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El Principito

Robert Funk
Por : Robert Funk PhD en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
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Más fundamentalmente, la actitud chilena frente la boda real revela algunas cosas de nosotros: provincialismo, envidia, poca visión histórica. Como observó Andrés Benítez el fin de semana pasado, difícil resulta imaginar que un miembro de la ‘aristocracia’ local se case con una hija de una azafata o nieta de mineros. Por mucho que los británicos mantengan una jefatura de estado hereditaria, incluso ahí hay más evidencia de movilidad social que en nuestra democrática república.


Ni si quiera la celebración del Bicentenario inspiró el brote de republicanismo que la boda entre un principito y su novia logró detonar. Aparte de algunas señoras de una cierta edad, el consenso de un ‘focus group’ informal – una combinación de amigos, colegas y el TL en mi Twitter –, era que la boda real a) era una vergüenza en un momento que el Reino Unido pasa por un mal momento económico; b) no tenía nada que ver con la realidad chilena, y por lo tanto los noticieros no debían haberle dado tanto espacio y color; b) hay noticias más importantes. Todo se trataba de un ostentoso espectáculo y cuento de hadas. Una linda pero simple doncella se casaba con su príncipe azul.  ¡Y esto de realeza, qué cosa más ridícula y anacrónica en el mundo de hoy! A la acusa a la prensa de colaboración con estos aristócratas, a costes de informarnos de las numerosas crisis que golpean el mundo. ¡Qué poca seriedad!

Sin duda que las bodas reales son espectáculos. Pero también lo son las inauguraciones presidenciales, los Te Deum anuales y los discursos de 21 de mayo. Las mismas personas que podrían abogar por televisar las sesiones parlamentarias como un acto de transparencia, alegan que la boda real es un descenso inaceptable hacia la farandularización. Sin embargo, en el contexto británico, la boda real no es simplemente una fiesta privada de unos mimados aristócratas, sino un evento de importancia cívica, a la par con los ejemplos recién mencionados. Puede ser que tener un jefe de Estado hereditario parezca extraño para la sensibilidad nacional, acostumbrado a dos siglos de republicanismo, y a algunos británicos también les molesta (en 2006 un 18% favorecía transformar el país en una república), pero al tratarse de un futuro jefe de Estado, nieto de la actual jefa de Estado y posible padre de futuros jefes de Estado, no deja de ser un evento político, y de ahí, histórico.

[cita]Las mismas personas que podrían abogar por televisar las sesiones parlamentarias como un acto de transparencia, alegan que la boda real es un descenso inaceptable hacia la farandularización. Sin embargo, en el contexto británico, la boda real no es simplemente una fiesta privada de unos mimados aristócratas, sino un evento de importancia cívica, a la par con los ejemplos recién mencionados.[/cita]

Entonces, dirían algunos, puede que tenga significado político para los sujetos de Su Majestad, pero no para los chilenos. ¿Por qué, entonces, los noticieros locales deben dedicarle tanto espacio? Cualquier televidente de noticieros chilenos tendrá que concordar en la debilidad de la idea que los informes sobre la boda real de alguna manera desplazaron ‘noticas de verdad’. Lo que desplazaron fueron informes sobre fútbol, delincuencia, y si subió o bajó el precio del combustible.

Pero más fundamentalmente, la actitud chilena frente la boda real revela algunas cosas de nosotros: provincialismo, envidia, poca visión histórica. Como observó Andrés Benítez el fin de semana pasado, difícil resulta imaginar que un miembro de la ‘aristocracia’ local se case con una hija de una azafata o nieta de mineros. Por mucho que los británicos mantengan una jefatura de Estado hereditaria, incluso ahí hay más evidencia de movilidad social que en nuestra democrática república.

Pero no lo queremos ver. A pesar de la conectividad que nos ofrece la vida moderna, los celulares y el internet, a pesar del alto nivel de permeabilidad que han obtenido las redes sociales en el país, y a pesar de tres décadas de inserción comercial en el mundo, seguimos siendo provincianos. Nos gusta ver la historia chilena recreada en programas de TVN, pero los hitos de la historia actual, fuera de Chile, no son para nosotros. Somos demasiado pobres y vivimos demasiado lejos.

¿Y si todo esto realmente no tuviera ninguna relevancia histórica? ¿Qué si no fuera más importante que…. un evento deportivo? Algo como un partido de fútbol, de esos que hacen que cada cuatro años el país se paralice, que los empleados se tomen licencias, y que los colegios dejen que las clases terminen temprano. Ahí nadie habla de lejanía o seriedad. Cómo dijo otro principito alguna vez, uno que vivía en otro planeta, el que se pasa todo el día diciendo que es un hombre serio no es un hombre, es un hongo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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