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Roser Bru, una líder adelantada a su tiempo CULTURA|OPINIÓN

Roser Bru, una líder adelantada a su tiempo

Ella trabajó desde ese anclaje de la fuerza femenina, como un marco cultural fundamental que le da alimento a la mente y el alma; lo femíneo-simbólico de la sandía y la marca de lo fértil. Si bien, es imposible no pensar en un raigambre latinoamericano, telúrico, matérico, de signos compartidos, en Bru se siente a la mujer como una creadora de cultura en su amplio sentido. Eso ella lo trabaja desde una mirada global, que cruza justo un discurso planetario, más allá de las fronteras. Pero ante todo, observo en Roser Bru ese afán universal de atesorar la memoria, y experimentar siempre con nuevos medios para comunicarla


Roser Bru fue una líder adelantada a su tiempo. Estratégica, valiente, asertiva. Siempre fue una mujer que generó diálogo, grupos de trabajo, ampliando su voz sensible y crítica, pues tenía la lucidez de sensibilizar a otros. Su calidad de refugiada de la Guerra Civil Española la marca no solo desde el sobrevivir, si no del qué hago ahora que sobreviví. No pudo no ser una voz crítica de las violaciones a los derechos humanos, la Segunda Guerra Mundial y el pánico al exterminio de cuerpos e ideales.

Nacida en Barcelona, ella llegó a Chile como «viajera» no voluntaria, sobreviviendo a un horror, en un viaje doloroso con un grupo de inmigrantes altamente lúcidos intelectualmente, que vinieron a escuchar a esta nueva tierra desde su propio desarraigo. Roser asume ese toque sensible de la desarraigada resistente, con una voz reflexiva que la acompañó siempre. Nunca dejó de ser esa viajera del icónico Winnipeg.

Eso hizo de Roser una mujer que estuvo siempre creando redes y que marcó su obra como una declaración de esos procesos. Es en la fase de “Desmaterializaciones”, como la llama Adriana Valdés, que los cuerpos hablan de ese desarraigo de sí, transparentados e incluso superpuestos a ese “otro” dejado más allá del Atlántico, o desaparecido y vejado en silencio. Nombres, fotografías que identifican al ausente, y números como códigos secreto, que están marcados por los hechos políticos de Chile en ese momento. Y es valiente y clara en hacer de su obra una superficie que alerta.

Además de la lucidez propia de su obra, esta se constituye en sí misma, en un manifiesto. La coincidencia de la propia crisis compartida con su generación es, además, la crisis de la representación de lo irrepresentable. El lugar del cuerpo en capas, presente o ausente, mirando hacia dentro: ese fue el vehículo para declarar mediante el grabado, la pintura y el dibujo; fue un declararse como un sentido de disciplina y deber. En ella estaba la mujer artista e intelectual, que es resistente al olvido activo.

Mi mamá, la señora Rosa Abarca, recuerda bien ese talante de Bru. Fueron compañeras de generación en la escuela de Bellas Artes, compartiendo en el taller, con los maestros Pablo Burchard e Israel Roa. Hemos recordado desde su fallecimiento que, en dónde estuviera Roser, ella generaba atención, sin estridencias; con voluntad y capacidad de ser parte, y generar acuerdos en la diferencia. Era muy generosa con otras artistas, y exponía con fuerza sus puntos de vista. Compartió sin duda con la misión creadora de su Grupo de Estudiantes Plásticos (GEP) donde Balmes, Barrio y Antúnez, entre otros, hacen obra, declarando principios, culturales, estéticos, sociales e ideológicos. No olvidemos que entra al Taller 99 creado por Nemesio, y desde allí- en la técnica e impronta social del grabado- multiplica y amplía su trabajo, sumándose a la necesidad expresiva y declarativa de su generación. Quedarse callados era impresentable.

Las mujeres de las décadas de los 30s, 40s y 50s -sobre todo en el ámbito de las artes-, requerían de una fuerza enorme para encontrar un lugar, y Roser Bru tuvo la solidez artística y el apoyo de su grupo, para hacerse oír. Fue una líder de voz crítica en tiempos difíciles, Pensamiento y sensación. Consecuencia ideológica e investigación plástico-visual, cruzan a Bru en medio de la escena.

Casi hemos olvidado que es catalana, y podríamos soslayar que en su obra está tan presente la tensión cromática entre los colores de la bandera española y chilena. En ese ámbito de la poesía visual de los 60s en Chile, ella tiene un lugar. Sus marcas, sus líneas, su decisión de establecer diálogos entre rostros en distintas capas y planos, hay allí una fuerza discursiva donde no hay susurro. Rostros, cabezas, torsos, son cuerpos misteriosos y demandantes; tensos, ausentes, disueltos, en estado “grávido, expandido, duplicado” como lo dijo Diamela Eltit. Ella ha propuesto un sistema visual como un discurso, que pone en proceso e imagen, el traspaso de formas que surgen de su urgencia, siempre de la urgencia (como si el peligro de naufragar estuviera presente una y otra vez). En uno de los períodos en que integra la tachadura -como necesidad de negar- y la impronta informalista del catalán Antoni Tàpies, suma imágenes híbridas de una realidad que le parece insoportable.

Es así como desde 1988 integra un nuevo universo, sentido-pensado, el devenir de su vida personal y su compromiso social. En su discurso gráfico aparece un signo de tachadura y resistencia: las cintas negras, junto a fotografías intervenidas, documentos, noticias, frases y números que refuerzan su mensaje y no esconden su toma de posición.

Ella trabajó desde ese anclaje de la fuerza femenina, como un marco cultural fundamental que le da alimento a la mente y el alma; lo femíneo-simbólico de la sandía y la marca de lo fértil. Si bien, es imposible no pensar en un raigambre latinoamericano, telúrico, matérico, de signos compartidos, en Bru se siente a la mujer como una creadora de cultura en su amplio sentido. Eso ella lo trabaja desde una mirada global, que cruza justo un discurso planetario, más allá de las fronteras. Pero ante todo, observo en Roser Bru ese afán universal de atesorar la memoria, y experimentar siempre con nuevos medios para comunicarla.

Rosa Droguett es académica del Instituto de Estética UC y doctora en Filosofía con Mención en Estética y Teoría del Arte.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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