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Ignorancia Ilustrada


En el país de los mentirosos el ciego, el sordo y el mudo son reyes. Se percibe que es mejor no ver, ni oir y decir lo menos posible. En nuestro país ha pasado a ser de muy mal gusto llamar las cosas por su nombre. Una vez el atropello y destrucción de la propiedad privada se llamó transformación del aparato burgués, para que después los golpes militares se llamasen pronunciamientos, los asesinatos excesos y suma y sigue. El escamoteo de la verdad se disfraza de promoción de la convivencia. Este culto maligno se propaga y difunde a través de poderosos medios cuyas intenciones son claras por implícitas y recovequeadas que sean.

El diario El Mercurio, decano de la prensa chilena, lleva el pandero en el negocio del engaño comunicacional. Sin mentir se falta a la verdad con titulares y bajadas que muchas veces tuercen el contenido de la noticia, o al menos introducen un sesgo intencionado en su presentación. Esta «maña» no es exclusiva del poderoso decano; se practica en muchos lugares del mundo; pero al menos en las grandes capitales del mundo libre existe competencia, lo cual, como tanto lo proclama el propio El Mercurio si se trata de cualquier otro negocio, obliga a los agentes del mercado a buscar un equilibrio. Que el poderoso matutino tenga un cuasi-monopolio no es culpa de los Agustines; la responsabilidad de esta lamentable condición pesa sobre el mundo liberal que no ha sido capaz de llevar a cabo proyectos alternativos. Se dice que la plata, toda la plata, está en los bolsillos del integrismo católico y pinochetista. No puede ser cierto, un país de tradiciones libres no puede estar tan enfermo. Lo que sí puede ocurrir es que el miedo y la comodidad complaciente de muchos los haya convertido en maestros en el arte de quitarle el poto a la jeringa, dejando el espacio a individuos tan extraños, por decir lo menos, como Ricardo Claro Valdés, cuya visión de la moral se centra en el cuerpo vestido y bien tapado

El mundo comunicacional que nos gobierna es funcional al Cardenal Jorge Medina, uno de los personajes más repulsivos que haya infestado a esta nación. Ha llegado de visita este Torquemada de fin de milenio para intentar un bloqueo a la ley de divorcio. Al menos hay que reconocer que el Prefecto para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos habla claro y sin ambages. Con singular descaro proclama que la mayoría está equivocada, en cualquier caso que contradiga sus creencias y los dictámenes que de ellas emanan. La dictadura que propone Medina violenta a millones de chilenos y chilenas que profesan otras religiones o ninguna, incluso a católicos con más visión de modestia y caridad. ¿Cómo es posible que en un mundo que hace quinientos años dejó atrás la creencia de la tierra plana tenga influencia un individuo que se arroga la representación de Dios? Como si Dios, si existe o como sea que El fuese, necesitara un intermediario, un «broker» con mandato exclusivo, para regular la vida de los habitantes de un pequeño planeta en un sistema de una de las miles o millones de galaxias del universo conocido. Desgraciadamente este elevado cura está demasiado viejo para conocer a su María Magdalena.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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