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Superar las distinciones binarias, o la noción de transformación

La negación de la noción de revolución se basa en principios estratégicos, filosóficos y éticos. Lo primero significa que en las condiciones históricas actuales, y en las que se prevén como tendencia, la revolución es no pensable. Si es así, ¿hay que cruzarse de brazos? Por supuesto que no. Pero hay que actuar teniendo otros horizontes de futuro.


Hay quienes permanecen aferrados a la dialéctica formal, con sus clasificaciones binarias. Para ellos, si uno no acepta las reformas es porque se pone en el lado de la revolución. En realidad, no es necesario dejarse cazar por ese reduccionismo.



Creo que desde el punto de vista de los proyectos políticos de cambio es útil usar cuatro categorías de clasificación que nos ayudan a diferenciar según los contenidos de las propuestas de cambio, y/o sobre sus modalidades de realización.



Uso la palabra útil ex profeso. Las categorías de pensamiento fecundas son aquellas que tienen valor de uso, es decir, nos sirven para pensar las luchas emancipadoras del momento. Parafraseo a Foucault-Deleuze cuando definen la teoría como «caja de herramientas».



Una categoría es la de revolución. La forma bolchevique de pensarla suponía, entre otros presupuestos, que la toma del poder era condición necesaria para empezar a construir el socialismo.



La otra categoría la constituye la reforma, en sentido positivo, esto es, en la tradición revisionista de Bernstein, y que apunta a cambios destinados a humanizar el sistema capitalista. Solamente se pueden considerar reformas las que adoptan esa dirección y finalidad. El reformismo no es, entonces, cualquier propuesta de cambio del orden presente.



Esa distinción nos lleva a la tercera categoría, la de cambio adaptativo. El programa de desregular, privatizar y atraer la inversión extranjera puede ser definido como un programa de cambios, pero en ningún caso es reformista. Se trata de cambios incrementalistas, destinados a la reproducción del modelo actual.



Reproducir no será nunca repetir sino casi siempre adaptar, sobre todo en el mundo de las sociedades de riesgo e incertidumbre.



La cuarta categoría es la de transformación, cuyo sentido he examinado en profundidad en el libro El socialismo del siglo XXI. Rechaza la modalidad de la revolución, no sólo porque ésta otorga a la toma del poder (metáfora desgraciada, pues el poder no es una cosa, sino una relación social) el carácter de condición previa de las transformaciones socialistas (o «revolución social»), sino porque presupone que esos procesos deben llevarse a cabo mediante la dictadura (del proletariado) y bajo la dirección del Partido (con mayúsculas).



Se distancia también de la categoría de reforma, porque pretende dirigir la sociedad desde el Estado («estadolatría»), y en especial porque supone que el capitalismo se puede «humanizar».



La noción de transformación niega simultáneamente la alternativa de la revolución con su correlato, la dictadura del proletariado y la dirección del Partido, y la noción reformista que sueña con un capitalismo «humano».



Esta negación de la noción de revolución se basa en principios estratégicos, filosóficos y éticos. Lo primero significa que en las condiciones históricas actuales, y en las que se prevén como tendencia, la revolución es no pensable. Si es así, ¿hay que cruzarse de brazos? Por supuesto que no. Pero hay que actuar teniendo otros horizontes de futuro.



La razón ética liga violencia y emancipación. La introducción de una lógica de la guerra hace muy difícil alcanzar la libertad política socialista, que requiere la socialización del poder y no su concentración. La violencia institucionalizada bajo la forma del aparato de Estado reforzado fue un virus que parasitó en el tejido burocrático del Estado Leviatán y del Partido, impidiendo el desarrollo de la democracia popular auténtica.



La razón filosófica tiene que ver con la negación optimista del mal como realidad histórica y con el rechazo de la esperanza de crear una utopía concreta, positiva: un mundo de armonía.



Para la estrategia de transformación las luchas tienen las siguientes características principales, desde el punto de vista de su «forma»:



1 Se desarrollan a niveles múltiples (local, intermedio, global, internacional) y adoptan contenidos múltiples (político, económico, cultural, antiglobalización capitalista);



2 las luchas pueden entrecruzarse o tener temporalidades distintas, pero son permanentes y continuas;



3 en los tiempos de densidad histórica, las luchas serán versátiles y articuladas, y en los tiempos de esterilidad se ubicarán especialmente en el nivel de la micropolítica;



4 no hay sujetos históricos predeterminados, «deducibles» del nivel estructural: sólo movimientos sociales que ascienden por su capacidad de articular la constelación activa;



5 esas luchas transformadoras siempre existen; no hay que inventarlas, sino -como señala Salazar- ponerse a su servicio.



Desde el punto de vista del contenido, tienen una característica que las marca: son luchas de resistencia negativa y positiva al capitalismo. En otras columnas desarrollaré este punto decisivo.





Siga la extensa polémica entre Brunner y Moulian



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