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Pacificación de la Araucanía: del lenguaje del Gobierno a la inacción

Andrés Jouannet
Por : Andrés Jouannet Académico P. Universidad Católica. Ex Intendente de La Araucanía
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Al hablar hoy de “Pacificación de La Araucanía”, se reabre una herida profunda en el alma de todo un pueblo y, así como las palabras pesan en la historia, también lo hacen los nombres y las denominaciones. Hoy, por citar un ejemplo, la comuna costera de Saavedra en La Araucanía, cuya población mapuche se aproxima al 80%, recuerda el nombre del militar que condujo la “pacificación” y la calle principal de Puerto Saavedra está bautizada como Ejército, en memoria de aquel cuerpo armado que supuestamente trajo paz a la región. Me pregunto si hay algo más violento que casos como este para la memoria del Pueblo Mapuche.


A estas alturas ya no se puede adivinar si es un fenómeno casual esto de las frases desafortunadas o fuera de lugar, que resultan ofensivas o que dan lugar a múltiples interpretaciones, obligando muchas veces al gobierno a explicar o contextualizar sus intenciones para evitar complicaciones o malentendidos, o si se trata de una política del gobierno que además incluye grandes rótulos para proyectos que en los hechos nunca se dieron. Frases impropias y grandes anuncios vacíos, la mezcla perfecta.

Tanto ha sido así, que en estos casi cuatro años de gobierno se hicieron muy célebres las llamadas “Piñericosas”, que designan el conjunto de lapsus, errores, impasses comunicacionales y otras anécdotas, llegando incluso a consagrar el término en Wikipedia. Sin embargo, aun cuando alguien pueda señalar que se trata de errores de poco o nulo impacto real, la sucesión de estos momentos ha generado fuertes cuestionamientos y críticas a la capacidad discursiva del Presidente, a su personalidad y, sobre todo, a la dignidad del cargo. Lo cierto es que las «Piñericosas», unidas a la llamada “incontinencia verbal” del Presidente, definitivamente terminan por minar la seriedad y solemnidad de la principal magistratura y proyectan una imagen muy negativa del país en el extranjero.

Lo peor de esto es que estaríamos ante una característica que parece permearse desde el Presidente hacia sus colaboradores y a las principales instancias de su equipo de gobierno. Después de que nuestro Presidente tanto contribuyera a enriquecer el género cómico nacional, confundiendo a Robinson Crusoe con Alexander Selkirk, que se enredara aún más al señalar al actor Willem Dafoe como autor de la novela; de mandarse su gira por Europa con las piedras de la Mina San José, mostrando el papelito de los mineros a quien se le pusiera por delante y el papelón de su “Deutschland, Deutschland über alles”; de que reviviera la desaparecida República de Checoslovaquia y llamara chinos a los japoneses; de situar el lugar de nacimiento de Neruda en Curicó y declarar muerto al antipoeta Nicanor Parra, a quien después llamó Nicolás; de que cambiara la Historia de Chile mandando a Pedro de Valdivia a fundar Santiago en el S. XXVI y regalarnos cinco siglos de vida independiente, además de designar a Ambrosio Rodríguez como fundador de Linares, entre otras tantas «Piñericosas», la ministra Cecilia Pérez inaugura el 2014 con lo que ella califica como la tan deseada “Pacificación de La Araucanía”.

[cita]Al hablar hoy de “Pacificación de La Araucanía”, se reabre una herida profunda en el alma de todo un pueblo y, así como las palabras pesan en la historia, también lo hacen los nombres y las denominaciones. Hoy, por citar un ejemplo, la comuna costera de Saavedra en La Araucanía, cuya población mapuche se aproxima al 80%, recuerda el nombre del militar que condujo la “pacificación” y la calle principal de Puerto Saavedra está bautizada como Ejército, en memoria de aquel cuerpo armado que supuestamente trajo paz a la región. Me pregunto si hay algo más violento que casos como este para la memoria del Pueblo Mapuche.[/cita]

Creo que estamos frente a un cuadro sistemático de desprolijidad y displicencia, inaceptables para un gobierno que se autocataloga como de excelencia. Ciertamente la discursiva del gobierno señala justamente lo contrario, cabe decir, falta de excelencia hasta límites rayanos en la ignorancia. No es exagerado señalar que las consecuencias de los discursos mal empleados pueden ser insospechadas, puesto que las palabras dicen mucho y encierran cargas valóricas de alta significancia e impacto, que tanto Paul Ricoeur como Hans Geor Gadamer podrían festinar o alcanzar una nueva teoría del adiscurso con el caso chileno. Para los gobiernos esto es especialmente delicado y desde siempre se ha tenido especial cuidado en la construcción de sus mensajes, incluso en la utilización de cada una de las palabras que los componen, siempre observando diplomacia, mesura y sobriedad. Y así como no es aconsejable para ningún gobierno lanzar frases sin conocimiento, tampoco lo es presentar grandes anuncios o comprometer acciones de gran envergadura, mediante eslóganes o títulos rimbombantes, si no están provistos de contenido real. Ya veremos por qué.

Pero al parecer pocos de estos criterios han sido considerados por el gobierno. Ya antes el Presidente había incurrido en la impropiedad de ofender con su desconocimiento a la cultura mapuche, señalando al laurel y no al canelo como su árbol sagrado. Esta vez, los dichos de la ministra Pérez revelan lo mismo: una profunda falta de cuidado en el uso de sus palabras y un profundo desconocimiento de la historia ligada al Pueblo Mapuche y lo que dentro de ella representa la llamada “Pacificación de La Araucanía”. Por si la ministra no lo sabe, conceptualmente el término “pacificación” se puede entender como el proceso o acción de aplicar paz en un conflicto. Pues bien, nada hay más inapropiado para referirse al Pueblo Mapuche. Este pueblo es y ha sido siempre una sociedad pacífica que, desde sus albores como cultura, desarrolla su vida en comunidades (lof), interactuando pacíficamente en sus aliwen, sin la necesidad de ordenar su existencia al alero de un Estado y confiando más bien en autoridades que devenían en tales a partir de su estatura moral, espiritual y política. Vivían en una tierra de abundancia, en donde no se conocían cárceles y la justicia era dada por la compensación del mal causado. Al igual que ayer, en nuestros días este es un pueblo pacífico, trabajando diariamente por su desarrollo y por conservar su identidad y tradiciones. Un pueblo que debió luchar cuando vio amenazada su propia existencia. Un pueblo no violento, pero sí violentado a lo largo de su historia, primero por el Imperio Inca, posteriormente –alrededor de medio siglo después– por el Imperio Español y luego por el nuevo Estado de Chile, y que lo sigue siendo hasta nuestros días, con la devastación de sus recursos, con el despojo de su patrimonio ancestral y con la estigmatización de violencia a partir de la instrumentalización de sus justas reivindicaciones por parte de grupos que en nada le representan con sus acciones.

Para seguir ayudando a la ministra, abordando ya de lleno su desafortunada frase, recordemos que la llamada “Pacificación de La Araucanía” corresponde al episodio histórico que parte en 1861 y finaliza en 1883, y que tuvo por objeto la incorporación plena de La Araucanía a la soberanía del Estado de Chile y que, a su respecto, la mayor parte de la historiografía moderna establece que no fue otra cosa que un proceso de guerra y aculturación forzada, caracterizado por la usurpación territorial, por verdaderas matanzas y por atropellos de todo orden. La ocupación militar llevada a cabo, fue conducida principalmente por Cornelio Saavedra, quien aplicó un método de guerra ofensiva donde se asesinaba, se robaba ganado y se quemaban caseríos, siembras y provisiones. Todos los atisbos de resistencia fueron sofocados en sangre por su ejército “pacificador”. Una verdadera ordalía para el Pueblo Mapuche.

Por lo tanto, al hablar hoy de “Pacificación de La Araucanía”, se reabre una herida profunda en el alma de todo un pueblo y, así como las palabras pesan en la historia, también lo hacen los nombres y las denominaciones. Hoy, por citar un ejemplo, la comuna costera de Saavedra en La Araucanía, cuya población mapuche se aproxima al 80%, recuerda el nombre del militar que condujo la “pacificación” y la calle principal de Puerto Saavedra está bautizada como Ejército, en memoria de aquel cuerpo armado que supuestamente trajo paz a la región. Me pregunto si hay algo más violento que casos como este para la memoria del Pueblo Mapuche.

Es necesario entonces que como sociedad entendamos que tenemos pendiente un reencuentro con nuestro Pueblo Mapuche, que debemos enaltecer su historia y valorar su legado cultural. Pero frases como la de la ministra en nada contribuyen para ello. Bueno, que las cosas se dicen a veces con otras intenciones, también es cierto. Pero entonces es preciso informarse y conocer antes de hablar, sobre todo cuando se habla en nombre del gobierno. ¿Qué reacción se produciría en Medio Oriente si algún vocero de gobierno señalara que para traer la paz entre palestinos e israelíes sería bueno aplicar un plan que podría llamarse “La Solución Final”?

Por otra parte, en cuanto a lo que efectivamente se ha hecho por la región de La Araucanía, recordemos que al momento de instalarse el gobierno de Piñera, se compromete un programa denominado Plan Araucanía 7, un rótulo altisonante para una iniciativa que supuestamente traería formidables inversiones a la región, que la harían despegar y situarse entre las primeras del país en todos los ámbitos, a partir de asignaciones presupuestarias especiales, con inversiones directas que llegarían en los cuatro años de gobierno a 4.425 millones de dólares. Particularmente, dicho plan contemplaba acciones específicas en favor del Pueblo Mapuche, para propender a su desarrollo integral y a su avance en materias sociales y productivas. Eso al menos se decía. Se instala paralelamente con bombos y platillos en el Cerro Ñielol una nueva mesa de diálogo entre el gobierno y los supuestos representantes del pueblo mapuche. De esta mesa hoy no quedan ni las patas y la verdad es que nunca funcionó, fue una mesa virtual mientras los medios de comunicación cubrían la noticia.

Más aún, La Araucanía sigue hoy con los peores índices de desarrollo humano dentro del país, siendo la población mapuche la que se encuentra en situación de mayor vulnerabilidad y pobreza. Este es el caso contrario, una denominación de alta resonancia para un proyecto carente de todo contenido plausible, confeccionado con retazos de presupuestos sectoriales y que en nada impactó en La Araucanía y que mucho menos favoreció al Pueblo Mapuche. Un eslogan, un conjunto de acciones mediáticas vacías y nada más.

La Araucanía no necesita frases rimbombantes ni planes venidos de otros mundos. Mucho menos necesita una “pacificación”. La Araucanía merece ser reconocida como la tierra que alberga el alma de Chile, pues en ella se conjuga la esencia de nuestra diversidad. Es la tierra del valeroso y noble Pueblo Mapuche, tierra de poetas, de naturaleza deslumbrante, de ese frío penetrante que su gente convierte en calor con su sencillez y amabilidad. Es la tierra que merece ser el escenario del reconocimiento y de la justa reparación para un pueblo avasallado hasta el despojo. Es la región más pobre, siendo a la vez la más rica de Chile.

Lamentablemente, el actual gobierno no ha visto más que un problema de orden público (que según ellos es necesario pacificar) en lo que realmente es una verdadera oportunidad. Y es que esa miopía, además de los grandes anuncios que no tocaron suelo y de los dichos desafortunados, han sido las características de este gobierno de los gerentes que ya se termina, de sus planes formidables en el papel y de los grandes sueños que le vendió al país: Piñericosas, pacificación, Plan Araucanía 7, mesa de diálogo, que Chile es tuyo, que la excelencia, que elige esto o elige aquello… En todo lo demás, mera administración y la mirada desde el patrón de fundo.

En resumen, este gobierno simplemente no dio para más. Pero serán sus propias palabras las que le pesarán y la historia tiene la balanza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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