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Defensores de la familia


Así como el concepto de Estado-Nación y fundamentos como soberanías y derechos territoriales son violentados por la vertiginosidad de la globalización, la familia, ese invento de la teología, comienza a sufrir sus propios embates. En este caso, no se trata de que la familia esté siendo «víctima» de una modernidad mal enfocada.



Lo que se observa más bien es de no poder absorber una dinámica social de cambios que parecen haber caído en la trampa de un voluntarismo social reprimido. Este, muchas veces es conducido con fines políticos unilaterales, o con un sistema normativo que se sustenta en sí mismo, donde no se ven claros los objetivos.



Es el caso de «la píldora del día después», donde lo más nítido es la confusión en la aplicación de conceptos usados como absolutos, y que obliga a plantear una vez más la pregunta: ¿de qué familia se está hablando?



En la legión anti distribución de la píldora domina un concepto de familia, haciéndolo extensivo a sólo un tipo, como si fuera la medida de lo absoluto, guardada como el «Metro» en Francia. El debate es forzado y mal enfocado, porque un sector del liderazgo político -especialmente de la Alianza por Chile y del conservadurismo de derecha- parte del supuesto de que con el rechazo a la distribución de la pastilla, se protege a la familia, y ése concepto particular de familia.



Los que promueven su distribución aparecen como «no protectores» de la familia, o simplemente destructores.



Una discusión parecida ocurría en las luchas por los derechos civiles en los EEUU, particularmente en el sur, a fines de los años 50, cuando los estadounidenses de origen europeo, acusaban a otros «blancos» de estar en contra de la familia, cuando defendían los derechos civiles de los ciudadanos de origen africano.



La idea moderna de derechos humanos surge de la oposición entre naturaleza y cultura, y de allí se replantea el concepto de familia. A pesar de las tradiciones y costumbres establecidas de una sociedad, cada persona tiene ciertos derechos esenciales, sin importar cuán desventajosa sea la estructura cultural. Dos «clichés» originados en el siglo XVIII dieron vida a esta idea de los derechos: primero la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; y luego, la igualdad y la fraternidad.



Estos principios no son percibidos del mismo modo y los supuestos que los generaron en el siglo XVIII, ya no existen. En la medida en que se perdieron estos fundamentos en cuanto a la humanidad en general, es aún más difícil aplicarlos a la familia.



El supuesto básico era que la psiquis tenía una dignidad natural (muchos siguen conservando la misma idea). Esta integridad de las necesidades psíquicas, aparece de una oposición entre naturaleza y cultura. Si se perjudican los sentimientos de una persona, es una violación de los derechos naturales, como lo es apropiarse de los bienes de alguien, o encarcelarlo arbitrariamente. La búsqueda de la felicidad, fue una formulación de esa integridad psíquica, y la fraternidad fue otra. Es la persona natural quien posee el derecho psíquico, no el individuo.



El concepto peculiar de cultura en contraposición a la naturaleza comenzó a arraigarse en Europa en el siglo XVIII. La emergencia de la Ciudad ayudó a los ciudadanos a distinguir lo natural de lo privado, asociando lo natural con lo privado, y la cultura con lo público. Las metrópolis latinoamericanas han seguido el patrón europeo.
La conceptualización moderna del bienestar de la familia y del bienestar infantil y juvenil, proviene directamente de estas ideas de oposición entre lo privado y lo público, y sobre la naturaleza y la cultura, en las cuales se basan la familia y los derechos. Los niños y los jóvenes, como seres vulnerables dentro del ámbito de la familia no pertenecían al dominio público. Sólo los adultos pertenecían a ambos mundos, el privado y el público, así como el natural y la cultura.



Que en Chile se necesitara tanto tiempo para lograr el reconocimiento generalizado de problemas sociales. tales como el alcoholismo y la drogadicción juvenil, el comportamiento anómico al interior de la familia, la sexualidad y el embarazo precoz, el rechazo de los jóvenes a inscribirse en los registros electorales, es una manifestación de procesos psíquicos que no se pueden expresar en términos públicos.



El que no sea posible revelarlos, denota ostensiblemente que los procesos psíquicos nunca se podrían destruir, ni enfrentar por medio de arreglos convencionales. La sociedad se puede medir por su grado de temor a reconocer que los derechos naturales, pueden trascender las atribuciones de una sociedad en particular, y no todos entienden este fenómeno. El orden de la naturaleza podría ser debatido o desafiado por los más iluminados, ya que al analizar las transacciones emocionales al interior de la familia, se discute el problema de la naturaleza.



Que las personas tienen derechos naturales era una consecuencia lógica de la idea de que todas las cosas buenas que comparten los seres humanos se manifiestan en el núcleo de la naturaleza: la familia. Lo que la gente compartía era la compasión natural, una sensibilidad natural ante las necesidades de los demás, sin importar las diferencias de la situación social de cada uno.




Es por esta razón que la sociedad desarrolla sistemas que amenazan esta interpretación abstracta de las transacciones psíquicas al interior de la familia (poniendo en peligro la unidad de lo natural y lo privado), y la sociedad se niega a reconocer rápidamente las disfunciones que se producen. Esto ocurre porque implica un cuestionamiento a la deidad de la naturaleza, la familia, y la naturaleza.



La distribución de «la píldora del día después», y su rechazo por una parte de la representatividad política en el país, confirma esa tendencia de obstáculos que existen para reconocer los problemas sociales en su dimensión real.



Desde la perspectiva anotada, oponerse a su distribución es estar en contra de los derechos más básicos de la infancia y de la juventud, y en consecuencia, la protección de la familia. Los que creen protegerla, más bien la destruyen de raíz. Así como los «blancos» de Missisipi de los años 50, destruían la posibilidad de los derechos civiles al establecer solo un concepto de familia.



En una sociedad que ha estado en transición y reestructuración durante las cuatro últimas décadas, y fuertemente marcada por la introducción acelerada de la economía de libre mercado, la familia y su concepto convencional de «sede de la naturaleza» se ve amenazada.



Los detentores del discurso antitiranía y del individualismo liberal se ven atrapados en sus propias contradicciones, obstruyendo la posibilidad de la libre opción. Para el mercado y la explotación, son antitiranía e hiperliberales. En el lenguaje y el engranaje social, se transforman en manipuladores políticos y potenciales dictadores.



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Juan Francisco Coloane es sociólogo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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