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¿Qué hacer hoy contra la sobreexplotación del mar? Opinión

¿Qué hacer hoy contra la sobreexplotación del mar?

François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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Ante el agotamiento del recurso, las autoridades a menudo se someten a la presión de los pescadores. Las grandes empresas pesqueras saben resaltar a los pequeños pescadores artesanales que están sufriendo. Piden ayudas públicas a los barcos, a los precios del combustible, etc. Tal política es contraproducente, ya que tiene exactamente el efecto del progreso técnico. Otros recomiendan zonas exclusivas de pesca, con cuotas atadas a estas zonas. Pero eso a menudo estimula las inversiones de productividad para ganar la carrera de la captura hasta la cuota o desplaza la pesca intensiva en las zonas no protegidas. Un monopolio público tendría la ventaja de “internalizar” más fácilmente el objetivo de preservación, pero va en contra de una tradición milenaria donde la pesca es una actividad privada y artesanal.


Cada nuevo informe, el último siendo el de la Subsecretaría de Pesca y Acuiculturas, describe un deterioro creciente de los recursos pesqueros. El daño ecológico y pronto social amenaza con ser irreparable. Esta columna, basada en un resultado clásico de la ecología económica, sostiene que las actuales normativas restrictivas en Chile como en otros países ya no son suficientes. Hay un fuerte argumento para subir su ambición con una medida contundente: reservar la pesca marítima a los pescadores artesanales y la acuicultura para las empresas industriales.

Desafortunada sardina, desafortunado bacalao… Aún más desafortunadas las merluzas de cola y de tres aletas, porque están cerca de la extinción mientras las primeras están solo en sobreexplotación. En el mar chileno, 57% de las especies se encuentra en estado crítico, según el informe citado. El efecto es a veces irreversible: las poblaciones de bacalao no se recuperan en el Atlántico Norte a pesar de la prohibición de su pesca. Además de este daño ecológico se suma el daño social. Por ejemplo, las redes de pesca industrial, principalmente chinas, vacían el mar en las costas de Senegal y destruyen la pesca artesanal local. Esto mismo pasó hace años en las costas de Somalia y la población de pescadores, desmembrada, se unió a grupos de piratas marítimos u al grupo islamista Al Shabab. ¿Quién puede culparlos?

¿Qué hacer? Las medidas vigentes (áreas protegidas, cuotas de pesca, etc.) hoy en día parecen no suficientes. Ahí, la ecología económica, una disciplina bastante nueva, puede ayudar en la explicación.

La tragedia del acceso abierto

Para mostrarlo, me permito pedir paciencia al lector por algunos detalles un tanto técnicos. En una serie de cuatro figuras, ilustro la situación con un modelo que tiene aplicaciones muy generales para la preservación de los recursos no renovables y la diversidad animal.

En primer lugar, es de buen sentido que la producción de peces depende del esfuerzo pesquero proporcionado, por ejemplo, del número de buques fletados para la pesca. Pero esta relación es compleja. Si, en una zona pesquera, no hay muchos buques, la adición de otros buques aumenta el volumen pescado sin poner en peligro la producción, al contrario. La producción sostenible crece con el número de buques. Pero, si más y más buques vienen, esta producción sostenible disminuye después de un máximo y tiende hasta cero, lo que probablemente va acompañado de una población de peces que se reduce a cero. Es lo que representa la figura 1.

Por lo tanto, existe un nivel de esfuerzo óptimo, aquel en el que la producción sostenible es más alta (Pmax).

La figura 2 introduce los costos de la industria pesquera. Más barcos aumenta el costo de la pesca según la línea roja. La diferencia entre la producción y el costo es la ganancia consolidada de la industria para un determinado esfuerzo de producción.

Si hay libre acceso a la pesca, lo que caracteriza un equilibrio competitivo con libre entrada de pescadores, cada empresa de pesca continuará su esfuerzo hasta que su ultimo costo sea igual a los ingresos de su última pesca, es decir, hasta que el beneficio de su última captura sea cero. Esto se muestra en el punto E0 de la figura 3, con una producción menor y una ganancia media nula.

Se trata de la tragedia de los comunes, para utilizar el título del famoso artículo de Garrett Hardin (1968): el acceso abierto reduce la producción y las poblaciones de peces. Las ventajas de la preservación son colectivas e inmensas, pero dispersas; las de la sobreproducción son muy concentradas, privadas y ferozmente defendidas.

Es difícil salir de esta tragedia. El gráfico 4 ilustra el efecto del progreso técnico, como los arrastres más potentes o los equipados con GPS y láser. Como resultado de este progreso, una misma producción puede ser actuada con un costo inferior: la línea roja del costo unitario se está desplazando hacia abajo. Cada empresa de pesca tiene interés en adoptar la nueva tecnología, ya que, si no la adopta, se verá forzada a quitar su actividad. Pero el resultado (figura 4) es rápidamente un menor rendimiento y por supuesto una población de peces aún más pequeña. El progreso técnico, en el contexto de la libre entrada, es destructivo: la ganancia que trae es transitoria, el daño es permanente.

Una observación aquí, específica para la pesca. Los peces suelen evolucionar en bancos agrupados, lo que probablemente provenga de una selección evolutiva: estar en bancos en lugar de estar dispersos por el mar reduce la probabilidad de que los depredadores los detecten. Recordamos que Churchill, ministro del Almirantazgo durante la Primera Guerra Mundial, tuvo que imponer a sus almirantes que los barcos británicos que aseguraban el tráfico transatlántico evolucionasen en convoy en lugar de dispersarse: de esta manera –no intuitiva– consiguieron minimizar los daños causados por los submarinos alemanes. Desgraciadamente, esta práctica inmemorial se volvió en contra de la supervivencia de los peces debido a la tecnología láser que detecta inmediatamente sus bancos: la depredación aumentó a un costo casi nulo.

¿Como regular?

Ante el agotamiento del recurso, las autoridades a menudo se someten a la presión de los pescadores. Las grandes empresas pesqueras saben resaltar a los pequeños pescadores artesanales que están sufriendo. Piden ayudas públicas a los barcos, a los precios del combustible, etc. Tal política es contraproducente, ya que tiene exactamente el efecto del progreso técnico. Otros recomiendan zonas exclusivas de pesca, con cuotas atadas a estas zonas. Pero eso a menudo estimula las inversiones de productividad para ganar la carrera de la captura hasta la cuota o desplaza la pesca intensiva en las zonas no protegidas. Un monopolio público tendría la ventaja de “internalizar” más fácilmente el objetivo de preservación, pero va en contra de una tradición milenaria donde la pesca es una actividad privada y artesanal.

Tenemos que enfrentarnos a los hechos. El único camino no es el progreso técnico, sino el retroceso técnico, como lo muestra al revés la figura 4. Esto significa prohibir herramientas como arrastres largos, láseres, etc. Sobre todo, significa limitar el tonelaje y la potencia de los buques pesqueros. La pesca en el mar, a la diferencia de la acuicultura, debe seguir siendo una actividad artesanal. Para ser efectiva, dicha política debe llevarse a cabo preferiblemente a nivel regional, involucrando a varios países en la costa del Pacífico de América Latina. Chile, que tiene experiencia y liderazgo en acuicultura, se beneficiaría de abogar internacionalmente por una medida de este tipo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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