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Indecisión y crisis

Aldo Mascareño
Por : Aldo Mascareño Profesor investigador de la Escuela de Gobierno de la UAI
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Escuchar no es reconocer la legitimidad del movimiento. Eso lo saben todos. Es hacer que el otro sea parte, que se incluya en el riesgo de tomar decisiones y no solo se exponga al peligro de las decisiones de otros. Trasladando el problema al Congreso no se logra esto, aunque ello sea un elemento central del procedimiento democrático.


Uno de los problemas centrales de las sociedades modernas (y de varios individuos modernos y de otros no tanto) es que por hacer ciertas cosas, dejan otras olvidadas hasta que les explotan en la cara. Probablemente esto sea necesario. No se puede hacer todo a la vez y, además, todo lo que sucede, sucede al mismo tiempo. Para recordar lo que se ha olvidado, los individuos tienen los dolores del cuerpo y los cobros por correo; para recordar lo que las sociedades olvidan, tienen a los movimientos sociales.

Los movimientos sociales hacen notar a la sociedad tanto su ignorancia de temas que no son públicamente visibles sino hasta el momento de la protesta (o que aun viéndolos, se dejan al futuro), como su incompetencia para enfrentarlos y resolverlos. En el caso de la educación hay de ambas cosas: ignorancia y desidia en cuestiones como el lucro, el endeudamiento, la producción sistemática de inequidad en la educación, y hay también incompetencia para tomar decisiones que marquen giros de política e indecisión para escuchar a quienes protestan.

La protesta es de los afectados, de los que no son incluidos en las decisiones, o de los que se ven maniatados por las indecisiones. Son precisamente esas indecisiones las que producen las crisis, pues ¿de qué otro modo acontecen las crisis sino por decisiones que todo el mundo sabe que hay que tomar, pero no se toman? Tamaña ironía la de un gobierno de excelencia en la gestión que no toma decisiones. Tamaños sus problemas también. Y no se ve que vayan a disminuir, el menos en el caso de la educación, principalmente por dos razones.

[cita]Escuchar no es reconocer la legitimidad del movimiento. Eso lo saben todos. Es hacer que el otro sea parte, que se incluya en el riesgo de tomar decisiones y no solo se exponga al peligro de las decisiones de otros. Trasladando el problema al Congreso no se logra esto, aunque ello sea un elemento central del procedimiento democrático.[/cita]

La primera es que una condición de los movimientos sociales supone que las demandas por las que protestan sean suficientemente concretas para atraer a los que se sienten afectados, pero a la vez suficientemente generales para exceder los límites del mismo movimiento. Endeudamiento es concreto, lucro es concreto; inequidad es general, cambio constitucional es general. Esto no es indefinición, es el modo buscar simpatizantes, de ampliar los contactos y de integrar motivaciones incluso contradictorias (estudiantes y funcionarios de instituciones privadas y públicas, por ejemplo) que de ese modo parecen todas unidas bajo el mismo alero, el de constituir una alternativa. En ella caben tanto los asaltantes de bancos, los gremialistas 2.0 y los artistas callejeros o de farándula pública. Todos ellos pueden tener aspiraciones distintas, pero todos saben a quién apuntar: a un gobierno que trivializa el problema, y precisamente eso los hace fuertes como alternativa.

La segunda razón es que la probabilidad de subsistencia y crecimiento de los movimientos sociales se incrementa cuando se los ignora, porque la ignorancia de quien tiene que escuchar se transforma en indecisión. Entonces el problema explota en la cara y hay cien mil personas en la Alameda de las Delicias y otras tantas en otras alamedas de Chile (se abrieron finalmente, como se pronosticó hace casi cuatro décadas). Escuchar no es reconocer la legitimidad del movimiento. Eso lo saben todos. Es hacer que el otro sea parte, que se incluya en el riesgo de tomar decisiones y no solo se exponga al peligro de las decisiones de otros. Trasladando el problema al Congreso no se logra esto, aunque ello sea un elemento central del procedimiento democrático, pues las cosas se mantienen en el ámbito institucional, lo que hace que el movimiento siga viéndose para sí y para otros como alternativa. El gobierno anterior vio una oportunidad en la mesa de diálogo e institucionalizó la alternativa, pero quizás esto sea lo que descarta esa opción para el gobierno actual. Mala cosa, porque posponer las decisiones no trae otro resultado que crisis, o en este caso, la hace más aguda.

¿Se puede ser creativo a estas alturas? Ya no queda mucho espacio. La carta de las vacaciones y la de mover el foco de Alameda a la Avenida Pedro Montt ya están jugadas. Y parece que un bono de fin de conflicto tampoco funcionaría en esta oportunidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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