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Mucha ansiedad y mucho por hacer

Ganó la elección brillantemente y ahora le toca gobernar, dirigir. No será fácil,  y esta transición que comienza a expirar, ha sido el modelo para armar. El tono y los temas del debate están lanzados. Finanzas y Seguridad, las dos claves del sistema, han sido los tópicos que concentran la atención.


Al final, los países sufren de las mismas complejidades y aspiraciones. EE.UU. no podía ser tan diferente. A siete días de asumir el mando, los dados ya están lanzados para abordar lo que es tal vez el peor estado de situación en que un presidente electo encuentra a su país cuando asume. Tres guerras no resueltas (Afganistán, Irak y terrorismo), el caos económico, un sistema de equilibrios internacionales altamente descompensado, hacen un panorama de difícil manejo, aunque se tenga visión y respaldo para resolverlos.

Como la mayor parte de estos problemas requiere de medidas urgentes, todo ha derivado en un ambiente de extrema ansiedad.

Sin embargo, el área fundamental es la económica. El diagnóstico coincidente es que la situación es desastrosa. Frente a ella, Barack Obama  ha comenzado una campaña de difusión para contar con el apoyo mayoritario del  estadounidense a su programa de recuperación económica. En su equipo se habla de que sin un apoyo masivo contundente, el programa caerá en el tráfico de la política habitual, en donde priman los intereses del poder  político, especialmente de los congresistas.

«Sin ese apoyo del público, cualquier programa de  recuperación económica estará determinado por los intereses políticos particulares», señala un miembro de la  red de apoyo a la candidatura de Obama en Nueva Jersey. 

Muchos congresistas se encuentran en la estacada. Por la necesidad de aferrarse al poder, el intento de representar fielmente a sus electores estará determinado por la necesidad de salir de la crisis nacional. En este sentido, el discurso del último jueves de Barack Obama es un llamado a la unidad nacional para identificar la única prioridad que, por el momento, opera como el común denominador para salir de la crisis.        

Ya es casi un lugar común aseverar que Barack Obama asume un país en «estado de emergencia». La proyección más reciente señala que EE.UU. estaría ya en los 21 millones de desempleados. Para el sociólogo estadounidense Roberto Zuban, hay que sumarles un 50 % de esos 21 millones que son los situados en el vaivén que entra y sale del mercado del trabajo. «Hay un factor de temporalidad  en los que consiguen empleo y además que los salarios son precarios. Estas personas no están  participando en forma sustantiva y permanente  en el consumo y los beneficios, por lo tanto a la larga es una doble carga al sistema, que debe liberar recursos para la supervivencia más básica. Consumen más de lo que contribuyen».

A dos dígitos se estima que suba el desempleo en 2009, planteado por el propio Barack Obama en su discurso del día jueves, lo que significa una erosión adicional al programa de recuperación económica del nuevo gobierno. 

En una economía que supera los 13 billones de dólares (13 trillones en la denominación estadounidense) de producto interno bruto, cualquier iniciativa de recuperación económica comienza bordear esa mágica cifra de 1 mil billones. El déficit fiscal ya superó este guarismo, por lo que el programa de recuperación económica planteado por el equipo del presidente electo, a un costo que supera levemente los 800 billones de dólares, responde a la precariedad de la realidad financiera. Los analistas lo consideran como poco agresivo en el monto, y están en la duda si es por una  realidad económica o por cautela política.

Las nuevas batallas

Ganó la elección brillantemente y ahora le toca gobernar, dirigir. No será fácil,  y esta transición que comienza a expirar, ha sido el modelo para armar. El tono y los temas del debate están lanzados.

Finanzas y Seguridad, las dos claves del sistema, han sido los tópicos que concentran la atención.  La oposición le ha empezado a criticar el plan de recuperación económica por encontrarlo con olor a viejo bienestar europeo.  En seguridad, por el nombramiento para director de la CIA de un funcionario extra corporativo del ámbito de la inteligencia, Leon Panetta, le ha llovido con artillería pesada. Claro, a pesar de que a la ultraizquierda Obama le parezca otro guardián del Imperio, sus planes y decisiones han sido poco ortodoxas, sobre todo esta de Panetta. Son un nuevo tipo de batalla política que deberá enfrentar, y para aquellos que piensan que la elite corporativa está feliz con Obama, basta mirar someramente las críticas en estas dos áreas: finanzas y seguridad.     

En su discurso del jueves 8 de enero, Obama hace un apelo en su estilo, diciendo: «Déjenme gobernar, el futuro del país está en juego».

Pero como la política en su actual concepción  y ejercicio ha sido lo que ha puesto a EE.UU. donde está, este discurso de Obama del jueves puede ser visto como otro discurso de campaña más y no como que EE.UU. comienza una etapa muy diferente.

Por los reclamos anticipados en algunos miembros del Congreso, (tanto demócratas como republicanos), respecto a un plan de recuperación económica considerado como lo más parecido a un programa de bienestar de la social democracia europea, pareciera ser que ha cambiado el Presidente y que la política seguirá siendo la misma. Y es como debería ser hasta cierto punto.  Los viejos hábitos son difíciles de abandonar, sobretodo cuando la experiencia ha demostrado lo lucrativo que han sido, en el sentido de haberse mantenido en esos cargos de representación por un tiempo largo.

La discusión acerca de quién es  más responsable de la actual crisis, siempre soslaya  al sistema político y sus sostenedores principales que son los legisladores. El hecho de ser precisamente un legislador lo libera de esa experiencia negativa de ser parte responsable del caos económico.  Como el tema del Transantiago en Chile, guardando las proporciones, los legisladores no se sienten responsables de la crisis. 

Los legisladores que se apegan a los viejos códigos de supervivencia, con Obama comienzan a llevarse algunas sorpresas, porque su capacidad de catalizar las dinámicas sociales en la población. Su discurso del jueves es como el que hizo para la primaria de Pennsylvania en Filadelfia, cuando se refirió al tema racial. La frase clave se puede aplicar a lo económico: «Si nos confinamos a nuestros rincones, no resolveremos nuestros problemas».

Cada vez más la estrategia para resolver los problemas se asemeja a la que le ayudó a ganar la elección, que la gente esté convencida de lo que se debe hacer. En el plano de la difusión de ideas, Barack Obama es el gran comunicador de esta era.  Le resta convencer a los viejos tercios de la política.        

 

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