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La Mina San José: del episodio a la fundación

Ignacio Larraechea
Por : Ignacio Larraechea Gerente General de Acción RSE
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En San José, años atrás, al prevencionista que hizo bien su trabajo y presentó un plan para enfrentar los riesgos… ¡lo despidieron! Todo esto es obvio: los accidentes no son sino el resultado de trabajar mal. La cultura de la seguridad no es sino el reflejo de una cultura de la calidad.


El grave accidente de la mina San José (no olvidemos que eso es, no obstante el glorioso rescate) pareciera habernos dejado ad portas de un nuevo “Nunca más en Chile” en un ámbito que suele sensibilizarnos poco como sociedad: el de la salud y seguridad en el trabajo.  Mineros rescatados y rescatistas se lo imploraron al Presidente cara a cara, al instante siguiente de volver del infierno: “Presidente, que esto no vuelva a ocurrir nunca más”. El Presidente responde anunciando rápidamente la creación de una comisión que se aboque proponer cambios normativos, propios de “un nuevo trato”, para lograr un “nunca más” más acotado que el que pedían los mineros: que “nunca más se trabaje en condiciones tan inseguras e inhumanas”.

Pero el “nunca más” que pedían los mineros iba más allá de esto. Apuntaba a que ningún otro trabajador viviera esta tragedia. En este punto los matices son muy importantes: si el objetivo es disminuir la accidentabilidad y particularmente la fatalidad en el trabajo, incentivar un cambio en las condiciones físicas de trabajo por la vía de las normas es absolutamente necesario, pero a todas luces insuficiente. La razón es muy simple: el 20% de los accidentes tienen origen en las condiciones físicas de trabajo (como es el caso de San José). El 80% restante se originan en acciones o “errores humanos”. Una conversación de una hora con expertos prevencionistas basta para enterarse de decenas de casos en que las condiciones físicas y normativas de una empresa son las correctas y que los accidentes se producen porque los trabajadores las transgreden, tanto por ineficacia de sus supervisores como por su propia desidia o temeridad. Estos expertos suelen sorprendernos con ejemplos en que los chilenos demostramos no poseer una cultura de autocuidado en todos los ámbitos de nuestra vida: basta ver como conducimos nuestros autos, el alcohol que tomamos, los excesos de grasa en nuestra alimentación y los índices de tabaquismo.

[cita]En San José, años atrás, al prevencionista que hizo bien su trabajo y presentó un plan para enfrentar los riesgos… ¡lo despidieron! Todo esto es obvio: los accidentes no son sino el resultado de trabajar mal. La cultura de la seguridad no es sino el reflejo de una cultura de la calidad.[/cita]

Para llegar a ese 80% del problema tenemos que llegar al interior de las empresas y al interior de las casas de los trabajadores.

Al tratarse de un problema de índole cultural,  para enfrentarlo las empresas deben contar con dispositivos que permitan, efectivamente, incentivar conductas responsables. No basta tener un comité paritario. Si las organizaciones no tienen mecanismos de gestión del desempeño, carecen de mecanismos de premio o castigo  (pecuniario o de otro tipo), si los ascensos son automáticos o por compadrazgo y no por mérito, si los mecanismos de selección o despido de trabajadores no consideran, aparte de la idoneidad, las actitudes y valores que la empresa busca desarrollar, si no se generan mecanismos de formación y capacitación permanentes, en otras palabras, si no hay gestión eficiente de recursos humanos, la empresa tiene las manos atadas: el trabajador “temerario” nunca será sancionado, el supervisor que descuida a sus” viejos” obtiene igual su ascenso, pues es automático. Peor aún, el trabajador responsable, que usa sus implementos de manera adecuada, suele ser sancionado y ridiculizado por su propio grupo de pares y rara vez obtiene reconocimiento de la empresa.  En San José, años atrás, al prevencionista que hizo bien su trabajo y presentó un plan para enfrentar los riesgos… ¡lo despidieron! Todo esto es obvio: los accidentes no son sino el resultado de trabajar mal. La cultura de la seguridad no es sino el reflejo de una cultura de la calidad.

Las políticas de prevención de riesgos de las empresas no sólo deben considerar lo ocurrido en horas de trabajo, sino también las conductas del trabajador cuando está fuera de la empresa: el no dormir las horas adecuadas, la ingesta de alcohol y drogas, por mencionar solo dos casos, ponen en riesgo la propia seguridad y la de los compañeros durante las faenas.

Este último ejemplo nos lleva al rol del propio trabajador en todo esto. Si lo seguimos considerando sólo como la “víctima potencial” que debemos proteger y no le asignamos una responsabilidad clave, simplemente no obtendremos resultados. Pero para que asuma esas responsabilidades es necesario proveerles formación y participación.  En este sentido, nos parece muy saludable la propuesta de la Senadora Rincón y de otros parlamentarios, en cuanto a flexibilizar los mecanismos para que se constituyan comités paritarios en todo tipo de empresas. Desgraciadamente, casi al instante se escucharon voces de desaprobación señalando que aquello constituía un “estímulo a la sindicalización”. ¡Por supuesto que lo es y bienvenido sea! La baja tasa de afiliación sindical está en la base de la falta de diálogo social respecto a este tema y a tantos otros.

La falta de integración entre todos los actores relevantes ha quedado plasmada en la constitución de la Comisión creada por el Gobierno. No sabemos si fueron invitados, pero los dirigentes sindicales brillan por su ausencia. La CUT, por su parte, ha formado su propio equipo de trabajo.  Por este camino llegaremos a que el tema terminará siendo debatido en el Parlamento y cada coalición buscará asumir la posición más rentable políticamente.

Ojalá prime el buen juicio. No olvidemos que la tasa de fatalidad en las empresas asociadas a mutuales es de 12 muertes por cada 100 mil trabajadores.  Si logramos bajar esta tasa de manera sustantiva, estaremos salvando cada bienio tantas vidas como las que perdimos el 27 de febrero. Es decir, los sucesos de San José ya no serán sólo un episodio, que iremos olvidando más rápido de lo que hoy creemos, sino el cimiento de una nueva fundación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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