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Aguas, aguas


La lluvia, que tan bien hace, que tanto añoramos, que tanto evoca, pasa en cuestión de milímetros a convertirse en una amenaza real para el país. Claro, antes existían inmensidades de bosques que retenían y absorbían el agua. Hoy, con la imposición de la cultura del peladero, la lluvia rebota y se escurre y termina entrometiéndose en viviendas, se lleva puentes y vidas, y permite descubrir la miseria en que viven tantos conciudadanos.



En estos días, en que debido al discurso de Ricardo Lagos ante el Congreso, el 21 de mayo, tanto se ha hablado de pobres y no tan pobres, las aguas, una vez más, han lavado la imagen de Chile, mostrando esa cara que, si no es tan oculta, tanto nos esmeramos en no ver.



Las propuestas del Ejecutivo de aumentar determinados impuestos han motivado un debate sobre la clase media. Clase empobrecida, atemorizada ante las nuevas inseguridades de la flexibilidad laboral, presionada por la aspiración de una educación buena para los hijos (y, por lo tanto, casi siempre privada y onerosa en lo escolar; o de miles de pesos en la universitaria), aterrada por las coberturas en salud que, también caras, ha encontrado muchas veces en las isapres.



Después del 21 de mayo, como nunca, han salido al escenario los que se erigen como defensores de la clase media. Hay algunos de la UDI, otros de la Alianza por Chile. Sólo cabe aplaudirlos. ¿Sólo eso? No, también decirles que, entonces, de verdad escuchen las aspiraciones de la clase media, esa que mayoritariamente quiere una ley de divorcio y, por sobre todo, que se ponga freno a aumento de las desigualdades que, en los últimos años, lejos de disminuir, han aumentado.



Se podría decir que poner a la clase media como elemento central del horizonte de crecimiento del país significa, entre otras cosas, no situar a los grandes empresarios como el fiel de la balanza. Eso debería generar efectos no sólo económicos, sino también culturales.



Este incipiente debate, si de verdad cobra forma, podría obligar a preguntarnos por qué tipo de clase media queremos para chile y, por lo tanto, a qué tipo de país aspiramos. ¿Un país de altísima concentración económica? ¿Un país de escasa representación ciudadana (y aquí, es oportuno señalar, por ejemplo, que la Corporación de Afiliados y Usuarios de Isapres, que por cartas a diarios o declaraciones ha criticado el mecanismo de financiamiento de la reforma a la salud, representa Ä„sólo a un centenar de afiliados!)?



Mientras ese debate se instala -si es que de verdad se instala- las lluvias han sacado a la superficie a los pobres, que son tan recurridos a la hora de las catástrofes para adornar los efectos de las mismas. Es obvio: ellos son los más afectados. Quizás no es imposible pensar en políticas que resguarden a la clase media y, al mismo tiempo, vayan en socorro de los más desposeídos. No es imposible, pero tal vez sí es riesgoso porque tocarían a ese selecto grupo, pequeño y poderoso, que ha ido concentrando la riqueza. Grupo que ha sabido hacer creer que al país le va bien sólo cuando a ellos les va bien.



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