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Oh Harry!


Ser negro en África es relativamente sencillo pero ser negro en USA sigue siendo un drama porque hay que pagar peaje. Para todo. Y siempre. Incluso Condoleeza. Sí. Cada vez que la veo y eso ocurre un día por medio, me tirita el bazo. Y me tirita porque Condoleeza, en el afán de demostrar a su amo blanca lealtad y sumisión, es capaz de montar una guerra tras otra sin pestañear. Debe resultar tarea imposible compaginar color y poder al nivel que la Sra. Rice lo ostenta.



Al menos Colin Powell dicen que sentía vergüenza. El mítico Harry Belafonte apelaba a su conciencia crítica, refiriéndose a Powell en una entrevista memorable que concedió a Wolf Blitzer a principios de año en una importante cadena norteamericana.



Condoleeza no. Condoleeza es harina de otro costal. Condoleeza es magníficamente negra como Harry, pero de toda evidencia no es Harry, ni Sydney, ni Coretta, ni Ángela, ni Lena, ni Martin.



Ella es experta en venias.



De Chanel vestida, peinado liso impecable, mirada de acero, media octava más bajo su registro de voz, dogal de perlas de un blanco esplendoroso adornan su frágil cuello a juego con la nueva sonrisa que esgrime mientras promete el Apocalipsis. Es notorio que su asesor de imagen, o asesora, está haciendo un trabajo de encaje de bolillos con Miss Rice. Porque en el fondo todos sabemos que estamos solos ante el peligro, solos, en los extramuros de otra guerra mundial. Y cualquier día, al más puro estilo Pamplonica de las fiestas de San Fermín, nos sueltan el chupinazo de partida, y sálvese quien pueda delante del Minotauro exterminador.



Leeza sabe de eso y de mucho más.



Hace mucho que no pierdo ripio cuando la veo aparecer en la tele. Me interesa mirarla porque mirándola aprendo. Su lenguaje no verbal es subyugante. Y estremecedor. Como el miedo. Cuando algún periodista intrépido logra encajar un izquierdazo, ella jamás contesta. O responde de manera tan meliflua que parece estar riéndose de la madre que nos fundó. Sospecho. La fauna política tiene de por sí un estilito tontaino vertical y cosmopolita. Ante cualquier eventualidad, ellos y ellas cuentan uno, dos, tres cuatro, cincoÂ… segundos, dependiendo del suspense que convenga, y luego, o mientras tanto, sonríen, miran socarronamente al periodista que aguanta estoico las sinsorgadas, miran incluso con atisbo seductor, por aquello de la prepotencia, y después empiezan la frase con un, mire usted, pontificante, que antecede a la aburrición hecha discurso.

Y eso no pasa con Madame la Secretaria. Ella aterroriza por lo que no dice. Y por cómo lo dice sin pronunciar palabra, simplemente a flor de diente, de gesto. Y sobre todo por cómo lo hace. Es un personaje sin desperdicio que parece poseer además, el don de la ubicuidad. Cubre todos los frentes.
Ora acaricia cabecitas de niños del cuadragésimo mundo, moribundos, moribundos gracias a todas las guerras por la paz que nos atiza el Pentágono; ora sonríe coquetona a Larry King; ora toca unos acordes de piano; ora declara zafarrancho de combate por un «quitameallaesaspajas».



Dicho sea de paso, Magda y Joseph Goebels eran virtuosos concertistas, lo que no les impidió cargarse a todos sus hijos en nombre de otro Fuhrer delirante, antes de suicidarse ambos. Lástima que no hubieran empezado por el final.



Es un decir.



Al ver a Condoleeza prodigarse de izquierda a derecha cantando loas a sus amos, justificando las masacres más horribles y anunciando las próximas, imagino el largo, larguísimo camino de esa mujer y de su ascensión a la Casa Blanca, una ascensión social y política llena de renuncias. Tal vez también a nivel personal sacrificó la edad de la ternura.



A lo mejor hay mucho desamor en ese caminar. O no. O somos solamente los tontorrones de turno los que necesitamos esa concepción aldeana del mundo y de la vida. La del amor, el honor, la amistad, la justicia, la risa desde el alma, la preocupación por los demás. ¿Serán bobilongadas?



Y claro, todo esto no pasaría de ser una especulación bajo el resplandor de los seguidores dado el peliagudo memento en que vivimos, si no fuera porque la ya mencionada dama, Leeza, guarda siempre el repoker bajo la manga de su blusita de seda Cocó, si no fuera la mas fiel guardiana de King George y de todos los caballeros de la mesa Oval. Si no fuera porque ella sabe muy bien qué botón o botones apretar para mandarnos a todos a tomar un te en las nubes. Eternamente. Y cuando quiera.



Y sin embargo ella, tiene que vivir blanqueando su hermosísimo negro para convertirse en la implacable y temida Condoleeza Rice , Secretaria de Estado de la Administración mas poderosa del planeta, y ser mil veces más obsecuente que los depredadores de rostro pálido que merodean alrededor del amo o de los grupos económicos que llevan la sartén por el mango.



Lo dicho hasta aquí no sería más que otra obviedad si no viniéramos constatando desde hace ya varios años entre mentiras y patrañas que desafían la coherencia intelectual más elemental, que efectivamente estamos comenzando la era del horror casi a la letra de lo que escribió Orwell en ‘1984’. Pero como siempre, la realidad supera cualquier ficción. Y además no le creíamos.



Espero en adelante cumplir un propósito ferviente y que muchas veces me traiciona. Y eso es que, ni siquiera como actriz, me gustaría dejarme llevar por la atracción Stanislavskiana que provocan ciertos personajes de sumergirse en ellos, verbigracia CR. Así me dieran el Oscar.



Porque si el mundo entero tiene que sostener la respiración esperando a que los poderes fácticos bajen o suban el pulgar, para vivir o morir; desde la arena del circo y antes del zarpazo final, quiero decir y digo que el famoso «progreso» se ha transformado en pornografía. Me refiero por supuesto a la pornografía de la corrupción de los dirigentes a nivel mundial; la pornografía del tráfico de la intimidad de las personas; la pornografía ejercida contra los inocentes, la pornografía de haber transformado todo en mercancía: la moral, los sentimientos, el amor, la solidaridad, la piedad, la compasión. El Estado como institución rectora y arbitral, estä haciendo agua. Se impone la ley del más fuerte o del más sinvergüenza.



Y como Winnie en «Oh les Beaux Jours» de Samuel Beckett, quedaremos unos cuantos saltimbanquis sin importancia tratando de que la palabra no quede definitivamente sepultada en la arena, conjurando el silencio sometido, y reclamando todavía el bien común. O tal vez Willie nos cierre la boca para siempre convirtiéndonos en piezas de museo.



Así que a riesgo de dejar inconcluso mi estudio del personaje, es decir a Miss Rice y el mundo que representa, me voy ahora mismo con Harry B. que me alboroza el esqueleto. Y me dejo llevar por su sonrisa contagiosa, por su voz afónica, tremendamente sensual, llena de vida, por su valentía hecha música, hecha protesta.



«Come back Liza, comme back girlÂ….» A ritmo de CalypsoÂ…



«Come back Leeza, come back girl Â…» ¿Podría ser?

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Begoña Zabala es actriz y reside en Montreal, Québec

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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