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La revolución asociativa

Ximena Abogabir
Por : Ximena Abogabir Integrante del Directorio, Fundación Casa de la Paz y Miembro del Panel de Acceso a la Información del Banco Interamericano de Desarrollo - BID
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Actualmente, uno de cada dos estadounidenses adultos -90 millones de personas- trabaja por lo menos tres horas semanales como voluntario en una organización civil.


En los últimos meses he tenido el privilegio de participar en los Consejos seleccionadores de tres concursos de proyectos ambientales: el Fondo de las América, el Fondo de Protección Ambiental de Conama y los Pequeños Subsidios del PNUD.



A los jurados les ha quedado el sinsabor de disponer de fondos para aprobar sólo uno de cada diez proyectos presentados, lo cual hace la tarea de selección aún más difícil. Pero también han podido constatar el potencial existente en las organizaciones sociales de nuestro país. No deja de asombrar la cantidad de personas dispuestas a dar lo mejor de sí para mejorar su calidad de vida y, de paso, transformar sus comunidades y las relaciones entre las personas.



Actualmente, uno de cada dos estadounidenses adultos -90 millones de personas- trabaja por lo menos tres horas semanales como voluntario en una organización civil. La razón que expresan para hacerlo es la búsqueda de experiencia comunitaria, de compromiso con una causa noble y la necesidad de sentir que están haciendo algo útil con sus vidas.



Recientes investigaciones demuestran que el fenómeno de personas vinculándose a otros en pro del bien común se presenta no sólo en países con altos niveles de ingresos, sino también en comunidades más desposeídas. La «revolución de la asociatividad» es parte del cambio profundo que experimenta hoy la humanidad. A las organizaciones resultantes no las motiva el afán de poder o de lucro, sino propósitos de autoayuda o adhesión a determinados valores. En este proceso, asumen iniciativas que requieren de recursos humanos y materiales muchas veces superiores a la capacidad de los participantes, por lo que dependen de donaciones voluntarias -de tiempo y dinero- y de los proyectos sociales o ambientales que les sean adjudicados.



Chile no es la excepción y los fondos concursables nacionales son un barómetro del interés de las personas por superar la impotencia que genera la pobreza y por despertar a las posibilidades de la interconexión.



Era más fácil en el pasado esperar que alguien -generalmente el Estado- resolviera los problemas, aunque esta ayuda tardara en concretarse. Crecientemente las personas están sobreponiéndose a la inercia y al individualismo, experimentando un renovado entusiasmo e insospechada creatividad ante la posibilidad de mejorar las cosas por sí mismas.



Se convocan para identificar y priorizar sus necesidades más sentidas. A continuación planifican, redactan y presentan un proyecto para resolverlas ante algún fondo concursable que les provea los insumos requeridos. Si resultan favorecidos, se arremangan y acometen lo que ellos mismos se han propuesto. De esta forma, redescubren en su interior muchas potencialidades adormecidas que esperaban la oportunidad para manifestarse. A través del compromiso con el trabajo realizado colectivamente, las personas sienten que su existencia adquiere más significado.



La vida «moderna» ofrece pocas oportunidades para ello. Hoy la identificación plena con el trabajo es poco común, sea éste remunerado o no. Normalmente se lo considera como un medio para otro fin, una tarea que no puede evitarse para poder consumir.



El trabajo puede constituir una carga tediosa o la expresión del milagro de estar vivos. Todo depende del sentido que la persona le otorgue. Ante la pregunta «¿qué estás haciendo?», tres albañiles respondieron: «yo apilo ladrillos», «yo levanto una muralla», «yo estoy construyendo una catedral». Hacían lo mismo, el sentir interior era la diferencia.



El desarrollo de un país no significa necesariamente complejos industriales y gigantescas represas hidroeléctricas. Desarrollo significa despertar y movilizar la riqueza interior de las personas para edificar el bienestar de todos sus habitantes.



Si la motivación y la capacidad existen, corresponde ahora hacer posible su concreción.





* Ximena Abogabir es presidenta de la Fundación Casa de la Paz.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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