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¿Quiénes desacreditan a los estudiantes?

Iván Salinas
Por : Iván Salinas Ph.D. Enseñanza y Educación de Profesores. Investigador en Educación en Ciencias. Fundación Nodo XXI.
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Sospecho que Chile vive en un idealismo posmoderno con una estructura estatal y social aún sin modernización. Es quizá el chorreo cultural de las élites que han viajado por el mundo y han traído lo peor del mundo desarrollado a nuestros terruños alejados del mundanal ruido. La cultura en la que hemos sido paridos es un pegoteado de arribismo, consumismo, depredación, individualismo, competencia y codicia. Un “sálvate solo (o sola)” que nos inunda la vida sin que muchas veces podamos hacer mucho. Pero sobrevive el amor y solidaridad, el compañerismo y fraternidad, la colaboración y la proyección del colectivismo honesto. Sin embargo, eso no parece ser parte del pegoteado que nos vincula con la sociedad “desarrollada” que imaginan los que mandan y dirigen. Si forma parte de lo que los estudiantes han clamado en sus movilizaciones: cambios a la estructura del sistema político, y en el fondo, a la forma de relacionarnos con los derechos sociales.

Extraña que baste el resultado violento de una marcha para que tantos se unan a la comparsa del gobierno y la Concertación y salgan muy sueltos de cuerpo a “condenar”, a “criticar” al movimiento estudiantil y a sus dirigentes. ¿De verdad usted cree que las micros quemadas son responsabilidad de la estrategia de los dirigentes estudiantiles? Yo no. Y encuentro patético el show que han montado en torno al tema, editorializando en sus medios y equiparando el discurso político de los estudiantes con la violencia. Ahí sí que está el verdadero montaje: dejar que algo predecible pase (como la intendencia no autorizando la marcha, y la policía promoviendo un laissez-faire de los encapuchados) para que actores, predecibles (como los políticos y personeros de gobierno y Concertación), hagan sus alardes de la “política seria” y busquen aislar el más claro atisbo de participación juvenil en política que ha existido en los últimos 20 años.

En este mismo medio he visto cómo atacan al presidente de la FECh y vocero del Confech, Gabriel Boric, tildándolo de “delincuente”. Me cuentan que en la calle ocurre a veces lo mismo. Resultado de una caricatura creada por los medios y, extrañamente, sostenida por juventudes políticas de los partidos tradicionales que le han seguido el discurso al gobierno.

¿Cómo es que se lanzan a explicar, cínicamente, la violencia de una marcha como el “resultado” del movimiento estudiantil? ¿Qué pasó con esos pobres de los que hablan y se llenan la boca los expertos y los políticos? ¿Creen que esos pobres no tienen rabia acumulada? ¿Creen que la rabia se va a acabar con una estrategia del movimiento estudiantil? ¿Creen que la emocionalidad de la injusticia y desigualdad, exacerbada por escribanos de la élite y programas de televisión va a acabarse porque ahora viene el tiempo de la “política seria” de las elecciones municipales? ¿Qué han ganado —en la periferia popular y en las clases medias precarizadas— con votar en este sistema? No me vengan con cuentos ni a hacerse los cuchos. La violencia es parte de este sistema y no es culpa de los dirigentes estudiantiles. No sean patudos, señoras y señores políticos.

La constatación de la violencia como “partera de la historia” no me hace violentista, ni a usted que lee esto, ni a nadie en particular. La violencia política, emocional, irracional o “justificada” existe, y ha tenido un descenso histórico. A pesar del idealismo pacifista y antiestatal de la corriente liberal, lo cierto es que esta disminución de la violencia se puede atribuir razonablemente a la creación revolucionaria del Estado moderno. Recordará usted, si leyó los libros de historia del colegio, que quienes destruyeron una monarquía para esbozar ese Estado moderno usaron guillotinas para decapitar a los representantes de la política monárquica. Violencia pura. Sin respeto por la vida del adversario político. Cabe preguntarse si ese Estado moderno ha existido en Chile, como para reducir los niveles de violencia.

Por otro lado, las revueltas populares chilenas se caracterizan por su ensañamiento con la propiedad. Los únicos que tienen a su haber la violencia y muerte en política son los sectores que han heredado el poder (y la propiedad) hasta hoy. Esos son los mismos que hoy nos chantajean, a todos, a usted y a los estudiantes, con la quema de tres micros. ¿Con qué moral? ¿Con qué conciencia histórica? No les compro. Su chantaje es una burda jugada para que todo quede igual, y ellos se sigan llenando la boca con la palabra democracia, reducida a un mero procedimiento electoral. Se cuelgan de “la violencia” para excluir, para dictar lecciones de supuesta “seriedad”. Hay que resistir.

Si usted estuvo de acuerdo con los estudiantes del 2011, no debiese tener muchas diferencias con los del 2012. Las ideas están ahí: educación como derecho y gratuita, basta de lucro, basta de este sistema político excluyente. Los mismos están ahí y otros más se han sumado. Una marcha no hace al movimiento menos “serio”, como una elección no hace a los políticos más “serios”. No dejemos que un show de noticiario lo espante de cambiar el sistema. La democracia es más que la liturgia de los votos. Salga a marchar con los estudiantes nuevamente. Su apoyo es fundamental si quiere que algo cambie. Su presencia es fundamental si quiere organizar algo nuevo. Ya hemos probado las urnas de otros por un buen rato. Es hora de juntarse y pensar cómo construir las urnas de nuestro futuro.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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