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¿Aún tenemos centro? Opinión

¿Aún tenemos centro?

Juan Pablo Parada da Fonseca
Por : Juan Pablo Parada da Fonseca Abogado, Universidad de Chile
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Por un lado, se podría agradecer el gesto del Presidente. En momentos como el actual, en que una porción significativa de santiaguinos vive la ciudad como un mar de ruido, mugre y miedo, el cual cruzan para desplazarse entre islas, y en que el núcleo de la ciudad se desplaza cada vez más hacia el oriente, el objetivo del recorrido ciclista sería recordarnos que aún tenemos centro, que no lo demos por perdido pese al evidente deterioro. El Presidente en este caso sería una especie de “guardián del casco histórico”, al haber además elegido a Barrio Yungay como su residencia. Sin embargo, por otro lado, se podría argüir que tratar de emular al primer ministro neerlandés, Mark Rutte, quien diariamente realiza sus desplazamientos en bicicleta, resultaría paradójico, pues se estaría tratando de instalar una aparente situación de normalidad que no es tal.


El Presidente Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) acostumbraba a caminar diariamente a La Moneda desde su departamento ubicado en la calle Phillips 16, muy cercano a la Plaza de Armas. Era un centro de Santiago tranquilo, en que, pese a las diferencias políticas, la máxima autoridad de la República podía caminar tranquilamente por las calles de la capital.

Esa sensación se fue resquebrajando a medida que aumentó la polarización política durante la década de los 60, llegando a su máximo nivel durante la elección de 1970. Lo anterior significó que el entonces futuro Presidente Salvador Allende decidiera crear el GAP (Grupo de Amigos Personales) con el objeto de asegurar su protección.

Cincuenta años después, en que las medidas de seguridad del Jefe de Estado no han sino aumentado, transitar por el centro de Santiago para el ciudadano común se puede resumir en una palabra: convulsión.

Autos, buses, motocicletas, bicicletas, repartidores y taxistas transitan, con bocinazos de por medio, por una Alameda que aún siente el paso del estallido social. A pasos de la bandera instalada con ocasión del Bicentenario, frente al Palacio de Gobierno, se observan carpas de personas en situación de calle. El comercio ambulante abunda. Funcionarios de la Salud protestan fuera del ministerio con guardias de seguridad cuidando que nadie entre o pueda ocasionar algún desmán. Un carabinero anuncia a los locatarios del barrio Lastarria que tengan precaución por protestas cercanas al Centro Cultural Gabriela Mistral.

Minutos después, estudiantes secundarios cortan la Alameda a la altura del Metro Universidad Católica, lo que obliga a cerrar la estación. Llega el carro lanzaguas. Se producen enfrentamientos entre Carabineros y los manifestantes.

Todo este tipo de situaciones descritas suceden en un día cualquiera en el centro de Santiago. Por ello, no podemos sino evaluar simbólicamente que la máxima autoridad de la República decida, en un momento de estas características, transitar en bicicleta como un ciudadano más.

Por un lado, se podría agradecer el gesto del Presidente. En momentos como el actual, en que una porción significativa de santiaguinos vive la ciudad como un mar de ruido, mugre y miedo, el cual cruzan para desplazarse entre islas, y en que el núcleo de la ciudad se desplaza cada vez más hacia el oriente, el objetivo del recorrido ciclista sería recordarnos que aún tenemos centro, que no lo demos por perdido pese al evidente deterioro. El Presidente, en este caso, sería una especie de “guardián del casco histórico”, al haber además elegido a Barrio Yungay como su residencia.

Sin embargo, por otro lado, se podría argüir que tratar de emular al primer ministro neerlandés, Mark Rutte, quien diariamente realiza sus desplazamientos en bicicleta, resultaría paradójico, pues se estaría tratando de instalar una aparente situación de normalidad que no es tal. El Presidente, en esta situación, sería un actor (¿o una víctima?) más de lo que se conoce como la civilización del espectáculo, tal como nos tenía tan acostumbrados el ex Presidente Piñera.

En definitiva, no podemos dejar de señalar que si el Ejecutivo quiere seguir apostando por este tipo de símbolos para subir su aprobación ciudadana, sería provechoso que fuera acompañado de la presentación de medidas concretas, tal como lo realizó la semana pasada la alcaldesa (¿candidata?) Evelyn Matthei, al anunciar la refacción del sector de Plaza Italia. Por tanto, sería positiva una mayor incidencia del Gobierno central en el proyecto Eje Alameda-Providencia y aprovechar la oportunidad para implementar medidas concretas que apuesten por una transformación positiva para nuestra ciudad.

Si no, el Presidente montando su bicicleta quedará como una anécdota menor y vacía en nuestro corolario histórico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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