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Payasos políticos: Extremismo de derecha en Europa y A. Latina (II parte)

El populismo latinoamericano goza de una cierta especificidad dentro de la política comparada, y es tristemente reconocido como tal.


Hemos señalado en el primer artículo de esta serie que el populismo o neopopulismo latinoamericano difiere de su símil europeo básicamente porque en América Latina, pese a que el discurso populista es igualmente poco serio que en Europa, sus representantes han gozado de un mayor éxito electoral y de hecho han sido elegidos en la presidencia.



El populismo latinoamericano goza de una cierta especificidad dentro de la política comparada, y es tristemente reconocido como tal. Alguna vez fue definido por el cientista político Ernesto Laclau como una «presentación de interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético antagónico respecto a la ideología dominante».



El populismo latinoamericano nace, entonces, marcado como un discurso de protesta contra la oligarquía gobernante, terrateniente e industrial, y es dirigido por líderes carismáticos, muchas veces provenientes de esa misma elite que logran la adhesión de las masas (el pueblo) a su proyecto, generalmente algo difuso e inasible. Sí se logra distinguir una clara retórica nacionalista, y aunque difícilmente podrían ser catalogados de extrema derecha como sus pares europeos, al menos hay que concordar en que de izquierda no fueron jamás.



Como hemos adelantado, el caso latinoamericano se distingue del populismo europeo por dos razones principales: primero por su especial aparición histórica en la región durante el lento período de transición de nuestras economías predominantemente agrarias en economías industrializadas, y segundo porque logra instalar varios de sus líderes y movimientos como ejes centrales en la política de sus países, como el caso de Juan Domingo Perón o Getulio Vargas, o movimientos como el APRA en Perú, el MNR en Bolivia o el propio PRI en México.



El populismo latinoamericano surge en los años ’30 y ’40. Eran los años de la crisis económica y el derrumbe del laissez faire. Desde Europa llegaban las teorías keynesianas acerca del rol activo del Estado en la economía, mientras en Latinoamérica surgía Raúl Prebisch y la Cepal y su teoría del desarrollo «hacia adentro» y la industrialización a través de la sustitución de importaciones. Ello otorga gran poder al Estado, que asume los roles de productor y benefactor, ambos de gran potencial populista.



Luego de la oleada de gobiernos militares de los años ’70 y ’80 en la región, una nueva gran crisis económica azota al continente. El descuidado manejo económico y la debilidad institucional cobran su cuenta a los gobiernos de la región. En medio de esta crisis surgen diversos líderes de discurso populista que generan grandes expectativas de salvación y de cambio en sus países y logran mediante ellas ascender al poder, como Carlos Menem, Alberto Fujimori o Fernando Collor de Melo.



Pero hay algo distinto en esta oleada de populistas de los años ’90: comienzan a aplicar recetas neoliberales para la estabilización de la economía. Es lo que se llama el «neopopulismo latinoamericano», mezcla de discurso popular y antioligárquico -caracterizada esta vez como la clase política-, pero con un marcado acento neoliberal.



Los neopopulistas lograron controlar la inflación a través de severos ajustes y ganaron inmediato respaldo popular entre las clases más pobres y los sectores de la economía informal. Siguiendo la receta de Carlos Salinas de Gortari en México, privatizaron empresas públicas y con los fondos obtenidos desarrollaron programas sociales de asistencia directa focalizados en barrios marginales, y recibieron a cambio altas dosis de apoyo ciudadano.



A mediados de los años ’90 se sumaron nuevos integrantes al club, como Abdalá Bucaram y Hugo Chávez, esta vez sin el marcado acento neoliberal de sus predecesores pero con igual o mayor carácter mesiánico y una gran dosis de folclore.



Pero todos ellos comparten una característica central: su desprecio por las instituciones democráticas y las prácticas de buen gobierno y su ningún respeto por la independencia de poderes. Desoyen las órdenes de los jueces o derechamente intervienen los tribunales de justicia. Cierran el Parlamento, o como en el caso de Menem, gobiernan a través del abuso del decretos (el famoso decretismo). El patronaje y el clientelismo de sus políticas sociales sirven para acallar a sindicatos y organizaciones de la sociedad civil.



En un esquema de escasa transparencia surge la corrupción en sus gobiernos. Comienzan los escándalos, los robos, los asesinatos de opositores, el acoso a la prensa. Empiezan a hablar estupideces, a cantar en público, a disfrazarse de indio, campesino o futbolista, y a manejar Ferraris. Cual artistas, echan a sus esposas de sus casas con escándalo ante la prensa amarilla, se mezclan con el showbusiness local, comienzan a frecuentar jóvenes modelos. Y poco a poco comienzan a caer. Collor, Bucaram, Fujimori, Menem en la cárcel, Chávez brevemente caído en un golpe.



Pero el discurso se mantiene. La clase política es el gran enemigo y los más pobres, los informales de la economía, sus aliados. «Síganme» era el slogan de Menem en 1989. «El único capaz» es el slogan de Menem 2002.



Los neopopulistas no dudan en interpelar directamente al pueblo, saltándose a los políticos (y de paso a todo el andamiaje institucional) con frases de dudosa inteligencia y escasa credibilidad.



Son discursos vacíos, insensatos, falsos. Discursos de payaso.



Vea la primera parte



* Abogado y Master en Ciencia Política, London School of Economics. Profesor de Política Comparada, Universidad de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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