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Aysén: el fantasma de la transición

Alberto Mayol
Por : Alberto Mayol Sociólogo y académico Universidad de Santiago
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Acusar al movimiento estudiantil (y a Camila como su representante en la Tierra) de no haber ejecutado un proceso equivalente al de Aysén es de una mediocridad patética, es nuevamente el fantasma que señala que el líder bueno es el que acepta las propuestas del poder central, es en definitiva el fantasma de la transición, que no es otro sino el de Pinochet y la Concertación.


“Cambio tres fotos de Camila por una de Iván Fuentes” dice el columnista Carlos Correa (aparentemente citando a Polo Ramírez), en referencia a la capacidad demostrada por Fuentes, el líder y negociador de Aysén, al llegar a un acuerdo con el gobierno sin radicalizar su movimiento. Explícitamente la columna pretende señalar que el horizonte del conflicto estudiantil perdió el rumbo y que el de Aysén fue mejor orientado. Nadie puede negar que el manejo de los tiempos del líder regional fue brillante, que sentarse en plena efervescencia fue perfecto y que, si bien también se cayó un avión llegando a la negociación, tuvo la suerte de no haber perdido la energía antes de sentarse a la mesa.

El movimiento de Aysén suma hoy una victoria estructural y el gobierno se suma una victoria táctica con una derrota futura, porque el tema volverá a encenderse con HidroAysén y si ahora Fuentes quiere romper, puede hacerlo con mucha legitimidad. Sin embargo, desconocer las principales diferencias entre el contexto estudiantil y el aisenino sería absurdo. En primer lugar, en el presente conflicto el gobierno hizo algo que califica para el rótulo de ‘oferta’, situación por completo contraria a lo ocurrido con los estudiantes. Y es que el gobierno puede ‘vender humo’ con Aysén porque califica de excepcional el caso, situación que no podía hacer valer para los estudiantes, donde cualquier cambio relevante suponía un cambio estructural. En segundo lugar, los aiseninos vieron un camino de resolución de sus demandas y se centraron en ellas. Ello supone necesariamente que no termina por configurarse un movimiento social, sino un comportamiento del tipo ‘grupo de interés’. Por supuesto, todo movimiento tiene intereses sectoriales, ello le es imprescindible. Pero un movimiento social no se agota en ello, tiene alcance país, se vincula con temas asociados, cree en el horizonte político aunque descrea de la ruta por el camino de los partidos. Un movimiento social no quiere satisfacer sólo demandas, sino que desea cambiar el país.

[cita]Aysén ha conseguido algunos avances y deben estar felices. Chile puede alegrarse, pero no tiene razón alguna para agradecerlo. En cambio, al movimiento estudiantil los periodistas le deben una libertad de expresión que hace un año no existía, los ciudadanos le deben un poder que nunca habían conocido y el país mismo les debe que hoy exista en Chile la opción de acabar con esa transición que no llevaba a ningún sitio y comenzar de una vez a vivir en democracia.[/cita]

El movimiento estudiantil tuvo que tomar una opción: lograr reducción de deuda y aranceles o cambiar la educación de modo integral. Así de simple. Y optó por lo segundo. No bajó un peso el arancel, pero cambió el país. Terminamos 2011 hablando de inscripción automática, voto voluntario, fin del binominal, la aberrante discriminación a las empleadas de casa particular, reforma tributaria, Sernac financiero, regulación del lucro y cambios institucionales varios. Y comenzamos 2012 hablando de todo lo anterior y de la necesaria regionalización, de aumentar el poder fuera de Santiago, gracias a levantamiento conocidos masivamente en Calama y Aysén, más muchos otros alzamientos localmente importantes por el país.

Aysén es hijo del movimiento estudiantil, porque éste entregó horizonte utópico y poder a cada uno de nosotros. Tienen los aiseninos una oportunidad: la de convertirse en un tronco y no sólo en una rama de otro movimiento, pues su problemática plantea el problema de la desigualdad de poder con Santiago, absurda si se piensa que dada la matriz exportadora debieran ser las regiones las más importantes. Pero resulta que Santiago profita del resto del país, sólo porque coordina y capitaliza lo extraído de minas, mares y campos del Chile regional. El movimiento de Aysén ha hecho un repliegue. Si es táctico (y momentáneo) es brillante, si es estratégico (y constante) es simplemente haber recuperado una tajada de la torta que le han quitado, meritorio, pero insuficiente. Aysén ha conseguido algunos avances y deben estar felices. Chile puede alegrarse, pero no tiene razón alguna para agradecerlo. En cambio, al movimiento estudiantil los periodistas le deben una libertad de expresión que hace un año no existía, los ciudadanos le deben un poder que nunca habían conocido y el país mismo les debe que hoy exista en Chile la opción de acabar con esa transición que no llevaba a ningún sitio y comenzar de una vez a vivir en democracia.

Acusar al movimiento estudiantil (y a Camila como su representante en la Tierra) de no haber ejecutado un proceso equivalente al de Aysén es de una mediocridad patética, es nuevamente el fantasma que señala que el líder bueno es el que acepta las propuestas del poder central, es en definitiva el fantasma de la transición, que no es otro sino el de Pinochet y la Concertación.

Aysén ha tomado una decisión legítima. Pero no es ejemplar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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