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Lucha anticorrupción: una nueva utopía


Hace años, al abrir un foro sobre la corrupción en la cátedra de Administración Pública, recuerdo que pregunté si era deshonesto o corrupto copiar en una prueba. Para mi sorpresa algunos respondieron que «sí, es deshonesto, si es que te descubren».



Me recordó a unos predicadores de los Testigos de Jehová quienes en una ocasión, frente a mi consulta sobre la tortura, contestaron que «la tortura a veces es mala», después de lo cual los saqué volando de mi casa. ¿De qué estamos hablando? De relativismo moral, un mal de nuestros tiempos.



El amiguismo, el compadrazgo, el caciquismo, el nepotismo y las máquinas partidarias son expresiones de grupos sectarios que se favorecen en función del parentesco, el caudillismo o la pertenencia a un determinado grupo de poder. Históricamente nuestras sociedades han vivido con aristocracias políticas que imponen sus candidatos y generan verdaderas dinastías en el aparato del Estado.



La prevaricación, por otra parte, es el usar los bienes públicos para beneficio propio. Comienza por cuestiones tan simples como usar el automóvil fiscal para que lleven a la mujer de compras al supermercado. Otra forma que adopta este mal es el cohecho o coima, que es simultáneamente activo y pasivo. Está quien paga la coima y quien la recibe.



En el sector privado los estilos corruptos persiguen lograr ventajas ilegales, y eso es una verdadera piratería de cuello y corbata. En países como México, durante los más de 70 años de gobierno del PRI existió una aceptación generalizada del derecho a la mordida ejercido por quienes tomaban el poder, existiendo el compromiso de pasar una sola vez por el cargo público para que así la chimenea tuviese tiraje y todos pudieran mamar las ubres del famélico Estado.



Aunque alguien pudiera decir, de manera conformista, que pese a esas malas costumbres históricas los países han seguido funcionando -«Argentina se repone de noche de lo que le afanan de día», dice un cínico refrán-, últimamente la amenaza ha crecido y se agiganta con nuevas mafias globales que manejan el narcotráfico, el lavado de dinero y el tráfico de mano de obra ilegal.



En Perú, la gota que rebasó el vaso y que hundió definitivamente a Fujimori fue que se supiera que el mafioso Escobar, del cartel de Cali, hubiera hecho aportes a su campaña. En países como Argentina, los actos de corrupción en las gerencias de compras de empresas privadas han implicado millonarias pérdidas o escándalos gigantescos. Las grandes corporaciones multinacionales no han estado ajenas a estas acciones delictuales: el caso emblemático es el de IBM-Banco de la Nación Argentina.



En Italia la desaparición de la Democracia Cristiana fue corolario del trenzado entre el poder político y la Mafia. Ningún país está libre de escándalos de este tipo, y es así como Chile y Argentina vivieron casi en paralelo los casos de las indemnizaciones millonarias de funcionarios de gobierno y de la coima a parlamentarios para aprobar la flexibilización laboral, respectivamente.



Recorriendo América Latina en trabajos de apoyo a la modernización de los sistemas aduaneros, tributarios y logísticos de países de la región, he podido conocer a muchas personas que están embarcadas en el enorme esfuerzo de luchar para erradicar la corrupción, la evasión tributaria, el lavado de dinero, el cáncer de las drogas y todas sus trampas tecnificadas.



Los grupos de tarea en contra de la corrupción son equipos de alta calidad moral, equivalentes a los Intocables en los tiempos de la mafia de Chicago. Pero hasta esos grupos de élite son permeables a la corrupción, lo cual hace de esta labor un espacio delicado y de alta seguridad.



Es una tarea ardua, difícil, que enfrenta las presiones de quienes buscan mantener las cajas negras, que temen a la transparencia y lucran con el descontrol o los desórdenes organizados. En una sociedad en donde las viejas utopías quedaron desmanteladas, si en algo podemos volver a creer es en nuestra capacidad para construir una sociedad menos corrupta y de mayor transparencia. Por eso tenemos en la lucha anticorrupción una nueva motivación cívica. Pliéguese y haga suya esta nueva utopía: el sueño de construir una sociedad sin corrupción para nuestros hijos y nietos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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