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La sociedad volátil Opinión

La sociedad volátil

Jorge Gillies
Por : Jorge Gillies Periodista, académico de la Facultad de Humanidades de la UTEM
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Sería muy riesgoso para la estabilidad política del país que un sector, en este caso la derecha, o quienes desde el centro apoyaron la opción Rechazo, se sintieran triunfadores absolutos de este ciclo político, tal como lo hizo la izquierda después del plebiscito de entrada y la elección de la Convención Constitucional. Porque en un marco de tanta volatilidad la situación puede volver a cambiar en forma igualmente rápida y drástica en el otro sentido.


En su libro autobiográfico Regreso a Reims, el sociólogo francés Didier Eribon constata con desazón cómo una parte significativa del electorado del ultraderechista Frente Nacional proviene de sectores obreros que originalmente apoyaban al Partido Comunista. ¿Cómo se puede explicar este cambio tan drástico? La razón no es tan compleja: hasta la década de 1990, el PC francés era una fuerza institucional, que controlaba numerosos municipios y brindaba protección y seguridad a quienes buscaban su alero. Perdido su poder después de la caída del campo socialista, muchos ciudadanos quedaron desprovistos de esa sensación de seguridad y –enfrentados a crecientes problemas económicos y laborales y a nuevas olas de inmigración– buscaron en el bando opuesto a quien les ofreciera una nueva identidad y a lo menos una promesa de solución ante la crisis. Es decir, se trata menos de un proceso ideológico que de una postura de búsqueda de nuevas respuestas en medio de la incertidumbre.

Este proceso de desideologización, acentuado después del fin de la Guerra Fría, ha sido analizado in extenso por el experto en comunicación política catalán Antoni Gutiérrez-Rubí, en su momento asesor de Joaquín Lavín y figura decisiva en el triunfo del candidato izquierdista Petro en Colombia. Para Gutiérrez-Rubí, los factores determinantes en los procesos electorales actuales son de índole emocional, lo que lleva a decisiones imprevistas y cambiantes, centradas muchas veces en el llamado “voto de castigo”, que se vuelca contra quienes en un momento dado detentan el poder.

Este factor, insuficientemente atendido por las élites políticas, ayuda a entender el resultado del plebiscito constitucional. Algo finalmente no tan sorpresivo si se considera que en nuestro país ya se habían registrado resultados electorales inusitados, como el triunfo de un candidato de extrema derecha en la primera vuelta de la pasada elección presidencial y el tercer lugar obtenido en esa misma ocasión por un postulante que se mantuvo durante toda la campaña fuera del país, algo inédito a nivel internacional.

Por otra parte, la emocionalidad imperante ha impedido visualizar un hecho crucial. La votación de la opción Apruebo superó a la obtenida por Gabriel Boric en la segunda vuelta presidencial. Es decir, no hubo una fuga de votos entre quienes apoyan al actual Presidente. El factor decisivo del triunfo del Rechazo estuvo en esa masa de más de cuatro millones y medio de votantes nuevos que concurrieron a las urnas como producto del voto obligatorio. Para las empresas encuestadoras, era imposible detectar la intención de voto de estos electores. Y por eso todas fallaron, claro que en sentido inverso a lo que muchos pensaban o deseaban.

Así las cosas, sería muy riesgoso para la estabilidad política del país que un sector, en este caso la derecha, o quienes desde el centro apoyaron la opción Rechazo, se sintieran triunfadores absolutos de este ciclo político, tal como lo hizo la izquierda después del plebiscito de entrada y la elección de la Convención Constitucional. Porque en un marco de tanta volatilidad la situación puede volver a cambiar en forma igualmente rápida y drástica en el otro sentido.

Urgen, por tanto, acuerdos amplios y con mirada de largo plazo para asumir claramente políticas centradas en los problemas más álgidos, como seguridad, control migratorio, pensiones y apoyo a los sectores más desprotegidos. Todo ello para garantizar la continuidad del proceso constitucional en un marco de estabilidad, que evite una profundización de la crisis, lo que podría terminar en un descalabro de nuestro sistema democrático.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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