Si algo es necesario, tiene que ser posible. Ese es el orden de los conceptos. El conflicto surge cuando se declara imposible lo absolutamente necesario y, por otro lado, cuando se declara necesario aquello que es facultativo o sustituible. Hace varias décadas, Hans Jonas identificó la política de lo necesario con el “principio de responsabilidad” y la sintetizó en el deber que señala: “Obra de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana sobre la Tierra”. No hay prioridad más alta ni urgencia más relevante, que tener gobernantes que asuman este principio y respondan a las necesidades de sus pueblos.
“Terminar con la política de lo posible para pasar a una política de lo necesario”. Esta simple frase enunciada por la candidata socialista, Paula Narváez, se ha convertido en una propuesta abierta a distintas interpretaciones, contradictorias. Por un lado, se acusa a la abanderada de desconocer la política posibilista, que permitió superar la dictadura y arribar al momento presente, bajo la lógica gradualista de la transición. Por el otro, se interpreta esta afirmación como un constructo vacío, una retórica elíptica para evadir la necesidad de cambios sustantivos y no cosméticos, que se inauguró el 18 de octubre de 2019.
En el fondo, ambas posturas tratan de oponer lo posible y lo necesario como políticas antagónicas. Y basta usar la lógica para advertir que lo necesario siempre es condición de posibilidad. Dicho de otra manera, la necesidad es aquello que constituye a los entes en su entidad. La política de lo necesario no se opone a la política de lo posible. Solo señala que, si una decisión es necesaria, se deberá trabajar ineludiblemente hasta hacerla posible. De otro modo, aquello esencial y que define la existencia de lo buscado, no se realizará.
[cita tipo=»destaque»]Hay quienes confunden la necesidad con el privilegio y sienten la “necesidad” de cambiar de auto cada año, hacer fiestas bajo pandemia o devastar un entorno natural protegido para beneficiar a su empresa. Lo necesario es lo categóricamente imperativo, que constituye un mandato autónomo y autosuficiente, que cualquier persona debería asumir como obligación incondicionada en su actuar.[/cita]
Veamos algunos ejemplos: respetar los derechos humanos es un mínimo ético de justicia, una exigencia irrenunciable, que no puede estar condicionada a las “posibilidades” del Gobierno de turno.
Una sociedad democrática necesita un sistema electoral justo, bien estructurado, que garantice iguales posibilidades de acceso de participación, información y deliberación ciudadana. No tener un sistema así, cuestiona el carácter democrático de esa misma sociedad.
Un país necesita un sistema de acción coordinada y eficaz ante las catástrofes y las emergencias. No es algo facultativo ni opcional. No implementar esta política, pone en riesgo su viabilidad.
La naturaleza de la vida laboral, exige un modelo de seguridad social que garantice pensiones dignas y estables a la población en edad de jubilar. Afirmar que ello no es posible, no es una respuesta plausible, porque los efectos sociales y los costos económicos de no contar con pensiones que respondan a criterios elementales de justicia, afecta no solo a la población pasiva, sino al conjunto de la sociedad que debe lidiar con ese grave déficit.
La confusión surge cuando se decreta como imposible lo que es necesario y se traspasa el costo de esa imposibilidad al conjunto del país, o incluso al planeta. No responder a los mínimos necesarios para mantener una sociedad justa en un entorno viable, se paga en la forma de la inviabilidad de la propia sociedad.
Por eso si algo es necesario, tiene que ser posible. Ese es el orden de los conceptos. El conflicto surge cuando se declara imposible lo absolutamente necesario. Y por otro lado, cuando se declara necesario aquello que es facultativo o sustituible. El arte del buen gobierno no es el arte de lo posible. Es el arte de discernir lo necesario de lo prescindible.
Hay quienes confunden la necesidad con el privilegio y sienten la “necesidad” de cambiar de auto cada año, hacer fiestas bajo pandemia o devastar un entorno natural protegido para beneficiar a su empresa. Lo necesario es lo categóricamente imperativo, que constituye un mandato autónomo y autosuficiente, que cualquier persona debería asumir como obligación incondicionada en su actuar.
Hace varias décadas, Hans Jonas identificó la política de lo necesario con el “principio de responsabilidad” y la sintetizó en el deber que señala: “Obra de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana sobre la Tierra”. No hay prioridad más alta ni urgencia más relevante, que tener gobernantes que asuman este principio y respondan a las necesidades de sus pueblos.