Publicidad

Revisitar películas


Regresar a un filme que en algún momento nos encendió, puede ser peligroso. El recuerdo suele fusionarse con la nostalgia y engrandecer las imágenes que descansan en las retinas y en el cerebro.



No obstante, hay un tipo de obras cinematográficas que permanecen y, en algunos casos, hasta suben de categoría. Ocurre con La Naranja Mecánica, de Stanley Kubrick, Gritos y Susurros, de Ingmar Bergman, La Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, para no mencionar a la que está instalada, al parecer, ad eternum, en el paraíso: Blow Up, de Michelangelo Antonioni.



La lectura de una película es siempre acotada, se ve en un momento de la vida, cuando el cuerpo y el alma pasan por una determinada situación; por otra parte, se acude al cine, empujado por antiguas motivaciones y/o pasiones, o, sin más, por asistir a que te narren, de manera encantadora, una historia en imágenes, con diálogos, personajes, formas, música y ruidos. Por otra parte, la compañía es esencial, se va al cine habitualmente con alguien, o may de alguien, y esa(s) presencia(s) contribuye a valorar, o a devaluar, lo que esta en la pantalla.



Si buscamos en los DVDs clubes que hay en Santiago dedicados al cine arte, es posible encontrar joyas ausentes de todo circuito actual de exhibición. De esa forma encontré La Tienda en la Calle Mayor, de Jan Kadar (1965), un cineasta checo exiliado a raíz de la invasión de los tanques rusos a su país, en 1968, durante la llamada Primavera de Praga.



¿Es m{as grande el recuerdo que tenemos de un filme visto hace décadas que su calidad intrínseca, revisitada años después? Puede ocurrir de todo. Sobre La Tienda en la Calle Mayor, recordaba la historia de la anciana comerciante judía y su amistad con Toño, un solitario vecino. Llega la hora de la invasión nazi, como llegaría después la de los rusos, y él, no judío pero amigo de una, la trata de salvar, mas su atolondramiento y escrúpulos provocan un accidente en el que la señora Lautman muere. Acto seguido no puede con la culpa y se ahorca. Una crítica de la revista Ecran, de aquellos años, abogaba porque la censura lo considerara un filme educativo, debido al admirable retrato del alma humana que ofrecía.



Todo eso estaba en mi memoria, repito, a décadas de distancia. La vi otra vez, en la intimidad del dormitorio y la escena final, en particular, está dentro de los desenlaces más bellos de la historia del cine. Blanco y negro, en cámara lenta, un hombre joven y una mujer madura danzan al compás de la música de la banda de la ciudad, cuyo director los saluda, para terminar fundiéndose con la luz del fondo de la pantalla.



Todo intacto en mi recuerdo.



__________





Mario Valdovinos, profesor de literatura y escritor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias