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Ministerio de las Culturas: allí estaba la clave Opinión

Ministerio de las Culturas: allí estaba la clave

Roberto Mayorga
Por : Roberto Mayorga Ex vicepresidente Comité de Inversiones Extranjeras. Doctor en Derecho Universidad de Heidelberg. Profesor Derecho U.Chile-U. San Sebastián.
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Un real y profundo cambio cultural es de larga data; sería ingenuo pensar que aquellas conductas negativas se modificarán de un día a otro, sin embargo, señales iniciales que anuncien políticas en dicho sentido podrían crear conciencia en la ciudadanía de la necesidad y urgencia del cambio, si se aspira a una sociedad integrada en torno a objetivos comunes. De lo que se trata, como simple y modesto punto de partida, es de la implementación de programas, planes o campañas formativas respecto a conceptos neurálgicos y complementarios susceptibles de generar consensos, como son los de “bien común y buen vivir”, como un puente capaz de unir dos visiones trascendentales contenidas en la Constitución vigente y en la derrotada propuesta constitucional.


Sin un profundo cambio cultural que modifique radicalmente modos de ser, rasgos, conductas negativas y destructivas de parte de la población, es posible que nada cambie en Chile, y que de poco o nada sirvan un eventual nuevo proceso constitucional, ampulosos y publicitados acuerdos políticos o declaraciones altisonantes y no confiables de dudosa unidad.

Históricamente el país ha carecido de política cultural, al menos en las últimas décadas, entendida la cultura como el modo de ser de la población en sus rasgos colectivos, como la actitud entre sus gentes, la consideración de unos a otros, hacia los otros y lo otro, esto es, sustentada en la convivencia social y la preservación de la naturaleza.

Estos rasgos, actitudes y conductas comunes, en la medida que permitan la libre expresión de posiciones o visiones diferentes, son el supuesto de la armonía y la paz social. Sabemos que la realidad es otra, que gradualmente parte de la sociedad se ha contaminado por la violencia física o psíquica, la criminalidad, las descalificaciones, intolerancias, abusos e injusticias, esto es, una cultura de lo negativo y destructivo. Por ello, cualquier iniciativa, por positiva que sea, provenga de quien provenga, tenderá a ser obstruida o destruida, impidiendo o entorpeciendo toda posibilidad de gobernabilidad.

Un real y profundo cambio cultural es de larga data; sería ingenuo pensar que aquellas conductas negativas se modificarán de un día a otro, sin embargo, señales iniciales que anuncien políticas en dicho sentido podrían crear conciencia en la ciudadanía de la necesidad y urgencia del cambio, si se aspira a una sociedad integrada en torno a objetivos comunes.

De lo que se trata, como simple y modesto punto de partida, es de la implementación de programas, planes o campañas formativas respecto a conceptos neurálgicos y complementarios susceptibles de generar consensos, como son los de “bien común y buen vivir”, como un puente capaz de unir dos visiones trascendentales contenidas en la Constitución vigente y en la derrotada propuesta constitucional. Ambos conceptos alimentan positiva y constructivamente el alma en las personas, enseñando que los legítimos intereses individuales son compatibles con los intereses generales de la nación, que nuestra libertad limita en la libertad de los demás, que poseemos derechos y que los derechos de otros son deberes para nosotros.

Campañas públicas, con apoyo del sector privado, con esos contenidos y otros similares –inexistentes en Chile– son posibles y pueden implementarse por colegios, universidades, municipios, gremios, instituciones civiles o religiosas, en coordinación con un renovado Ministerio de las Culturas, pues de lo que se trata justamente es de exaltar aquel bien común y aquel buen vivir, en una gesta que corresponda a todos por igual.

Lo anterior no implica cercenar o limitar el acento que el Ministerio de las Culturas le han concedido a las artes. Sin duda las artes, la poesía, literatura, pintura, música, teatro, etc., son la expresión más excelsa de la cultura, pero se refiere a quienes son artistas, que por cierto irradian a la sociedad sus talentos. Pero de lo que se trata en estas reflexiones es de hacer extensiva la política cultural a toda la población, como se expresó, a fin de transformar modos de ser destructivos en actitudes positivas, constructivas, confiables.

Experiencias comparadas podrían ser orientadoras en estas campañas, como la que se ha realizado en algunos países, a vía de ejemplo Filipinas, bajo el leitmotiv de “Calidad Humana”, entendida esta precisamente como un modo de ser noble, recto, fraterno, acogedor, confiable, de profundo contenido humano. El lema de esa campaña en colegios filipinos ha sido “haz el bien y hazlo cada vez mejor”.

Es conmovedor observar cómo se enseña y forma a los niños bajo la consigna “You matter for me because you are you, not because what you have or because your position, but because you are you” («Tú vales para mí porque tú eres tú, no por lo que posees o por tus cargos, sino porque tú eres tú»). Esas y similares ideas fuerzas van conformando el bagaje cultural de la población, sus actitudes y conductas colectivas, que posibilitan que el ordenamiento jurídico y político y el desarrollo económico se cimienten en sólidas bases culturales y generen un clima general de identificación, bienestar y armonía.

No debe incurrirse en ingenuidades, lo anterior no implica crear un mundo paradisíaco, siempre habrá violencia, descalificaciones, mala leche, pero lo importante es que la tendencia general vaya en otra dirección y se esté consciente de la importancia de que aquella actitud de calidad humana debe cautelarse en las mayorías.

En algunas universidades suele enseñarse el concepto conocido como “la realización espontánea del Derecho”.  Esto es, el acatamiento natural a las normas, no por la sanción que conllevan sino por esa especie de actitud espontánea de respeto al orden social, que consciente o inconscientemente se percibe fundamental en la sana convivencia. Dicha realización está íntimamente vinculada a la calidad humana de las personas, en el sentido anteriormente descrito, esto es, como parte de la cultura de un pueblo.

Lamentablemente, poco o nada se analizan estos temas en la crítica hora presente y el ministerio, que debería liderarlos, continúa marginado de las grandes y necesarias decisiones que urgentemente requiere el país para retomar un camino, simultáneamente, de progreso y paz social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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