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La democracia y el nuevo fenómeno de los liderazgos femeninos


Hemos despedido un año en el que, como parte de un proceso que venía en curso, la política fue sentada en el banquillo de los acusados y -como es de todos conocido- no salió bien parada. No sólo dan cuenta de este fenómeno los comentarios que, cada vez con más frecuencia, aparecen en todos los medios de comunicación, sino de manera sistemática en diversos estudios de opinión.



Pero también hemos despedido un año en que, como parte de otro proceso que venía en curso, se consolidan liderazgos femeninos en el escenario nacional. Por segunda vez la Cámara de Diputados tiene a una mujer presidiéndola, procesos judiciales importantes han tenido a juezas a su cargo con alta exposición pública y, de manera emblemática, la popularidad de las ministras Alvear y Bachelet ha ido sistemáticamente en alza, convirtiéndose en serias adversarias electorales de Lavín.



Interesada en evaluar tales situaciones, la Fundación Chile 21 realizó dos encuestas en el curso de diciembre pasado, uno sobre Mujer y Política (Estudio de Opinión N°12) y otro sobre Calidad de la Política (Estudio de Opinión N°13), cuyos resultados previsibles se acompañaron de otros que lo son menos y que abren interesantes pistas sobre los fundamentos de la mala valoración de la ciudadanía en cuanto a la calidad de la política, sobre las instituciones democráticas y acerca del nuevo fenómeno de los liderazgos femeninos.



No nos confundamos. Una cosa es que la política, y no sólo en Chile, haya perdido centralidad en las vidas de las personas y esté relegada a lugares secundarios entre las prioridades y preferencias de los ciudadanos y otra, preocupante, es que en Chile sea considerada una actividad poco fiable y deshonesta, asociada a reprobables comportamientos de quienes la ejercen, es decir, de los políticos.



Empeora la calidad de la política y se la mide por quienes la practican



Un primer hecho a considerar es que hay una percepción de que la calidad de la política ha estado empeorando con el paso de los años. No hay, pues, una apreciación negativa de la política intrínseca a ella, sino por lo que en ella ha estado ocurriendo, por sus prácticas.



Es así que el 62% de los entrevistados tiene una mala evaluación de la política, por contraste con un 37% que tiene una evaluación positiva de la calidad de nuestra política. Pero sólo un 23% opina que se mantiene igual de mal en el tiempo, mientras que casi el 40% sostiene que la calidad de la política y de los políticos ha venido empeorando en los últimos años.



Los aspectos negativos de la política están asociados al ejercicio poco honesto, escasamente creíble y no confiable de los políticos. Frases como «los políticos no son honestos», «hacen muchas promesas sin cumplirlas», «engañan a la gente», «tapan situaciones o hechos», «son hipócritas y falsos», son parte del arsenal de las respuestas que dan dos terceras partes de los entrevistados en la última encuesta realizada a fines de diciembre del 2003.



Y esta apreciación se complementa con un alto porcentaje de estos mismos entrevistados que, enfrentados a la pregunta «¿qué es lo que más le gusta de los políticos», responde en un 47% que «nada».



La democracia necesita de la política



No obstante la negativa evaluación que acompaña a la política y a los políticos, la opinión mayoritaria valora el rol de los partidos y de los parlamentarios en la democracia.



El 72% de los entrevistados opina que la democracia necesita de los partidos políticos y el 81% opina, asimismo, que la democracia necesita tener parlamentarios.



El examen de ambas situaciones muestra que, si bien la opinión mayoritaria considera a ambos -partidos y parlamentarios- condición necesaria de la democracia, es más fuerte la relación que se establece entre parlamento y democracia (81%), que entre partidos y democracia (72%).



Por otra parte, aunque la necesaria relación entre partidos, parlamentarios y democracia es valorada mayoritariamente por todos los encuestados, ello es más notorio en el caso de aquellos que se identifican con la Concertación (el 87% de ellos establece una relación necesaria entre parlamento y democracia y el 80% entre partidos y democracia), que aquellos que se identifican con la Alianza por Chile (el 78% de éstos establece una relación necesaria entre parlamentarios y democracia y el 68% entre partidos y democracia).



Los atributos que se le piden al ejercicio de la política tienen sesgo femenino



No mucho tiempo atrás, el valor de la política estaba centrado en hacer bien las cosas y en los resultados. Hoy, fruto de los fenómenos recientes que ha vivido la política, se valora más el cómo se hacen las cosas y el para qué de ellas. Y ello se aprecia en la priorización de atributos para ejercer cargos de elección popular, es decir, para ejercer como buenos políticos.



En el primer lugar, con más de dos terceras partes de las preferencias, la honestidad es el requisito que, en opinión de los encuestados, debe tener un buen político, seguido muy cercanamente por los valores y principios y, en tercer lugar, por la inteligencia.



Por debajo del 50% de las preferencias aparecen atributos como la autoridad, los conocimientos, la valentía y la capacidad gerencial, atributo este último que concita menos del 10% de las preferencias.



Y aunque el 52% de los entrevistados estima que la honestidad es un atributo que comparten por igual hombres y mujeres, hay un 46% que opina que ese es un atributo propiamente femenino y sólo un 2% que lo considera masculino. Otro tanto acontece con los valores y principios, en que si bien hay un 62% que opina que es igualmente compartido por hombres y mujeres, un 36% lo estima propio de las mujeres, contra un 2% que señala que es propio de los varones.



Liderazgos femeninos para mejorar la calidad de la política



La legitimidad de los liderazgos femeninos, tal como lo revela el hecho de que una abrumadora mayoría por sobre el 90% estima que la participación de las mujeres en política es buena, así como el gran respaldo electoral que le otorga el 89% de los entrevistados a una mujer como candidata a la presidencia, descansa probablemente menos en las capacidades que se les reconoce ahora como comparables a las masculinas, cuanto por una forma distinta de hacer política.



En un momento en que a la política se le pide aquello de lo que hoy carece, consecuencia, honestidad, credibilidad, valores y principios, atributos todos que supuestamente los hombres, por ser quienes copan el escenario político nacional, no tienen o en menor cantidad, las mujeres son llamadas a ofrecer una alternativa de cambio en el modo en que se hace la política, introduciendo mejorías en su calidad.

Y no es ésta una afirmación intuitiva, Ante varias alternativas que pudieran mejorar la calidad de la política, los entrevistados priorizan en orden de prelación y con más del 50% de las preferencias, la existencia de un organismo que dé a conocer regularmente el cumplimiento de sus responsabilidades por parte de los representantes populares, transparentar el financiamiento de las campañas electorales y, asimismo, una mayor participación de mujeres en la política. Es decir, claramente hay una asociación entre transparencia, responsabilidad, veracidad y mujer.



Con menor respaldo aparecen mencionadas iniciativas que en otros países han contribuido a mejorar la calidad de la política, como la representación parlamentaria de las minorías (que obtiene un 38% de respaldo) y limitar la elección de un mismo representante popular a un máximo de dos períodos (con el 18% de respaldo).



<B<Reflexión final: la confianza se conjuga en femenino



Diversos estudios y análisis de la sociedad chilena hablan de sus grandes progresos y de los profundos cambios de la última década. Entre éstos, la creciente, aún si todavía insuficiente, participación de las mujeres es un dato relevante que altera una situación histórica de exclusión y marginalidad, fenómeno que empieza a revertirse con particular intensidad en las nuevas jóvenes generaciones.



Pero, junto con los datos estadísticos y análisis cuantitativos, los análisis más cualitativos revelan un problema en las relaciones que se establecen en nuestra sociedad, marcadas por la desconfianza. Desconfianzas con las instituciones y en las relaciones interpersonales marcan los modos de relacionarse, desconfianzas que nacen de hechos objetivos en una sociedad cuyas desigualdades atentan contra la necesaria cohesión social y que se alimentan subjetivamente por el temor que provoca lo desconocido, en una sociedad en que la diversidad y la heterogeneidad han tenido grandes dificultades para abrirse espacio. La débil aceptación de una convivencia basada en la diversidad provoca el desconocimiento del otro distinto, de allí las desconfianzas.



La política es parte de ese cuadro. Actividad segregada de la vida cotidiana de la ciudadanía, con sus reglas y ritos, con su propia lógica interna de movilidad, con sus códigos distintos a los de otras actividades genera, por lo mismo, desconfianzas y su clara vocación por el poder convierte la desconfianza inicial en la sospecha de propósitos turbios que se confirman ante cada caso puntual que corrobora prejuicios ya instalados.



El progreso en el plano de la igualdad de oportunidades de género de estos últimos años ha permitido una mayor visibilidad pública de la mujer, reforzada en el gobierno de Lagos por la participación de mujeres en cargos y responsabilidades tradicionalmente desempeñados por hombres. Todo esto contribuye a mostrar que sus aptitudes, características, rasgos y estilos son una contribución positiva, rompiendo las desconfianzas que solían acompañar los prejuicios existentes en torno del posible rol público de las mujeres. Desde su aprendizaje en la vida cotidiana, sumergida en las relaciones propias del espacio privado y doméstico, la irrupción de las mujeres en la esfera pública y política traslada estas experiencias biográficas, descontaminadas de las reglas propias que la política, básicamente masculina, ha construido.



Tal vez éste sea el cambio distintivo que producen las mujeres al participar en política y su principal aporte para la recuperación de la legitimidad y calidad de la política, contribuyendo a darle credibilidad y regresarle confiabilidad a las instituciones. De allí que se pueda decir, sin exagerar, que la confianza se conjuga en femenino.





Directora Ejecutiva Fundación Chile 21.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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