No, es que el Presidente quiere inaugurarlo, así que usted tiene que pagar horas extras para que salga el monumento- le insistió su interlocutor.

-Mire, la fundición es un proceso muy complejo, si se llega a equivocar alguien por hacerlo acelerado me puede costar muy caro. Un error es muy grave.

-¡No, usted tiene que hacerlo, le voy a exigir que lo termine, muéstreme su contrato!

Al escuchar eso, Hevia se tomó un minuto de silencio, como de satisfacción, y le contestó calmadamente:

-Mire, en realidad, la Fundación Allende tiene tanta confianza en mí, que ni siquiera he firmado un contrato. Hasta luego.

El artista

Luis Arturo Hevia Salazar (Santiago, 1952) reside hace 20 años en Colina, en una casa ubicada casi en la cima del cerro La Campana. Allí, con una vista privilegiada, y un amplio espacio, trabaja hasta hoy en sus estatuas. Entrando a su propiedad, lo primero que se ve es una hilera de bustos. Modelos en base a los cuales realizó algunas de sus obras más conocidas, como la efigie de Jorge Montt (cuya versión final se encuentra en la Galería de los Presidentes en La Moneda), Jaime Guzmán (actualmente en la Plaza de Los Ángeles), Claudio Arrau (Chillán) y Arturo Merino Benítez, entre otros. Irónicamente, los bustos de Salvador Allende y del Almirante José Toribio Merino se ubican juntos. “La otra vez era más divertido porque estaba Guzmán, Allende y Merino juntos”, cuenta Hevia.

El escultor atraviesa el patio de su casa apoyándose en un bastón. Lo empinado de su vecindario le pasó la cuenta hace no mucho: una caída lo dejó con bota ortopédica. En el living de su hogar, almacena algunos de sus últimos trabajos, los “nudos desnudos”. Se trata de esculturas que vistas desde cierto ángulo parecen nudos, pero por el otro asemejan a mujeres desnudas. Atrás se encuentra su taller. Allí amontona herramientas, maniquíes, esculturas de madera y, desde luego, maquetas de otros trabajos, como la estatua Juan Pablo II en la Casa Central de la Universidad Católica, y el diseño original que había hecho para el monumento a Salvador Allende. “Y pensar que yo partí haciendo esculturas de plasticina”, recuerda hoy.

Su temprana vocación artística hizo que a los 9 años su madre lo matriculara en un taller impartido por el connotado escultor Totila Albert. A los 13, Hevia tomó la decisión de entrar a la Escuela Naval, pero sólo estuvo tres meses. «Crecí toda la vida en el campo, yo era independiente. El uniforme era bonito y todo, pero me gustaba la libertad», asegura Hevia.

Vivió buena parte de su infancia en Rinconada de Maipú, debido al trabajo de su padre, agrónomo. Posteriormente, entró a la carrera de Agronomía en la Universidad de Chile. Tras un semestre, terminó cambiándose a Arte en la Universidad Católica. Finalizó la carrera en cuatro años, poco después del golpe militar.

A consecuencia de este último, la universidad despidió a varios académicos, entre ellos el escultor Mario Irarrázaval, quien fue reemplazado por Hevia. Lo que le permitió estar dictando clases con sólo 22 años. Entremedio, cursó una maestría en la Universidad de La Soborna. “Perdí el tiempo haciendo clases, porque dejé de hacer esculturas, hasta que participé en un concurso para hacer el bombero de Magallanes en el ´89. Lo gané, esa fue mi primera estatua pública. El fundidor vio que tenía aptitudes, y los bustos que le encargaban a la fundición me los mandaba hacer a mí», recuerda el artista, quien desde entonces cuenta con cerca de 60 esculturas públicas a su haber.

Entre los extremos

«Yo crecí en el campo, en la naturaleza. Yo sé lo que es la selección natural. El que tiene mayores capacidades es el que sobrevive. Tú puedes tener buen corazón, apoyar a los débiles, pero la cuestión no funciona así. Porque a la larga, si tú no sigues los cauces del mercado todo caga. Y las buenas intenciones no sirven para nada», asegura Hevia cuando le consulto por sus convicciones políticas.

Aunque ya no hace clases en su alma máter, cinco de sus alumnas lo siguieron hasta su casa-taller, donde todos los jueves dicta un taller de escultura.  Una de ellas, exiliada, afirma que reina la camaradería y buena onda en las clases, pero que tratan de evitar hablar de política.

-¿Por qué cree que lo seleccionaron a usted para hacer la estatua de Allende?

– Yo ni siquiera participé. Tras una primera convocatoria, se declaró desierto el concurso. Y después, yo estaba haciendo la estatua de Frei, y me llamaron de la Fundación Salvador Allende para pedirme que participara. Pasa que cuando se hizo la convocatoria, los escultores, todos son de izquierda, (excepto uno o dos) querían hacer algo abstracto. La Fundación quería que se reconociera la imagen del presidente. Pero ellos querían hacer algo como el monumento al general Schneider que está en Kennedy. Y yo dije ¡pero weón! va llegar 10 años después un obrero con su hijo y le va a decir «este es el monumento al presidente Allende” ¿qué le va a significar a ese niño? ¡no va a entender nada! va a pensar que el presidente era un fornicador terrible, porque le hicieron un monumento al falo. Bueno, se hizo el concurso, y yo empaté el primer lugar con Ricardo Meza. Originalmente yo había puesto a los obreros abajo y una familia, algo parecido a lo que hice con Frei. Pero empatamos y la gente de la fundación me dijo «mira, está súper bien, pero abstrae un poco al personaje”.

Hevia repasa hoy los distintos problemas técnicos que tuvo que afrontar para concretar el monumento. “La Isabel (Allende) dijo que quería colocarlo frente a Morandé 80. Yo le dije ¿cómo vas a colocarlo ahí? ¡va a parecer castigado, va a estar contra el muro, no hay espacio! yo sugerí Moneda con Morandé. No se podía, porque era una ventilación del subterráneo. Y yo le dije ‘yo te meto la ventilación adentro'». Originalmente, allí se ubicaba un monolito que actuaba como ventilación de oficinas. Función que pasó a sustituir la estatua. Razón por la cual el interior del pedestal está hueco, y las dos placas (donde se leen el nombre y un fragmento del último discurso de Salvador Allende) levemente separadas de la superficie, para dejar expeler el aire.

– Hubo toda una cocinería detrás del monumento. Pero se perdió la parte romántica que le tenía pensada- explica Hevia-. Yo pensé el monumento como un homenaje a mi padre, radical y masón. Él me enseñó a ser tolerante. Yo pensaba, Allende está muerto, pero es un mártir. ¿Dónde vive Allende? en la memoria del pueblo. Y va a estar frente a La Moneda. Entonces, el pueblo marcha a La Moneda, levantando una bandera. Por eso que, en el diseño original, a un lado del pedestal están los obreros, y al otro hay una familia. Ambos sostienen el mástil de una bandera. Y en la bandera, en su imaginación, se cristaliza la imagen del presidente que ellos veían. Y es por eso que sale envuelto en la bandera flameando, tomando la imagen de Balmaceda, que también es un mártir. Y no se nota mucho, pero en la bandera todavía hay un mástil que baja por el costado.

– Siendo usted más cercano a la derecha ¿nunca fue un conflicto hacer un monumento a Allende?

– ¿Por qué? Si todos tenemos derecho a tener una forma de pensar. En mi familia hay de todo tipo de pensamiento. No porque mi hermana sea de izquierda yo la voy a matar. Y yo la respeto, ella tiene sus ideas distintas a las mías. Quién sabe si yo tengo toda la verdad o ella tiene toda la verdad, probablemente sea una mezcla de los dos. Y Allende es parte de un proceso histórico chileno. Lo que hoy somos es en parte por lo bueno y lo malo que hizo Salvador Allende. El pasado es pasado, y tenemos que construir algo para adelante ¿qué sentido tiene quitarle la categoría de hija ilustre a Lucía Hiriart en Conchalí? ¿qué ganas con eso? ¡nada!

– Hay quienes argumentan que es un asunto de memoria.

– Es que eso no va a borrar lo que se hizo. Eso ya quedó, ya fue así. Y yo creo que nadie se acuerda que es hija ilustre. No perdamos el tiempo en tonteras, construyamos pa´ adelante. Y Allende es parte de esa historia. Él no hizo lo que hizo por maldad. Creyó que lo estaba haciendo bien. Él no tenía idea de economía. Pero él creía que lo estaba haciendo bien. Y no por eso lo vas a sacar de su emplazamiento. Él se equivocó. Fue un gran hombre, pero los grandes hombres también se equivocan.

– Siempre se dice que Chile es un país de izquierda, y que el 99% de la cultura y las artes lo monopoliza la izquierda ¿eso nunca ha sido un problema para usted? ¿no le han cerrado puertas?

– Sí, pero a mí me da maní. Porque yo sé lo que hago. En la universidad, de hecho, hubo problemas antes de que yo saliera, en 2011, porque yo era uno de los pocos que tenía una opinión distinta. Entonces claro, me “hicieron la cama”, pero yo sé lo que soy. Entonces me vine para acá, donde sigo haciendo mis esculturas. Y mis alumnas me siguieron acá. Hoy hay una que está exponiendo en Ushuaia, que después se irá a exponer a Europa, por ejemplo; hay otra que tiene una casa-galería, y así. Entonces, si quieren revolverse en la mierda, allá ellos. Ellos quedan en su pobreza. Hay una gran pobreza espiritual. Pero hay gente que no es así, como el José Balmes, que en paz descanse. Esa amargura yo la entiendo. Pienso que si me hubieran matado a mis padres, lo llevaría como un cuchillo clavado en el pecho. Pero no por eso voy a concordar con lo que ellos produzcan desde su amargura.

Después de inaugurar la estatua de Allende, usted dijo que también sería capaz de hacer un monumento a Pinochet. Y en 2002 inauguró la estatua al almirante José Toribio Merino. Hay gente que lo tildó de «mercenario de las esculturas» por ese pensamiento.

– Sí, sí, me lo pusieron por ahí, pero es lo que te decía, él es parte de la historia. Y hay chilenos que siguen pensando que Pinochet fue un gran presidente. ¿Por qué ellos no van a tener derecho a tener un monumento? gracias a él, o por desgracia de él, Chile es así. Yo creo que gran parte de lo que es hoy Chile es porque Pinochet se dio cuenta que no era muy inteligente, y llamó gente que sí lo era para reorganizar la economía, porque Allende se encargó de destruirla. Si no hubiera estado destruida, no se hubiese podido hacer lo que se hizo. Como en Alemania y Japón después de la guerra. Son todos sujetos de la Divina Providencia que se pusieron para que las cosas funcionaran. Mi visión como escultor es tratar de interpretar a un personaje en el momento que actuó en la sociedad. Yo soy un testigo de la historia y tengo que conservarme en ese sentido. Yo puedo hacer un monumento a Merino, Pinochet, Allende, y voy a hacer todo lo posible porque sea lo más fiel posible a la coyuntura que le tocó vivir.

¿Pero usted llegó a hacer una estatua de Pinochet, correcto?

– Lo que pasa es que a mí me llegó un encargo de Harold Crow, un millonario texano. Él tiene un jardín que llama “el jardín secreto”, donde colecciona réplicas de monumentos de dictadores de todo el mundo. Tiene réplicas de Stalin, de Fidel Castro, y de Ceausescu. Es más, para la guerra en Irak, mandó gente a Medio Oriente a traerse estatuas de Sadam Hussein ¡a ese nivel está! es como un Rául Schüler, pero él si paga por lo que tiene jaja. Bueno, a mí me contactó Tie Sosnowski, un empleado de Crow encargado de conseguirle las estatuas. El dilema es el siguiente: como requisito tenía que ser una réplica de una ya existente. Y como no existía una estatua de Pinochet, Sosnowski contactó a Marco Antonio, al hijo de Pinochet, y le ofreció una copia para instalarla en Los Boldos. De modo que el encargo era doble. Y yo hice una maqueta de un metro que mandé a una fundición en Orlando. Allá la ampliaron a tres metros, en consecuencia se perdieron detalles, y me pidieron que viajara a Estados Unidos a arreglarla. El problema es que no me habían pagado nada, yo les dije que esto no lo hacía gratis, que por último me pagaran el viaje. En fin, tras varias peleas, el viaje quedó en nada. Y yo le perdí la pista a esa maqueta. No sé si alguien más la llegó a realizar. Quizás está la estatua en el jardín secreto, o en Los Boldos. Esto debió ser entre el 2006-2011.

– En este minuto hay un proyecto en el congreso para sacar la estatua de Merino del Museo Naval. Si se llega a concretar, usted ¿qué pensaría?

– Yo creo que no corresponde. Porque así como tratan de sacar a Merino, José Antonio Kast quiere sacar a Allende. Entonces yo estoy por los dos lados. Y Merino hizo lo que le tocó hacer como sujeto de la historia. Si él es parte de la historia. No tratemos de borrarla, si la historia no la vamos a cambiar. Ya fue. Miremos para adelante. No perdamos el tiempo mirando para atrás. Si hay gente que lo respeta y lo quiere. Todos tenemos derecho a pensar como pensamos y todos tienen derecho a tener una escultura.

Levantando la cruz

Todavía activo, son varios los proyectos que mantienen ocupado al veterano escultor. Uno de ellos, para la región de Magallanes, es el monumento al Piloto Pardo, quien lideró el rescate de los náufragos del bergantín británico Endurance en la Antártica. Otro uniformado que se encuentra en su lista de pendientes es el Marinero Fuentealba, quien falleció en forma heroica salvando a sus compañeros durante el naufragio del Janequeo en 1965. “Me parece que son esos pequeños héroes los que uno tiene que tener presente. No podemos poner en todas las comunas un Prat y un O´Higgins. Hay muchos héroes locales que son ejemplos. Todos podemos ser héroes en nuestro espacio, y debemos tener ejemplo de eso”.

Por estos días, el nombre de Hevia ha vuelto a la palestra pública tras la inauguración del monumento a Lord Cochrane en Alameda con Ejército, evento que contó con la presencia de la princesa Ana de Inglaterra.

– La estatua de Lord Cochrane está inspirada en su homóloga de Valparaíso, ¿qué diferencias existen entre una y otra?

– Es el punto de partida. Yo dije, no voy a hacer una copia, sino una versión inspirada en el monumento de Valparaíso. Fuimos a verla y dije «hay tres cosas que no me gustan». Una, que tiene una manito para atrás, no es de un almirante que fue capaz de tomar los fuertes de Valparaíso y el Callao. Un hombre acostumbrado a empuñar la espada no anda con la mano para arriba, sino cerrada. Segundo, viendo todas las pinturas de Cochrane, él se peinaba para adelante, en esa época todos se peinaban así. Y en Valparaíso sale con el cabello peinado hacia atrás. Lo otro es que ese no tiene pupilas. Tiene los ojos muy grandes porque están en blanco. Y yo dije, voy a darle vida, quiero que se sienta el personaje. Entonces, le cambié el pelo, la mano, le puse pupilas y le di mi visión del personaje. Creo que es lo que tú haces siempre como escultor. En el fondo, yo soy un periodista de la historia. Trato de representar lo mejor que puedo al personaje en una coyuntura determinada.

– ¿Qué opina que se haya emplazado en un pedestal abandonado, donde antes estaba José Miguel Carrera? ¿qué le parece esta suerte de «reciclaje patrimonial»?

– Yo no tuve nada que ver con esa parte. Les hice ver las inconveniencias de ese emplazamiento. De hecho hice un dibujo de cómo debía ir, sugerí sacar una torreja del pedestal, partirlo por la mitad y dejarlo como respaldo. Como está Balmaceda con el obelisco atrás, porque ésta estatua no se ve. Es una hormiga arriba de ese enorme pedestal. Pero aparentemente hubo un problema de costos.

– Usted mencionó a Raúl Schüler ¿qué pensó cuando salió la noticia?

– Pensé que ahí podía estar una de las esculturas que me robaron. Hace 2 años hice una exposición en un centro comercial de aquí, en el Puertas de Chicureo, sobre mis nudos desnudos. Y me robaron una escultura de 1.8 millones de pesos. Tengo el vídeo, y la patente del auto en que se lo llevaron ¡hasta la dirección del auto! Lleve este material en octubre a la comisaría. Me tramitaron harto, y en julio del otro año me llaman y me dicen «es probable que en alguna de las redadas que hacemos podremos reconocer la suya…».

– ¿Usted qué cree, qué mueve a un empresario a robar estatuas? porque él perfectamente podía mandar a hacerlas.

– Es un fresco de raja. Un tipo que tiene tanto poder que se siente intocable y que puede pasar por encima de la gente, de las reglas, de la sociedad. Porque está robando obras públicas, que son de todos. Se siente tan poderoso que se caga en los demás, que dice «las robo, las pongo en mi casa, y no se van a dar ni cuenta». O sea, un tipo así evidentemente no tiene moral. Es un amoral, ni la conoce. A qué nivel de confianza estará que prestó la casa para que le tomaran unas fotos.

– La estatua de Rebeca Matte frente al Museo de Bellas Artes la rayaron al día siguiente de ser restaurada, ¿cree que en Chile estamos al debe en cuanto a esculturas públicas, en proteger este patrimonio?

– Yo creo que sí. Pero más que al debe de proteger, yo creo que de educar. Porque hay una tropa de infelices que se la pasa rayando todo. Y no son muralistas que hagan cosas interesantes, lo único que hacen es rayar, y poner su tag, su firma ¿con qué objeto? ahora, si tú lo analizas, desde el punto de vista sicológico, es gente que no tiene nada, ninguna posibilidad de salir socialmente, porque a lo mejor es un disminuido intelectual o no ha tenido posibilidades culturales. Y una forma de hacerse conocer es rayar, poniendo su firma. «Ahí estuve yo» y los amigos dicen «ahí estuvo Pedro González». Es una forma de ponerse en valor, pero el tipo no entiende el daño que está haciendo, y no respeta.

– ¿Le ha tocado ver este tipo de vandalismo de cerca?

– En la parte baja de Baquedano está el monumento del soldado desconocido. Le han robado el fusil no sé cuántas veces. Una vez le sacaron el brazo y el fusil, que me tocó restaurarlo a mí. Lo agarraron con una soga y una camioneta y lo jalaron hasta sacarlo. Lo venden al peso, porque el bronce es 85% cobre. Y el cobre vale como 3 dólares la libra. 5 lucas el kilo. Y si tú ves otros monumentos, hay muchos relieves con soldados, con caballitos ¡todas las patas y colas de caballo se las han sacado para venderlo al kilo! Entonces, yo creo que no es un problema de cuidar las obras públicas, sino de educación. No podemos estar todos los días con un paco o guardia municipal detrás de la escultura. Hay que partir por educar a esos pobres infelices que no tienen idea de lo que están haciendo.

– En retrospectiva, ¿cuál es su estatua favorita de las que ha hecho?

– La mejor, por lejos, es la cruz del cerro Primo de Rivera de Maipú. Fue un encargo del alcalde, Herman Silva (DC), que quería hacer un monumento ecuménico. Él iba a la reelección y tenía 6 meses para las municipales. Yo quería hacer una cosa grande, pero necesitaba como 2 años, y de repente se me ocurre una idea y le digo al alcalde «lo que podemos hacer es no hacer el Cristo».

La que considera fue una de sus ideas más geniales consistía en realizar un Cristo calado en la cruz metálica. La  simpleza de la técnica, le permitió tenerlo listo en sólo dos meses. Así y todo Silva no fue reelecto.

El proyecto era significativo para el escultor no sólo por ser católico, sino porque en Maipú vivió casi toda su juventud. La cruz, de diecinueve metros de alto, y veinticuatro toneladas, se incorporó mirando en dirección hacia el Templo Votivo de Maipú. Por temas de agenda, Hevia no pudo estar el día en que la instalaron. De modo que la primera vez que la vio de pie fue durante la ceremonia de inauguración. Tan impactado quedó, que se puso a llorar. “Es muy interesante lo que pasa ahí, porque la cruz es la tierra y Cristo es el cielo. El cielo siempre se mueve, y si tú te paras abajo de la cruz, tú vez que el Cristo está respirando, oscilando. Y el Cristo es alternativamente nublado, estrellado, celeste, o azul. Se pintó con pintura perlescente, de manera que se viera de lejos como que la cruz irradia la luz. Pero estuvo mucho tiempo sin mantención y después la pintaron con pintura blanca corriente, de modo que ya no produce el efecto original. Pero era muy bonito. Hay una cosa mágica que logré en esa obra”.

La ceremonia fue una mañana de septiembre del año 2000. Puesto que se trataba de un Cristo ecuménico, contó con la presencia de obispos, pastores evangélicos y protestantes. Además de colegios e instituciones de beneficencia. Hevia era sólo uno más en medio del numeroso público, el cual formaba un semicírculo en torno a la cruz. Desde la tarima, el maestro de ceremonias daba un discurso donde mencionaba y agradecía a los distintos gestores del proyecto, entre ellos obispos, autoridades y fundaciones. “Y por supuesto, un aplauso para el escultor, Arturo Hevia” declamó el maestro de ceremonias, tras lo cual, la multitud ovacionó al maipucino. “Yo no lo podía creer, primera vez que siento que la gente me aplaude. Yo atiné sólo a saludar. Fue algo emocionante”, recuerda el artista.

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