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El discreto encanto de la farándula


La televisión chilena ha abierto sus puertas de par en par a la atmósfera carnavalesca propia de la farándula. Esta tendencia estaba ya presente desde hace tiempo en cierta prensa periódica y en un segmento de la radiotelefonía nacional. Uno a uno los canales van venciendo las últimas resistencias aristocráticas ante el embate de la cultura de masas. El debate en torno a la massculture es de antigua data; se dio en la sociedad norteamericana en la posguerra y, luego, en las sociedades de consumo europeas durante los sesentas. En Chile asistimos a la irrupción de esta cultura tecno-urbana-masiva-consumista, sello de las sociedades tardocapitalistas occidentales y emblema del liberalismo globalizador.



La farándula no es necesariamente un género o formato estandarizado, quizás sea más adecuado hablar de «lo farandulesco» como característica de una cultura. En efecto, nuestro país vive un momento de su cultura caracterizado por cierto talante desacralizador y provocativo.



No nos confundamos, la farándula es cultura massmediática y no cultura popular, pues mientras ésta nace del substrato antropológico, aquella se impone verticalmente desde estereotipos que buscan el rating. Así, lejos de ser una expresión genuina de los pueblos, corresponde más bien a estrategias de marketing de las grandes cadenas mediáticas. En este sentido, la televisión tiende más bien a la «plebeyización» que al rescate de lo popular.



Por otra parte no podemos olvidar que la mayoría de formatos de la farándula proceden de la industria televisiva globalizada, que se adapta al medio local en una fórmula que se ha dado en llamar «glocalización». De este modo, nuestra televisión abierta se adapta a la lógica de mercado no sólo en los límites de nuestras fronteras sino en el gran mercado regional y mundial.



A esta altura, el reclamo aristocrático parece extemporáneo, fuera de lugar, pues en rigor estamos viviendo aquello que algunos han denominado Cultura Internacional Popular, una cultura que se multiplica por todos los rincones del planeta.



La plebeyización procede sobre el gusto promedio, homogeneizando las diferencias y anulando las distancias, convirtiendo toda actividad en algo poco serio. Prima lo lúdico, lo irreverente y espontáneo: el gris no está de moda. La cultura chilena entera nos recuerda aquellos años de liceo en que cada profesor y estudiante tenía su apodo, en que nada merecía tanta seriedad y en que, finalmente, daba lo mismo.



La relación entre los medios y sus audiencias es un poco más compleja de lo que algunos creen. Por de pronto, pareciera que la idea de dominación o manipulación de las masas no es tan clara, más bien la situación actual delata una complicidad abierta entre los públicos y los medios. La farándula está presente por mutuo consentimiento y atraviesa a todos los estamentos de la sociedad chilena. Desacreditadas las ideologías y la política, desacreditado el saber mismo, sobreviene una sensación, más aparente que real, de «fin de las ideologías», en fin, de un mundo en que cada cual hace lo que le venga en gana.



Más allá del presunto caos en que vivimos, se distinguen líneas matrices que permanecen inalteradas: primero, primacía del individuo y su correlato ideológico, el individualismo; segundo, absoluta primacía de la razón económica, al punto de que hoy es más peligroso estar en Dicom que profesar el marxismo o el islamismo fundamentalista. Por último, en el caso de Chile, una clara tendencia social conservadora que administra la sociedad y los medios y que impide cualquier cambio significativo en el corto o mediano plazo. Visto así, la farándula es un modo entretenido de control social y de despolitización de las masas, o si se quiere, es el capital convertido en entretenimiento.





(*) Investiagador y docente de la Universidad ARCIS.



Su libro De la Ciudad Letrada a la Ciudad Virtual, fue publicado por Editorial LOM. (2003).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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