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Soy dueña de casa y declaro: el trabajo doméstico también es trabajo Opinión

Soy dueña de casa y declaro: el trabajo doméstico también es trabajo

Romina Cejas Hidalgo
Por : Romina Cejas Hidalgo Dueña de casa. Madre de Maxi, Sofía, Borja y Olivia. Coyhaique
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Una medida para subsanar la vulnerabilidad de quienes ejercemos funciones en el trabajo doméstico, puede ser la incorporación de estas labores en el Producto Interno Bruto (PIB). Ello permitiría gestionar mayores derechos económicos y sociales para las mujeres, quienes somos las que mayoritariamente las realizamos, permitiéndonos el acceso a derechos como previsión social y de salud.


A propósito de la conmemoración del pasado 1 de mayo, es importante mencionar la realidad del trabajo de nosotras, las mujeres.

En Chile la tasa de participación laboral femenina es más baja que el promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) e incluso que el resto de los países de la región. Si bien se ha observado un crecimiento en este indicador, en especial desde la década de los ochenta, en Chile la proporción de mujeres activas laboralmente no ha logrado sobrepasar el 50% de las mujeres en edad de trabajar. Esta cifra hace referencia a lo que conocemos como trabajo remunerado, pero hay otro trabajo que no es remunerado y que muchas veces pasa inadvertido: el que realizamos al interior de los hogares, las labores domésticas y de cuidado.

El trabajo doméstico y de cuidado engloba una multiplicidad de actividades no remuneradas, como: cuidados personales, quehaceres domésticos del hogar (cocinar, limpiar, hacer compras, mercado, lavar, planchar, etc.), tareas de cuidado (niños, niñas, personas enfermas, personas dependientes y quienes tienen algún tipo de discapacidad) y trabajo voluntario, como las que se realizan en las comunidades, fundaciones de ayudas sociales, organizaciones religiosas, políticas, centros de padres, entre otras. Este conjunto de actividades, salvo las que tienen que ver con cuidados personales, de formación y esparcimiento, sirven para proveer bienestar, sustento material y emocional y de cuidados a quienes integran las familias y los hogares.

En nuestro país el trabajo no remunerado está predominantemente a cargo de nosotras, las mujeres, independientemente de si participamos o no del mercado laboral en forma activa. Por el contrario, los hombres tienen una bajísima participación en este, incluso si ellos no están empleados. Aunque en los últimos años también existe algún tipo de participación de los hombres en estas actividades, pero no en la misma proporción.

Según ONU mujeres, entre cocinar, limpiar, ir a buscar agua o leña o cuidar de las niñas, los niños y las personas mayores, realizamos al menos 2,5 veces más trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que los hombres.

El hecho de que el trabajo doméstico no remunerado sea ejercido principalmente por mujeres, a lo largo de toda nuestra vida, encuentra su explicación en la división sexual y social del trabajo. Esta división, lejos de ser un hecho natural, es un hecho socialmente construido, que asigna espacios, roles y prácticas para las mujeres y los hombres, creando así una separación artificial entre el mundo de lo femenino y el mundo de lo masculino, o los llamados roles de género.

En la sociedad actual de nuestro país, si se enferman los hijos(as), la abuelita, el suegro, etc., somos las mujeres quienes debemos renunciar a lo que sea que estemos haciendo o estemos por hacer, para ir a ejercer las labores de cuidado, porque es lo “obvio”. Lo mismo se aplica si es que “alguien debe” limpiar, lavar, etc., extenuante labor donde no hay viático, ni horario, ni vacaciones, ni salario. El sistema actual nos golpea aún más fuerte en la vejez, mermando la ya paupérrima pensión de jubilación, debido a las “lagunas” o la “nula cotización.”

Si se tuviera que contratar en el mercado la producción de estos bienes y servicios, estos tendrían un valor monetario y formarían parte de la totalidad de bienes y servicios o riqueza que produce la sociedad.

El desafío es trabajar por el reconocimiento social y económico del trabajo doméstico y de cuidado que hoy no es remunerado, por ejemplo, cuantificando el tiempo dedicado a las tareas domésticas para finalmente asignar valor económico al mismo.

Una medida para subsanar la vulnerabilidad de quienes ejercemos estas funciones, puede ser la incorporación de estas labores en el Producto Interno Bruto (PIB). Ello permitiría gestionar mayores derechos económicos y sociales para las mujeres, quienes somos las que mayoritariamente las realizamos, permitiéndonos el acceso a derechos como previsión social y de salud.

En Chile una acción que puede contribuir a esta validación, es la aprobación del proyecto de Ley para el reconocimiento constitucional del trabajo doméstico y cuidados presentado por la diputada Gael Yeomans.

Nacimos en una época donde las mujeres podemos estudiar, usar bikini y votar, y aunque nos intentan hacer creer que la igualdad de género es un hecho, afortunadamente en este siglo nos pusimos las gafas violetas y vemos con claridad las desigualdades entre hombres y mujeres. Trabajo como ningún otro, derechos como cualquier trabajo, criar y cuidar también es trabajar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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