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Fernando Iwasaki: ‘Hoy la superchería tiene estatuto de conocimiento’

El historiador y escritor presenta en Chile su más reciente novela, una ficción basada en la creencia del misterioso gusano de los dientes y documentada con tratados de medicina de los siglos XVI y XVII. Una potente metáfora sobre el dolor y la superstición en cualquier tiempo.


Fernando Iwasaki viene de almorzar salmón y corvina en el Le Flaubert. Y de lavarse los dientes. Sonríe, amable, y deja ver con naturalidad su dentadura, levemente dispareja, pero definitivamente sana. Es imposible evitar un rápido chequeo de mandíbula con la lengua antes de saludarlo.



Iwasaki -limeño de nacimiento y residente en Sevilla desde hace 16 años- ha venido a Chile a presentar su más reciente novela: Neguijón. Una ficción basada en una exhaustiva investigación histórica acerca de la medicina de los siglos XVI y XVII en España y América Latina. Una metáfora intrincada y profundísima -nunca mejor dicho- acerca de los gusanos que se ocultaban en las cavernas del imaginario barroco.



El neguijón es el gusano nunca visto que -según la literatura y los tratados médicos de la época- habitaba entre los dientes y los carcomía, causando caries, flemones y todo tipo de infección. A partir de esta idea, Iwasaki explora en el dolor como un tema omnipresente y transversal en las sociedades hispánicas, en la fe como única anestesia posible y en la compleja red entre la religión, la superstición y los conocimientos científicos. Una novela profusamente documentada e ilustrada, capaz de hacer que el lector trague saliva ante los tormentos a los que la "medicina" sometía a los enfermos.



El interés por indagar en este modo de concebir el mundo se gestó durante la investigación para la tesis doctoral de historia del escritor. "La idea la saqué de los procesos de santidad que se hicieron en la Lima colonial, en años en que convivieron Santa Rosa de Lima, San Martín de Porras, San Francisco Solano, San Juan Macías y Santo Toribio de Mogrovejo. San Martín de Porras era sacamuelas y sangrador, y en los archivos había un montón de individuos que decían ‘a mí me sacó una muela y no me dolió, a mí me tocó el cachete y se me quitó el flemón’. Y por supuesto hablaban de gusanos", cuenta, ocurrencia que a su juicio era bastante razonable. "Hay que imaginarse cómo era la higiene de aquellos años: bocas jamás transitadas por un cepillo ni sometidas a ningún tipo de limpieza, con restos enquistados durante décadas. Lo raro no era que no hubiera gusanos, sino que no hubiera murciélagos, ciempiés o algún animal cuadrúpedo."



El neguijón es mencionado por Dante, Shakespeare y Cervantes, entre otros. Era un elemento tangible en el imaginario de España y sus colonias. "Era verosímil convertir a ese gusano en la pieza maestra a través de la cual de la dentalidad barroca se pudiera reconstruir la mentalidad barroca", reflexiona.



-Una de las ideas omnipresentes en tu novela -además del dolor y la superstición- es que somos irremediablemente hijos de nuestro tiempo, y que lo que pensamos es resultado de la mentalidad de la época. En ese sentido, ¿cuál te parece que es el neguijón imperante?
-Creo que por desgracia hoy no existen neguijones. O que, en todo caso, el neguijón en barroco era lo que justificaba la existencia de un pensamiento delirante. Hoy el pensamiento delirante no necesita neguijones. Estos individuos que desfilan como criaturas patéticas por los pueblos con su carga de superstición y disparates, lo máximo que podía pasarles era ir a la Inquisición. Hoy en día esas personas van directamente a la televisión, a tener programas de máxima audiencia. El neguijón ya no hace falta. Creo que incluso era más divertido suponer que en esta época existían unos gusanos con los que se obsesionaban hombres, mujeres, médicos y teólogos. Hoy en día el disparate, la superchería y el delirio tienen estatuto de conocimiento.



-Hablas de estos personajes patéticos, pero en el fondo del patetismo ellos tienen algo de conmovedor.
-Sí, porque lo patético supone la ternura. ¿Por qué el Quijote nos sigue conmoviendo 400 años después? Porque le dan de palos en todos lados. Nos arrasa la ternura de ese perdedor chiflado y tozudo que era Alonso Quijano.



-En ese sentido, ¿cuál de los personajes te resulta más tierno?
-Yo diría que el que me toca más el corazón es el que en la cárcel de Sevilla es el capellán Tortajada y que en la Lima colonial es el inquisidor Tortajada.



-Y que en la vida real era un amigo tuyo.
-Era un poeta que ya murió, que alcanzó a ver los primeros capítulos escritos -yo tardé muchos años en escribir esta novela- y que en verdad era un poco como este personaje. Era un hombre grande, bonachón, hirsuto que nació con polio, le cortaron una pierna, luego tuvo un cáncer de pulmón… y además fue un amigo que murió el día de mi cumpleaños. Yo recibí mi cumpleaños en su casa con otros dos amigos: el librero Linares y el caballero Valenzuela. Todo estaba relacionado. Y el personaje que usurpa su identidad en esta novela para mí es muy especial.



-¿Quién, en la novela, escapa mejor del imperio del Neguijón como idea de la superstición?
-Luisa Melgarejo, la beata que hace cola desde el primer momento para que le saquen todas las muelas y demostrar que existe el gusano de los dientes, para mí es un personaje esencial. A lo largo de toda la novela se crea la expectativa acerca de lo que va a hacer esta mujer para de pronto descubrir que es la que hace uso más conciente e inteligente de la lectura. En esta novela, que he tratado de que sea muy cervantina, Luisa podría haber sido Alonso Quijano, alguien que "enloquece" por leer libros místicos, teología. Pero no enloquece del todo. Al final le queda algo de conciencia para tener la respuesta que tiene al final. Es un personaje que escapa de todo eso, pero que utiliza al gusano.



La desmemoria del dolor



Lo de Iwasaki no es un afán masoquista. Es la constatación de que el dolor, a diferencia de hoy, no era la excepción, sino la regla, y que en la mentalidad de ferviente religiosidad era un modo de compartir el martirio de Cristo en la Cruz. Esta idea es la que en muchos momentos de la novela infunde ánimos a los habitantes de España y América colonial. A pesar de la atmósfera sufriente que trasuntan sus páginas, Neguijón no tiene afanes moralizantes, y parece sorprendente el aplomo y el humor que mantienen sus personajes a través de toda la historia.



-¿Cómo diste con la idea de establecer una metáfora tan poderosa a través del neguijón? Te lo pregunto porque entiendo que tú has tenido dos de las tres dolencias que en esa época tenían permiso para blasfemar. ¿Fue a través de un dolor personal?
-No. Yo quería escribir sobre el dolor porque creo que en nuestro tiempo hemos podido derrotar al dolor a base de analgésicos, calmantes y drogas de diverso tipo. Ya se puede dar a luz sin tener que parir como en la época de los romanos, las operaciones tienen anestesia, es un avance enorme. Pero al mismo tiempo nos estamos olvidando de lo que aporta el dolor en la vida cotidiana: una experiencia, un conocimiento. No soy un defensor del dolor, pero un quantum de dolor no es algo que yo encuentre malo del todo.



-Tal vez el hecho de no sufrir dolores nos ha llevado, paradójicamente, a otro tipo de dolencias.
-Sí. A ser mucho más engreídos, mucho más intolerantes con quienes, por diversas razones, sí padecen dolores. Yo tenía que elegir una forma de dolor que al lector le pudiera decir algo. El que no ha tenido un cólico nefrítico no puede saber en qué consiste eso; a mí, por ejemplo, nunca me ha dolido la cabeza. Llegué a la conclusión de que el único dolor que probablemente concernía a cualquier lector era el dolor de muelas. Además, dudo que haya individuos que vayan a la consulta felices y deseando someterse a los cuidados del dentista como quien va al masajista. Creo que cuando describo una intervención en los protagonistas de la novela, el lector lo está sintiendo en la suya.



-Lo extraño parece ser que si bien había muchas más pústulas, flemones e infecciones que ahora, eran mucho más inmunes al asco que nosotros, por ejemplo.
-Sí, porque el asco, como el amor, es una construcción cultural. Hay cosas que dan asco porque escasean, o porque no forman parte de tu cultura. Un bebé, por ejemplo, nunca nos da asco. Pero cuando escribí esta novela no era tan conciente del asco.



Del gusano a la mariposa



En Iwasaki, la historia y la literatura respiran de modo paralelo y se nutren mutuamente. Se declara un amante de la escritura en todas sus variantes, y la definición del género no le interesa demasiado, lo cual no implica que no respete las fronteras de cada uno de esos espacios. La biografía sirve para hacer ficción -de hecho, entre sus planes está hacer una novela sobre su abuelo Japonés, que transcurre entre Japón, Francia y Perú-.



Se declara tributario del humor de Guillermo Cabrera Infante, de la sensibilidad de La cartuja de Palma, de Stendhal, de la ficción y la minuciosidad de Borges, de la técnica, el trabajo y la coherencia de Mario Vargas Llosa -con quien tiene una amistad desde hace años. Sin embargo, su modo de hacer literatura, de documentar la ficción, también lo acerca al trabajo de antropólogos e historiadores que, sin hacer ficción, han intentado reconstruir la lógica y el pensamiento de determinadas sociedades en momentos definidos.



– ¿Qué tan pariente es tu método de investigación literaria con la corriente francesa de la historia de las mentalidades?
– Cuando me dedicaba a la historia, me gustaba hacer historia del imaginario, más en la línea del antropólogo Gilbert Durand o de Gastón Bachelard. La historia de las mentalidades es un terreno interesante, en los últimos años ha tenido mucho auge, y ojalá sirva ese interés para leer por ejemplo a Johan Huizinga, un historiador holandés que a veces queda fuera de todo este corpus de grandes nombres. Mi tesis doctoral se podía enmarcar dentro de la historia del imaginario o de las mentalidades, pero lo que vale para una tesis no vale para una novela. Yo no hubiera podido hacer este desarrollo desde una visión histórica, pero con toda la investigación histórica sí podía escribir una novela, y elegí el gusano porque las mariposas del realismo mágico en Macondo tuvieron que ser en algún momento orugas, gusanos. ¿Qué gusanos? Los neguijones negros del Quijote.



– La idea de esa evolución tiene mucho sentido si piensas que en griego antiguo "mariposa"se dice "psyké", que es la misma palabra que designa "mente" y "alma", con lo que se completa la idea de que fue el imaginario del barroco español lo que engendró ese otro imaginario latinoamericano.
-Bueno, sabía lo de "psyké", y sin embargo no había hecho la relación. Eso me salió de casualidad, pero quedaría estupendo que yo diga que lo pensé (risas).



– ¿Qué esfuerzo supuso esta novela en términos de documentación?
-Mucho, porque comencé trabajando para una tesis que no presenté. Llegó un momento en que tenía tanta documentación, tantos libros leídos, que dije ‘sería una pena no hacer algo con esto’. Por eso digo en broma que metí la tesis en un cajón, que luego se agusanó y salió esta novela.



-¿En el proceso de documentarte no te pareció a ratos que la realidad superaba a la ficción?
-Lo que me pareció sorprendente fue la abnegación, la resignación profunda con la que hombres y mujeres en esa época se abandonaban a las torturas y sufrimientos más desgarradores. No sólo estamos hablando de que te arrancaran una muela estando conciente: lo más probable es que esa muela estuviese podrida y se rompiera, en cuyo caso había que escarbar en las encías con algo parecido a un tenedor para arrancar los trozos de raíces. Las amputaciones de los dedos eran normales.



-Estaba muy presente la idea de la purificación a través del dolor.
-El dolor como ordalía. Eso me parece impresionante. Si estabas acusado ante la Inquisición se te sometía a tormentos. El dolor demostraba si eras o no culpable. Por supuesto que si eras inocente también te dolía, pero todo el mundo tenía que sufrir. La idea de un mundo doliente. La novela parte con la imagen de una ciudad en la que a todo el mundo le duele algo, y encima llega el sacamuelas y a todo el mundo le empieza a doler además otra cosa. Lo normal era que te doliera algo.

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