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Hillary y el dedo en la llaga

Osvaldo Torres
Por : Osvaldo Torres Antropólogo, director Ejecutivo La Casa Común
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La pérdida de identidad de un pensamiento propio, que articule nuevas “utopías posibles” con una acción política coherente, es lo que hace más profunda la crisis actual y un tanto impotentes los esfuerzos por mantener unido el pacto político, con la sola oferta de recuperar La Moneda de la mano de la ex Presidenta.


Cuando Estados Unidos impulsó la Alianza para el Progreso en América Latina, a inicios de los años sesenta, dos revoluciones habían volteado sendas dictaduras, la de Pérez Jiménez en Venezuela y la de Batista en Cuba.

La Alianza para el Progreso fue un intento de respuesta integral a la desigualdad y atraso de los países al sur de Norteamérica, con un claro tinte reformista y anticomunista. Su programa era: a) reforma agraria para desactivar las potenciales guerrillas y modernizar la estructura improductiva del agro, que elevaba el costo de la mano de obra en las ciudades; b) ayuda financiera y apoyo en inversiones para retomar el crecimiento industrial; c) adoctrinamiento y entrenamiento a las FF.AA.        en la lucha antisubversiva. Estas, junto a otras medidas, se fueron diluyendo rápidamente, pues Estados Unidos comprendió que sus medidas propendían a la desestabilización del continente en plena Guerra Fría, por lo que debía limitarse al punto c, que apuntalaba a la institución más fuerte de los Estados de la región.

Hoy, tímidamente, Hillary Clinton ha propuesto otra reforma algo sorprendente, ante el Consejo de las Américas: que los gobiernos de América Latina suban los impuestos para aumentar la recaudación fiscal, pero sacándole a los que tienen más, pues “pese al crecimiento del PIB, la desigualdad en el ingreso sigue aumentando. Es una fuente de gran inestabilidad social y política que alimenta la actividad criminal”. Si agregamos lo afirmado por Obama, acerca de la necesidad de detener la especulación financiera con nuevas regulaciones, pues aquella deteriora gravemente los mercados internacionales y afecta a las economías más dependientes del comercio mundial, tenemos dos reformas clave, que se pueden igualar a las de los sesenta.

[cita]El más elemental realismo político indica que hay que abrir las alianzas reuniendo en un amplio acuerdo a aquellos sectores sociales y políticos que vienen de un tronco común y que proponen un reformismo radical.[/cita]

Sorprende pues que en Chile estos dos temas fueran sacados de la discusión a riesgo de ser estigmatizados por la derecha política y económica, como por los aduladores de los gobiernos de turno. Que las máximas autoridades del “pulpo del imperialismo” propongan ahora estas medidas reformistas, es significativo del atraso en que había quedado el pensamiento y programa de la izquierda chilena y el progresismo.

La pérdida de identidad de un pensamiento propio, que articule nuevas “utopías posibles” con una acción política coherente, es lo que hace más profunda la crisis actual y un tanto impotentes los esfuerzos por mantener unido el pacto político, con la sola oferta de recuperar La Moneda de la mano de la ex Presidenta.

No se ha entendido que si durante 20 años el cuadro político estuvo marcado por la dictadura -es decir por lo que había que superar-, hoy se trata de las reformas que se le propondrán al pueblo para su bienestar y que permitan sustentarse los próximos 20 años. No se trata del mismo juego y hacerlo bien, es otro el escenario. Ya no se está jugando Nintendo, hoy se juega con una consola wii.

Es en el sentido anterior que se debe reconocer que el programa que puede ayudar a articular una oposición progresista y con sentido de futuro, está en los contenidos que propuso, con audacia, la campaña de Marco Enríquez, abarcando nuevos temas y actores sociales y recreando una alianza política para los cambios.

Quizás sea paradojal, pero lo que puede sacar de la confusión a la Concertación es un nuevo programa  y para ello no puede dejar de reconocer los aciertos de la propuesta de Marco, tanto en la reforma tributaria, como en la educación pública, las libertades individuales como la reforma profunda al régimen político y la Constitución.  Si se entiende que lo fundamental no es volver al gobierno, sino el saber qué hacer si se llega a él, sin repetir los errores cometidos, el más elemental realismo político indica que hay que abrir las alianzas reuniendo en un amplio acuerdo a aquellos sectores sociales y políticos que vienen de un tronco común y que proponen un reformismo radical, a tono con las desigualdades sociales y de derechos que viven los chilenos.

Como parte de un acuerdo programático no deberá quedar fuera tampoco aquel punto c. Es decir, la doctrina y papel de las FF.AA. Esto es clave, no sólo porque está claro que su tarea debe estar bajo la orientación del poder civil, democráticamente electo, sino porque hay una incoherencia entre su doctrina y su accionar en democracia.  Que el Jefe del Estado Mayor conjunto hablando a nombre de todas las ramas de las FF.AA. afirme, respecto del terremoto-maremoto, que “la función de los marinos es salvar sus buques y eso es lo que hicieron”, o que “tampoco correspondía comunicar la alarma a la población”, son afirmaciones intolerables para quienes tienen un presupuesto que desborda las necesidades de defensa del país y se supone que defienden antes que un territorio a sus ciudadanos.

Otro componente, que no señala Hillary, pero que es consecuencia lógica de sus dichos, es que se hace impostergable levantar una reforma laboral que aliente y proteja la sindicalización como la negociación colectiva. Que en 20 años tengamos un 12% de la fuerza de trabajo sindicalizada y el 6% bajo condiciones de negociación colectiva, habla del grado de desigualdad social del país. En Uruguay, por ejemplo, donde hay derecho a huelga con ocupación de empresas, sindicalización sobre el 80% y todos los trabajadores bajo régimen de negociación colectiva (o consejos salariales), tienen una de las tasas de crecimiento económico más altas de toda la región. Es decir, hay un modelo de desarrollo que no desprotege la productividad ni la cohesión social.

Hillary ha puesto el dedo en la llaga. La reposición de la izquierda y la gestación de una alternativa de gobierno a la derecha, pasa por aprender del pasado y abrirse a una nueva estrategia de desarrollo para un país más justo, libre y sustentable, lo que requiere de una  apertura de ideas y máximo debate sobre las medidas programáticas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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