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La «guerra» de Johnny y Vecchio

La «guerra» de Johnny y Vecchio

El arquero de la U, a pito de escopeta, atacó a algunos jugadores albos y de vuelta recibió lo que en boxeo se denomina “golpe bajo”. En cosa de minutos, las redes sociales estallaron con las brillantes opiniones de criteriosos hinchas albos y azules. Resultado: tenemos ya el combustible para el incendio del próximo Superclásico. Estamos todos locos…


A propósito de nada, como siempre, el inefable arquero Johnny Herrera arremetió contra los jugadores de Colo Colo, los que, según él, “recurren a la Biblia cuando les conviene”, en clara alusión a varios albos que, respaldados en la libertad que les franquea la Constitución, se han declarado evangélicos.

Según el criterio de Johnny, serían algo así como el padre Gatica, que predica pero no practica. La clara simulación de Gonzalo Fierro, que significó el pasado domingo la expulsión de Lezcano, jugador de Iquique, le había dado al arquero el pretexto justo para, una vez más, y para regocijo de sus hinchas, evidenciar lo anti colocolino que siempre ha sido.

Como se esperaba, Emiliano Vecchio se puso el sayo que le ofrecía el meta azul y respondió con una virulencia digna de mejor causa, señalando a través de su Twitter que “no me da vergüenza leer la Biblia. Vergüenza me daría andar por la calle sabiendo que maté a una persona”. La réplica, demoledora para quien fue condenado por cuasidelito de homicidio por causar la muerte de la joven Macarena Cassasús, el 20 de diciembre de 2009, no logró, sin embargo, acallar al jugador de la U, que comentó escuetamente lo dicho por Vecchio con un simple “le llegó”.

La polémica no pasaría de ser una anécdota, una estúpida pérdida de tiempo, si no fuera porque las redes sociales estallaron con una sangrienta disputa verbal entre quienes apoyaban al arquero azul y aquellos que, teniendo el corazoncito albo, pensaban que Vecchio le había dado su merecido al Johnny. Como en cualquier Superclásico que se precie de tal, las descalificaciones y los insultos mutuos volaron.

¿A nadie se le ha ocurrido nunca reclutar a estos opinantes muchachos para la Academia Diplomática? Porque el nivel de los argumentos es tan elevado que se antoja una soberana tontería llamar a concurso para llenar los cupos con esos cerebros que aspiran a formar parte del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Para qué hablar de las “ideas fuerza”, la redacción y la ortografía de la inmensa mayoría de estos abogados de pacotilla. Deben ser, sin duda, la envidia de un Javier Cercas o un Vargas Llosa. Una prueba más -si todavía hacía falta- del nivel paupérrimo a que ha llegado la educación chilena.

El problema mayor es que esto no queda aquí. Lo que afirma Herrera y responde Vecchio se transforma en el mejor combustible para provocar el incendio que rodeará al próximo Superclásico. ¿De qué puede servir ese chanterío de Estadio Seguro, inventado por el gobierno de Sebastián Piñera para darle trabajo a un gañán, cuando los protagonistas principales de ese espectáculo llamado fútbol -léase los jugadores- se encargan gratuitamente de atizar el fuego y profundizar las odiosidades entre los dos bandos en pugna? ¿De qué vale llamar a la pacificación de los espíritus, a pedir de las barras un comportamiento civilizado, si tipos emblemas de uno y otro equipo se agreden verbalmente sin asco a través de los medios de prensa y las redes sociales?

Con ese clima de odiosidad, de violencia dificultosamente contenida, ¿qué podemos esperar del hincha irracional que, cuando es parte de la masa, es más irracional todavía? Bien poco, en realidad. Y mucho menos cuando los propios jugadores, verdaderos ídolos para estos tontitos de una pobreza espiritual supina, se encargan de que ese odio se nutra incluso en aquellos períodos en que, por no haber un partido a la vista, debiera imperar un criterioso alto al fuego y una suspensión de las hostilidades.

Para el hincha que va al fútbol con la única intención de ver fútbol, y si gana su equipo tanto mejor, asistir a un Superclásico, a un Clásico o a un simple partido de esos denominados “de alta convocatoria”, resulta cada vez más difícil y más ingrato. De partida, sólo un optimista sin remedio, o un irresponsable de marca mayor, se atrevería a hacerse acompañar por su familia, es decir, por su mujer sus hijos. Porque doble contra sencillo que habrá, de todas maneras, verdaderas batallas campales, agresiones inmisericordes, tipos acuchillados y gente decente -en minoría- arrancando en estampida. El resultado es triste, pero real: hace rato que el fútbol dejó de ser un espectáculo familiar. Los hay incluso quienes, hinchas del tablón durante toda una vida, hartos del flaiterío, se alejaron para siempre de los estadios, optando por ver los partidos a través del cable.

¿Cuántos años que el Nacional o el Monumental no exhiben para un Superclásico un lleno como los de antes? Muchos. Porque o la gente que tiene miedo mezquina su asistencia o porque, “por razones de seguridad”, el aforo es drásticamente reducido, con el consiguiente perjuicio económico de clubes que, más allá de su inmensa popularidad, o caso por eso mismo, se ven mes a mes en aprietos para parar la olla y conseguir que los accionistas no se vayan, aburridos de pedirle peras al olmo. En otras palabras, esas ganancias que espera todo tipo que mete platita en una Sociedad Anónima.

Haciendo un ejercicio de futurología, no sería extraño que, de seguir así las cosas, los Clásicos y Superclásicos terminen jugándose sólo con la barra de aquel club al que le corresponde oficiarlas de local. Más triste aún: que llegue el día en que el fútbol se juegue en soledad o casi, es decir, con la sola presencia de aquellos lumpen afiebrados que ven cada partido frente al rival tradicional como una guerra que constituye casi una cuestión de honor afrontar.

Ya va siendo hora de que los dirigentes (tratándose de Sociedades Anónimas más bien habría que decir regentes) tomen esto en serio y pongan el freno a esa incontinencia verbal que de tanto en tanto afecta a algunos jugadores. Hay que intentar parar esta espiral de violencia que va in crescendo y que no tiene visos de detenerse. No se trata de aplicar una “ley mordaza”, porque en este país recuperar la libertad de expresión costó muertos, torturados y desaparecidos, y no se trata de perderla livianamente, ni siquiera para el fútbol. Se trata de que los jugadores se concentren exclusivamente en lo deportivo y dejen los ataques personales o institucionales de lado. ¿Qué necesidad tuvo el mismo Johnny Herrera tiempo atrás de referirse al estadio de Pedrero como “vertedero”?

Porque, al final de cuentas, esto es sólo fútbol, definido sabiamente una vez como “la cosa más importante de entre aquellas que no son importantes”. Donde es legítimo y sano que exista la rivalidad, porque al cabo el deporte es, en esencia, competición, una lucha denodada y limpia por ser mejor. ¿En qué momento perdimos la brújula? Un triunfo azul, años atrás, a lo más implicaba la broma pesada del día lunes en la oficina para aquel que era albo, y viceversa. Los más audaces pagaban una apuesta vistiendo la camiseta del archirrival o tirándose con ropa a una pileta pública. En suma: había rivales, pero no enemigos.

Se viene diciendo hace tiempo que Chile es un país enfermo. Por las farmacias existentes, que surgen cual callampas en cada cuadra de cada ciudad del territorio, pareciera ser cierto. Con o sin colusión, el negocio igual prospera. No puede ser casualidad.

El problema es que, en lo que respecta a fútbol al menos, pareciera que estamos todos locos. Que en vez de ir a una farmacia, estamos para partir derechito al siquiátrico.

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