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Don Delillo y el silencio posterior al fin de la tecnología CULTURA

Don Delillo y el silencio posterior al fin de la tecnología

Sergio Sepúlveda A.
Por : Sergio Sepúlveda A. Sergio Sepúlveda A. Profesor Escritura Creativa PUCV
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El autor estadounidense despliega en “El Silencio” (Seix Barral, 2020) una contundente visión sobre un apagón tecnológico y energético a nivel mundial. El caos de las calles y del fin de las pantallas brillantes, revela lo débiles, insignificantes y frágiles que somos ante un mundo sin tecnología.


No es casualidad que Don Delillo (Nueva York, 1936) comience su última y más breve novela “El Silencio” (Seix Barral, 2020) con esta cita de Albert Einstein: “No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta se librará con palos y piedras”.

Don Delillo, referente de las letras estadounidenses y autor de las monumentales Ruido de Fondo (1985), Submundo (1997) y Cero K (2016), aborda en “El Silencio” una realidad donde somos testigos del inicio del fin de la tecnología y de un apagón energético a nivel global. Con ecos estilísticos influenciados por el cine de Ingmar Bergman —específicamente en la película “El Silencio” (1963)— la novela posee dos partes, estructuralmente distintas, donde alterna las historias y pensamientos de los personajes con lo que supuestamente sucede en el exterior.

El argumento tiene como telón de fondo un domingo del Super Bowl en el año 2022. Cinco amigos han quedado para cenar en un apartamento en Manhattan y se enfrentan a un apagón tecnológico del cuál no existe información. Una profesora de física jubilada, su esposo adicto a los deportes y su exalumno (experto en “La teoría de la relatividad” de Einstein), aguardan a una pareja de amigos, un ejecutivo y una poetisa, que regresan de un accidentado vuelo desde París.

La confusión se vuelve generalizada cuando el mundo se queda a oscuras. Los personajes quedan a la deriva de sus propias suposiciones cuando las pantallas se van a negro y los teléfonos dejan de funcionar. ¿Cómo saben qué sucede afuera si no tienen la valiosa información que proporciona la tecnología? ¿Cómo saben de los otros sin internet ni redes telefónicas? ¿Cómo configuran una nueva existencia sin la comodidad que entregan los electrodomésticos que los rodean?

La densidad de la novela se condensa en los detalles que se omiten (o como diría Hemingway, en lo no narrado) y también en la fuerza de sus imágenes. Cuesta olvidarse de la escena conmovedora, sombría y patética del esposo frente al televisor apagado mientras imagina y relata en voz alta los supuestos comerciales y comentarios previos al Super Bowl. El intento de llenar el silencio exterior. La soledad rotunda de escuchar solo lo que emerge de nuestro cerebro.

En las ruinas del futuro

Como las enanas blancas que han agotado su combustible nuclear, “El Silencio” se configura como un remanente estelar del pensamiento humano cuando no tenemos la referencia tecnológica. Si en “La Carretera” de Cormac McCarthy la crisis global se refleja en el regreso a una existencia salvaje de sobrevivencia, en Don Delillo se revela como un desconcierto del pensamiento abstracto y del aislamiento comunicativo que emerge en los individuos ante la catástrofe.

La tecnología ha cambiado nuestra forma de pensar, dice Delillo en una entrevista reciente. No es improbable la situación que narra y la desesperación mundial que desataría un apagón tecnológico. Lo hemos experimentado en pequeñas dosis en terremotos o en cortes masivos de servicios, pero no de manera definitiva. La novela nos plantea esas preguntas fundamentales que aún no tienen respuestas y una crisis existencial que no somos capaces de dimensionar en nuestro futuro cercano.

Quizás las pantallas inteligentes —repletas de información que predice y guía nuestros futuros gustos— esconden nuestro propio ruido interior y lo disminuyen al mínimo para aumentar el goce que nos producen los estímulos externos. Don Delillo nos plantea que el silencio exterior, producto de un apagón tecnológico, nos revela el desapego que tenemos con nuestra parte más animal y salvaje. Y he ahí la gran tragedia posmoderna que nos plantea: hablamos para nosotros mismos y no somos escuchados, estamos solos en el ruido de la multitud. Es el sonido que sale de nuestras bocas, palabras vacías, frases como números que se suceden en la vigilia, la nada después de la nada. Solo el silencio implacable que deja el viento. Nuestro reflejo errático en una pantalla que se va a negro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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