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La derrota del Apruebo y de la izquierda Opinión

La derrota del Apruebo y de la izquierda

Nicolás Rojas Pedemonte
Por : Nicolás Rojas Pedemonte Doctor en Sociología, Director del Centro Vives de la Universidad Alberto Hurtado y Coordinador académico del Observatori del Conflicte Social de la Universitat de Barcelona.
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Este plebiscito, junto al triunfo de Trump y el triunfo del No a los acuerdos de paz en Colombia, tiene mucho que enseñar a la izquierda en el continente y en el mundo. Siempre y cuando el análisis vaya más allá del elitismo cultural y la superioridad moral que lleva a culpar a los «idiotas» y pobres por votar a favor de quienes “los dominan”. Se requiere de explicaciones integrales o multidimensionales para un fenómeno complejo como el electoral. Creer que esta vez le bastó a la derecha con la posverdad, sería subestimar a la ciudadanía, pero también creer que la gente votó contra los contenidos del texto, asumiendo que se perdió simplemente por escribir una propuesta maximalista, es desatender el contexto político y las condiciones prácticas y propiamente electorales de este proceso. La crítica sobre el aparente maximalismo del texto no solo asume que la ciudadanía leyó la propuesta, sino además supone que entre la papeleta y la mente de los electores no existe nada, ni mediaciones, ni contexto histórico ni político.


Más allá de las tesis ya conocidas sobre el poder de la posverdad, el voto castigo al Gobierno y el supuesto maximalismo de la propuesta constitucional, propongo una lista de posibles explicaciones complementarias sobre la abrumadora derrota electoral del Apruebo. Hay factores propios del contexto político y de estrategia electoral que son claves a la hora entender qué pasó en la urnas. A continuación esbozo algunas posibles hipótesis que habría que revisar y discutir en las próximas semanas y meses, con nuevos realineamientos políticos y datos en mano:

Dispersión de fuerzas: Carecer esta vez de la fuerza y experiencia electoral que el Frente Amplio acumuló en la última década, y tenerlas concentradas en gobernar y sacar adelante la gestión, restó capacidad estratégica, recursos económicos y humanos a la campaña del Apruebo. Una campaña con vocerías y con las maquinarias y equipos electorales de los “diputados” Vallejo, Jackson y Boric, hubiese sido muy distinta. Por muy bien que lo hayan hecho Karol Cariola, Vlado Mirosevic, Bárbara Sepúlveda y los movimientos sociales durante la campaña, la experiencia electoral es una cualidad muy específica.

Desgaste electoral: Pocos sectores y proyectos políticos son capaces de ganar cuatro elecciones consecutivas. Ya se había ganado el plebiscito de entrada, la elección de constituyentes y la elección presidencial, en los últimos dos años. Las energías políticas y los recursos son escasos y suficientemente dinámicos para eternizar el éxito electoral. No solo el ánimo de los electores cambia en periodos cortos, sino también los alineamientos internos de las coaliciones políticas.

Fragmentación de la centroizquierda y el centro: Es más fácil alinearse contra un Gobierno autoritario y de derecha, que a favor de un Gobierno progresista, que intenta validarse y que inicia su gestión con medidas impopulares (por ejemplo, el descarte del cuarto retiro) y alta reprobación. Con un eventual Gobierno de Kast, más allá de las medidas anti-Convención que podría haber desplegado, es muy probable que sectores conservadores de los partidos de centroizquierda o de la Democracia Cristiana hubiesen estado por el Apruebo o, al menos, no hubiesen trabajado abiertamente por el Rechazo. Los movimientos necesitan de los partidos y los partidos de los movimientos, para ganar elecciones, pero esta vez los movimientos sociales batallaron bastante solos y no contaron con la fuerza y recursos que involucraron los partidos en campañas como la de Boric o Bachelet.

Adversario difuso: En las comunas donde históricamente ganó el “No” y luego Boric, ahora ganó el Rechazo. Comunas históricamente de izquierda votaron en contra de la nueva propuesta constitucional. Es más fácil votar contra un dictador y contra un fanático de derecha como Kast, un personaje de carne y hueso, que contra una propuesta compleja y de alto nivel de abstracción. Los proyectos políticos no solo se definen por un ideario compartido, sino también por la identificación de un enemigo común: en 1988 fue Pinochet, en 2021 fue Kast. Esta vez no estuvo claro el adversario, ni se asoció la opción del Rechazo a Pinochet. El clivaje autoritarismo/democracia que operó incluso contra Kast esta vez se difuminó y la campaña del Apruebo tampoco fomentó comunicacionalmente la asociación del Rechazo con la “Constitución de Pinochet”.

La ilusión de informar en dos meses a un país: Ni los sectores ABC1 ni la derecha necesitaron leer la propuesta constitucional para rechazarla (la rechazaban antes de estar escrita), y quizás tampoco alcanzaron a leerla, pero el Apruebo apostó por que que los sectores populares leyeran la propuesta, que salieran de sus exigidas vidas y leyeran en pocas semanas un “mamotreto” y se manifestaran a favor. La apuesta fue informar, imprimir constituciones, hacer que la gente se informara, abrir el debate, pero no seducir, conquistar o, derechamente, alarmar como lo hizo la campaña del Rechazo. Estos últimos, durante más de un año, inclinaron anímicamente a la población contra la Convención, mientras el Apruebo apostó por informar y hacer leer a la ciudadanía en dos meses, y con un mes de franja electoral. Las comunas más pobres y con menos acceso a internet (es decir, aquellas que más se informan por televisión), fueron las que más inclinaron la balanza por el Rechazo, y no por ser de derecha o reaccionarios, sino por no tener el suficiente tiempo para informarse y por defender –con la mala y escasa información con que contaban– lo poco que tienen o aquello a lo que legítimamente aspiran (justicia igualitaria, seguridad, casa propia, etc.).

Comunas que han votado históricamente por la izquierda, votaron contra un texto que, en sus duras y vulnerables vidas (con inflación y recesión), difícilmente podrían procesar en pocas semanas. No fueron el texto y su contenido, sino la dificultad práctica para leerlo y asimilarlo. Comunicar los contenidos, bien lo sabe la derecha, no es lo mismo que informar ni abrir el debate, también es seducir y sensibilizar. Eso no logró ni pretendió hacer el Apruebo esta vez, y se inclinó a abrir el debate y la discusión democrática, aun cuando no se contaba con las condiciones ni el tiempo. Esto podría visibilizar la distancia entre las concepciones de vida del mundo popular y las concepciones más ilustradas respecto a la vida del progresismo.

La movilización del nacionalismo y de la ideología colonial: Nada más efectivo que movilizar las pasiones nacionalistas y racistas en un país fracturado por la violencia y la negación del otro, ya sea migrante o indígena. Desde que comenzó el trabajo de la Convención, se instrumentalizó políticamente el racismo más profundo e inconsciente de la idiosincrasia chilena, para levantar sospechas y denostar una asamblea liderada por una mapuche, y un texto que por primera vez les reconocía derechos a los pueblos originarios. Los derechos consagrados internacionalmente a los pueblos originarios se disfrazaron aquí de privilegios. El supuesto poder de veto, la presunta impunidad indígena, la plurinacionalidad y la fragmentación territorial del país, fueron de gran efectividad para atemorizar incluso a quienes han votado y pueden seguir votando por presidentes de izquierda.

Ausencia de un “marco discursivo maestro” para un nuevo electorado “despolitizado”: más allá de los contenidos del texto propuesto, se careció comunicacionalmente de un discurso efectivo que le hiciera sentido a un electorado que votaba por primera vez, y que se caracteriza, no por ser de derecha sino por ser práctico, y por estar alejado de las grandes discusiones políticas y filosóficas. Contenidos de vanguardia y posmaterialistas son necesarios en una Constitución moderna, pero no en el discurso comunicacional de campaña, sobre todo cuando se trataba de conquistar ahora a un nuevo electorado, más inmerso en los apremios de la vida cotidiana que en la discusión política tradicional. Esperando que leyeran la propuesta, se desestimó comunicacionalmente conectarlos emocionalmente con relatos universales que sí encarnaba la propuesta constitucional, como, por ejemplo, la lucha contra la corrupción, el endeudamiento o el elitismo, entre otros. No se buscó sensibilizar a este nuevo electorado, sino instruirlo sobre temas complejos y diversos sin un relato articulador (discurso maestro), que resonara en lo más cotidiano y arraigado en sus territorios precarizados.

Este plebiscito, junto al triunfo de Trump y el triunfo del No a los acuerdos de paz en Colombia, tiene mucho que enseñar a la izquierda en el continente y en el mundo. Siempre y cuando el análisis vaya más allá del elitismo cultural y la superioridad moral que lleva a culpar a los «idiotas» y pobres por votar a favor de quienes “los dominan”. Se requiere de explicaciones integrales o multidimensionales para un fenómeno complejo como el electoral. Creer que esta vez le bastó a la derecha con la posverdad, sería subestimar a la ciudadanía, pero también creer que la gente votó contra los contenidos del texto, asumiendo que se perdió simplemente por escribir una propuesta maximalista, es desatender el contexto político y las condiciones prácticas y propiamente electorales de este proceso. La crítica sobre el aparente maximalismo del texto no solo asume que la ciudadanía leyó la propuesta, sino además supone que entre la papeleta y la mente de los electores no existe nada, ni mediaciones, ni contexto histórico ni político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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