Al ver la actitud asumida en las últimas semanas por la senadora Rincón (y algunos de sus pares), queda la sensación de que su idea de “tomar palco” y sentarse a observar el sufrimiento ajeno cambió, y decidió pasarse a la galería, para pifiar entusiastamente. En cualquier caso, ello no tiene en sí nada de malo ni es reprochable. Menos en la actividad política, en que las alianzas son con frecuencia instrumentales y efímeras, y se transita del palco a la galería, o a la inversa, con relativa fluidez, dependiendo de las posibilidades y conveniencias.
La anécdota es conocida. En enero de este año, a la senadora Ximena Rincón –entonces presidenta del Senado– se le quedó abierto el micrófono mientras le comentaba a su par de la DC, Jorge Pizarro: “Cómo va a sufrir el próximo Gobierno y yo voy a tomar palco”.
En otras palabras, y según el uso popular de esta expresión, se sentaría cómodamente a mirar lo mal que lo pasaban.
Ante las críticas, salió a aclarar lo que “en realidad” quiso decir, concluyendo con un categórico: “El Gobierno cuenta con mi respaldo, se lo he manifestado así al Presidente el día de hoy y no hay más que explicar”.
Pero, tanto su idea de “tomar palco” como su actitud de “respaldo”, parecen haber sufrido profundos cambios en los últimos meses. Basta, para darse cuenta, con leer las duras frases que le dedicó al Presidente Boric luego que este diera su discurso el 1 de junio pasado.
Como sabemos, el palco es un invento arquitectónico italiano del siglo XVII. Pero adquirió un especial valor social en Venecia en 1637, cuando el Teatro de San Cassiano decidió cobrar a cambio de asistir a presenciar una obra: la ópera Andrómeda. Hasta esa fecha los teatros eran eminentemente privados y de uso familiar. Por lo que San Cassiano es considerada la primera sala de ópera pública del mundo.
En su diseño interior consideraba palcos elevados sobre la línea de asientos de platea. Y, desde ahí en adelante, esa especie de balcón lateral distribuido en niveles a lo largo del edificio, proliferó en los teatros del mundo occidental, transformándose en el lugar predilecto de las familias pudientes. Más importante aún, desde él lucían dicha condición.
Era, en el fondo, un segundo escenario, en el que tenía lugar una representación, ya no cultural, sino social. Por norma, las mujeres se sentaban en la primera fila, mientras los hombres lo hacían detrás, haciendo gala del respeto por las reglas de caballerosidad, pero sobre todo expresando en público su “dominio” sobre ellas.
Desde el palco exhibían su situación de clase adinerada y los modos de vida que le acompañaban.
Muy distintos a la falta de compostura que se apreciaba en la platea y, en especial, en la galería, situada al fondo, elevada sobre las puertas de entrada y donde estaban los asientos más baratos (conocida también, despectivamente, como el “gallinero”). Este era el sector donde se ubicaba el pueblo y en el que evidenciaba su falta de modales, gritando, coreando las canciones, pifiando y hasta comiendo o arrojando objetos. Una escena notable de estas conductas puede ser vista en la bella película Cinema Paradiso.
Fiel reflejo de la sociedad, el palco y la galería eran dos mundos que, habitando el mismo espacio, no se rozaban.
De ahí que, al ver la actitud asumida en las últimas semanas por la senadora Rincón (y algunos de sus pares), queda la sensación de que su idea de “tomar palco” y sentarse a observar el sufrimiento ajeno cambió, y decidió pasarse a la galería, para pifiar entusiastamente.
En cualquier caso, ello no tiene en sí nada de malo ni es reprochable. Menos en la actividad política, en que las alianzas son con frecuencia instrumentales y efímeras, y se transita del palco a la galería, o a la inversa, con relativa fluidez, dependiendo de las posibilidades y conveniencias.
Como ocurrió en el propio Teatro Municipal en Chile, a inicios del siglo XX, cuando la ruina de las antiguas familias patricias llevó a que los nuevos ricos, ajenos a los modos de vida de la clase alta, remataran el derecho a llave de los palcos más codiciados, provocando un “verdadero escándalo” en la sociedad capitalina, como recordaría en sus Memorias el ex Presidente Germán Riesco.