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Opinión: De la Crespa no hay que esperar milagros

Opinión: De la Crespa no hay que esperar milagros

Muchos piensan, incluidos personeros de la Federación, que el título del mundo de Carolina Rodríguez puede significar la resurrección del boxeo nacional. Pero la crisis es demasiado profunda para que una solitaria deportista logre devolver a la actividad al nivel de calidad y jerarquía que alguna vez tuvo. En el umbral de su Centenario, esa entidad está obligada a jugar en este proceso un papel preponderante.


Lo he escuchado más de una vez por estos días: el título mundial de Carolina Crespa Rodríguez va a significar el resurgimiento del boxeo nacional. Lo tomé como correspondía, es decir, una simple expresión de buenos deseos del aficionado que –desgraciadamente- no van de la mano con la realidad. De visita en la Federación, sin embargo, de parte de personeros del organismo escuché algo parecido y entonces la simple anécdota se me transformó en un tema para el análisis y la discusión.

¿De verdad el que la Crespa Rodríguez sea campeona del mundo de peso gallo de la Federación Internacional de Boxeo (FIB), una de las cuatro entidades “de verdad” que rigen el pugilismo planetario, puede implicar la concreción de tamaño milagro? Creo que no. Que, desgraciadamente, la crisis que vive desde hace décadas el boxeo nacional no se supera por el solo hecho de tener una figura de primer plano que, de tanto en tanto, despierte el masivo entusiasmo en la tarea de defender su corona.

Para decirlo pronto y con toda claridad, la crisis es demasiado profunda para que pueda ser superada gracias al esfuerzo individual de una solitaria deportista. Hasta ahora, a la Crespa le ha resultado todo bien: ganó el título del mundo el 5 de mayo del año pasado dando todo un golpe a la cátedra en Monterrey, México, al vencer a la entonces reina de la categoría, Janeth Pérez, y defendió exitosamente su cetro primero ante la colombiana Dayana Cordero, el pasado 9 de agosto, y luego, el 12 de diciembre, frente a la misma peleadora azteca a la cual había arrebatado la corona.

Ahí surgió, además, un aspecto muy alentador: si frente a la colombiana había dejado alguna duda, no acerca de su triunfo, sino más bien sobre su capacidad para transformarse en una campeona sólida y duradera, frente a la Pérez aventó todas las interrogantes con una actuación sólida, maciza y con episodios no desprovistos de brillo. Que, por momentos, se transformó en toda una lección de boxeo, en que la mexicana fue el toro y la nuestra el torero.

Pero pensar que ese genuino interés que ha despertado la Crespa en un aficionado que vivió siempre ilusionado en ser testigo de una instancia cumbre, como es la consecución de un título del mundo, va a transformarse para el boxeo chileno en el punto de partida de una vida nueva y mejor, es lo más parecido a una utopía. Que ayuda, claro que ayuda. Por lo pronto, esa misma televisión que hace años le había dado la espalda al pugilismo nuestro, ha vuelto a transmitir los combates de Carolina y ese es un hecho que necesariamente hay que celebrar. Que motiva, por supuesto: las figuras de primer plano provocan la admiración mayoritaria y de ahí a la emulación sólo hay un paso, lo que significa que los chicos –y sobre todo las chicas- que recién se inician en el deporte de los puños, tendrán el ídolo en quien mirarse y al que obligatoriamente intentarán imitar.

Superar el mal momento, sin embargo, necesitará de mucho más que buenos deseos y actitudes voluntaristas. En otras palabras, debe ser la buena gestión de los actores la que aproveche esta instancia, este impulso que puede significar la Crespa. Y cuando se dice “actores” hay que pensar, fundamentalmente, en lo que pueda hacer la Federación de Boxeo, al cabo el organismo que, por regir la actividad, tiene en esta tarea un papel preponderante.

¿Cómo? Para empezar, capacitando a los entrenadores nacionales, muchos de ellos ex boxeadores o tipos entusiastas quienes, sin embargo, carecen de los necesarios conocimientos para enseñar a boxear y no a pelear, porque entre ambos conceptos existe un abismo de diferencia. Nuevamente la pregunta: ¿cómo? Trayendo uno o dos técnicos de nivel internacional que ojalá fueran cubanos, aunque para abaratar costos también podrían ser argentinos, que dicten cursos técnicos en aquellos centros donde el boxeo cuenta hoy con clubes y un número respetable de cultores. ¿Osorno e Iquique, para empezar?

Lo otro es perseverar en la realización de los campeonatos nacionales, poniendo énfasis en los torneos de juveniles y cadetes, y tratando de seguir acortando la edad para la categoría todo competidor, conocido popularmente como Campeonato Adulto. Se supone que esos chicos y jóvenes, dirigidos por entrenadores asistentes a cursos, y por lo tanto mejor apertrechados técnicamente, mostrarán un nivel pugilístico superior al que habitualmente se ve en estos torneos. Dicho de otra forma, se trata de ver menos riñas callejeras y más combates de genuino boxeo. Como me dijo una vez un técnico argentino, “el chileno es un boxeador siempre respetable por su guapeza, pero vulnerable porque, si bien sabe pelear, pocas veces sabe boxear”.

De esta forma, teóricamente conformar una selección nacional será un ejercicio mucho menos dramático que el que ha debido experimentar el cubano Jesús Martínez, con muy poco material humano llegado el momento de elegir a quienes nos representarán en la instancia internacional.

Los deseos, las buenas intenciones, indefectiblemente chocarán sin embargo con la dramática escasez de recursos del boxeo en las últimas tres décadas, con el agravante de que el injusto estigma que pesa sobre el pugilismo en nuestro país torna muy poco probable la consecución de recursos provenientes desde el mundo privado.

Mientras el boxeo nacional percibió en 2011 algo así como 8 millones de pesos para dos campeonatos nacionales de parte de Chiledeportes, Petrobras, la gigante petrolera brasileña, le aportó al boxeo olímpico de su país un presupuesto de casi dos millones de dólares durante ese mismo periodo. Eso explica, en buena medida, que los boxeadores brasileños privilegien el amateurismo en vez del profesionalismo, y que en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 hayan regresado al podio y por partida doble, mientras los nuestros ni siquiera tuvieron la opción de clasificar.

Como puede verse, capear esta crisis es una tarea no imposible, pero ciertamente casi titánica. El logro de la Crespa se valora, se agradece y está claro que hay que sacarle el máximo de partido, pero por sí solo no significará que el boxeo chileno, cual Lázaro, se levante y camine.

A las puertas del Centenario (la Federación Chilena de Boxeo se fundó el 1 de mayo de 1915), se puede decir que estamos como al principio. Quizás peor. Pero si aquellos pioneros fueron capaces de transformar de la nada al boxeo nacional en una potencia a nivel sudamericano, panamericano e incluso mundial con esas tres medallas olímpicas conquistadas en Melbourne 1956, ¿por qué los dirigentes de ahora no podrían hacer algo parecido?

El desafío es tremendo y el camino cuesta arriba. Pero cuando hay una tradición que honrar ningún esfuerzo se puede mezquinar y frente a ninguna tarea está permitida la palabra imposible.

 

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