Colo Colo iba a ser a breve plazo el Manchester United de Sudamérica y la U, una potencia futbolística que, además, iba a tener su propio estadio. Nada de eso ha estado siquiera cerca de cumplirse. Albos y azules, más Palestino, quedaron fuera de la Copa Libertadores sin pena ni gloria, en circunstancias que hasta el fútbol boliviano pudo clasificar a uno de sus equipos.
La eliminación de Colo Colo a manos del Atlético Mineiro fue la guinda de la torta respecto de la actuación de los cuadros chilenos en la Copa Libertadores: una vez más, y como viene ocurriendo desde hace varias temporadas, los nacionales quedaron eliminados sin pena ni gloria tras completarse la fase de grupos.
Los sucesivos fracasos obligan a plantearse la pregunta: ¿a qué se debe que a nivel internacional el fútbol chileno esté tan por los suelos? Porque a este papelón necesariamente se deben sumar los que han experimentado las Selecciones Chilenas de menores, que viajan pletóricas de ilusión a los torneos del sub continente e invariablemente hacen las maletas para el regreso cuando la fiesta, para los otros, recién está comenzando.
Y que el fútbol nos pille confesados para el Mundial Sub 17 de octubre, porque ese equipo, lo ha demostrado, no le gana ni al legendario Tricolor de Paine. Ni que pensar en lo que nos espera cuando parta, en el segundo semestre, la Copa Sudamericana.
Hay, por cierto, excepciones. Pero estas no hacen sino confirmar la regla: nuestros representativos han llegado a tal nivel de mediocridad, que el que Unión Española, el año pasado, llegara a octavos en la Copa Libertadores es apuntado por algunos como todo un logro. Como estaremos de malos que hasta el fútbol boliviano logró meter un equipo, el Universitario de Sucre, en la lista de los 16 cuadros que siguen en carrera por ese trofeo, que es el más apetecido por los clubes del continente…
Partamos por reconocer que nuestro fútbol nunca ha sido un gran productor de jugadores de esos que podrían denominarse “de exportación”. En otras palabras, tipos con la calidad y talento suficiente como para llegar a cualquier fútbol del mundo y no desentonar, por más exigente que sea el equipo que los acoja. No somos, ciertamente, Argentina, Brasil ni Uruguay, que año tras año sacan jugadores tan competitivos a nivel interno que eso mismo los transforma rápidamente en futbolistas codiciados por clubes europeos o, al menos, por el fútbol mexicano, en ocasiones con instituciones más poderosas económicamente que muchas del Viejo Mundo.
El problema es que ya no estamos siendo superados únicamente por los tres grandes del Atlántico, a los que necesariamente tendríamos que sumar a Paraguay. Ocurre que los colombianos nos están ganando por lejos, y hasta los ecuatorianos exhiben temporada tras temporada jugadores capaces de dar en cualquier momento el salto a las ligas mayores. Y cuidado, que el día que los peruanos se pongan realmente serios, y dejen la jarana de lado, de seguro se van a transformar en un mercado atractivo para esas instituciones que siguen valorando la habilidad y el talento sudamericano.
El fútbol chileno nunca ha producido jugadores de calidad en cantidad. Surgen, por cierto, pero son casos excepcionales. Y de repente, cuando son varios esos coetáneos que podríamos denominar “distintos”, hasta podríamos hablar de “una buena generación de futbolistas” si juntamos a Alexis Sánchez, Arturo Vidal, Gary Medel y Mauricio Isla. Jugadores que se transformaron en piezas claves para que la Roja lograra, por primera vez en su historia, jugar dos Copas del Mundo consecutivas ganándose su derecho en cancha.
No producimos, como otros países, futbolistas por generación espontánea. Hay, casi siempre, que salir a buscarlos. Contar con el dato de un veedor que señale que en una polvorienta canchita del norte, o en un barroso potrero del sur, existe ese jugador diferente, capaz de imponerse a aquellos que, con una legítima ilusión a cuestas, llegaron un día a probar suerte en ese club que anunció por algún diario una prueba de jugadores.
Para eso, sin embargo, se necesita dedicación y amor por el club al cual pasarle el dato, conocimientos de lo que es el fútbol y posteriormente la ineludible inversión que significa darle a ese chico distinto los cuidados y la formación para que, en algún momento, pase de promesa a crack. Y eso, que antes se hacía a pesar de las pellejerías de clubes que vivían con lo justo, y a veces siendo hasta deficitarios económicamente, se ha ido perdiendo con la implantación del sistema de Sociedades Anónimas Deportivas, que han significado un indudable progreso en algunos aspectos, pero que están muy lejos de ser la panacea que se nos prometió cuando de dorarnos la píldora se trataba.
¿Progreso en qué?, se preguntarán algunos. En que al menos los futbolistas han ganado en estabilidad y seguridad. Ha habido problemas puntuales, pero ya no vemos el caso de planteles que, por sueldos impagos, determinaron parar y no presentarse a jugar. No hemos vuelto a escuchar, al menos, una declaración como la del ex U, Mauricio Donoso, quien, ante una circunstancia como la anteriormente descrita, dijo con toda ironía que “estamos a 63 de abril y todavía no nos pagan”, provocando la evidente molestia del doctor René Orozco, el presidente azul de ese momento.
Pero, a cambio, se ha perdido mucho en otros aspectos. En pos del lucro, los regentes de los clubes no han trepidado en meterle el dedo en la boca al Estado, es decir, a todos los chilenos. Un Estado que, además, les construye estadios y hasta inventa ese esperpento de “Estadio Seguro” para intentar protegerles el negocio.
Los socios de los clubes son mirados como un estorbo y los hinchas como vulgares clientes. No sólo eso: el trabajo con las series menores está resultando todo un fiasco, y la mejor prueba de ello es que Blanco y Negro, que ostenta haber vendido jugadores por millones de dólares, oculta mañosamente que todos ellos nacieron en un Colo Colo que, a pesar de todos sus problemas de caja, era capaz de producir un Jorge Valdivia, un Claudio Bravo, un Arturo Vidal o un “Mati” Fernández.
¿Qué jugador de verdad primera serie puede exhibir Blanco y Negro? Ninguno. Se podrá mencionar a Esteban Pavez, Claudio Baeza o a Juan Delgado, sólo que ninguno asoma, hasta ahora, como el futbolista capaz de ser codiciado como lo fueron en su momento los mencionados anteriormente. ¿Qué en algún momento pueden emigrar?
Por supuesto. No en vano existen ahora los “representantes” como parte vital de ese negocio llamado fútbol, tipos generalmente inescrupulosos, capaces de transferir a cualquier cojo mediante videos truchos o en connivencia con dirigentes de clubes que, en cada una de estas operaciones, agarran bajo cuerda su buena tajada o lavan dinero escandalosamente.
Es tanta la ignorancia, o la miopía de los regentes de los clubes hoy Sociedades Anónimas, que han dejado muy en segundo plano la formación de jugadores. Las series menores son en muchos casos consideradas “un cacho” por los accionistas, que parecen olvidar que es produciendo jugadores de calidad la mejor forma de recoger dividendos de futuras transferencias. Como a muchos empresarios chilenos, la palabra “invertir” les produce un agudo dolor en sus chequeras, y aquellos que entienden que ahí hay que meter plata, no hallan nada mejor que pasar gato por liebre buscando que el Fisco, vía rebaja de impuestos para las donaciones, resigne recursos para ayudar al financiamiento de un negocio de privados a sabiendas de que el Estado está colaborando con el lucro que sólo obtendrán unos pocos. ¿O no es así, señores de Unión Española? ¿O no es verdad, señores de Blanco y Negro, que el Estado dejó de percibir sus buenos millones en impuestos luego que generosos donantes aportaron con grandes cantidades a financiar vuestras series menores?
Súmele a eso que a los regentes de nuestras Sociedades Anónimas les encanta vender a precios de Quinta Avenida y comprar en el mercado persa. De ese modo, Universidad de Chile traspasó a buena parte de ese equipo que ganó la Copa Sudamericana, sólo que, para que se produjera ganancia, apostaron por jugadores por cierto muy inferiores a los que partieron. Y así les fue: de cinco partidos sólo ganaron uno.
En cuanto a Colo Colo, que al menos sumó nueve puntos que le permitieron prolongar su pueril sueño de seguir avanzando, es un equipo plagado de veteranos que no tiene muchas luces y que, para colmo, se cae a pedazos físicamente. ¿Con qué argumentos pretendía clasificar entre los 16, si en su propia casa fue derrotado por Unión Calera, Cobresal, y zarandeado primero por el colombiano Independiente Santa Fe y luego por una Universidad Católica, que al frente de las tortugas albas parecía la copia fiel de la Holanda de 1974?
Y, por favor, que no vengan ahora con la excusa de que frente al Atlético Mineiro faltaron jugadores importantes. Cuando un equipo, viejo por añadidura, sabe que tendrá que pelear en dos frentes, lo menos que hace es conformar un plantel que le permita suplir decorosamente esas ausencias que en el fútbol, ya sea por rendimiento, lesión o castigo, se transforman en inevitables.
Tapia, empecinado en contar con el “Chupete” Suazo y Luis Pedro Figueroa, no pidió nada más. Los regentes de Blanco y Negro, felices. A su absoluta ignorancia futbolística suman el hecho de que, para ellos, lo primordial es contar en cada balance con números azules y el consiguiente reparto de dividendos.
Respecto de Palestino, poco que decir. Con escasa experiencia copera y un plantel discreto, incluso para la competencia casera, era bien poco a lo que podía aspirar. Consecuencia: sólo pudo superar al discreto Deportivo Zamora venezolano.
Lejanos están aquellos días en que, haciendo su aterrizaje en el fútbol chileno las Sociedades Anónimas, George Garcelon, el primer gerente de Blanco y Negro, declaró con voz engolada: “Nuestro propósito es transformar en un breve plazo a Colo Colo en el Manchester United de Sudamérica”.
Y no faltaron los ingenuos hinchas albos a los que, de pura emoción, se les llenaron los ojitos de lágrimas.