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La banalidad de la filosofía

Hans Frex
Por : Hans Frex Licenciado en Filosofía. Alumno del programa Magíster en Teoría e Historia del Arte de la Universidad de Chile.
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La filosofía chilena es, como toda clasificación, un corte epistémico organizado a partir de cierta regularidad atribuida a una tradición, sea oral y/o escrita, que permite recorrer las distintas líneas de su génesis y herencia. La constatación de su ausencia radica en que no existe ninguna carrera de Filosofía a nivel nacional que imparta en su malla curricular un curso de Filosofía chilena, como sí se imparte, en cambio, arte o literatura chilena en las carreras de Literatura o Arte. Ante la ausencia de una tradición filosófica local resulta más conveniente, parafraseando a Aristóteles, ser amigo de la autoridad que ser amigo de la verdad.


Fernando Miranda, en su columna “El silencio de la filosofía”, publicada el 16 de diciembre en este medio de prensa, sostiene que dentro del actual debate sobre la educación, la filosofía permanece silente. La causa de su silencio la atribuye a la excesiva formalidad que exige su producción académica, cuyo destinatario no es otro que la misma academia. El llamado de las ideas para transformar a la sociedad es ahogado en el círculo vicioso de una academia indolente que se preocupa únicamente de sí misma. Distintas respuestas se han suscitado desde entonces.

Sin embargo, el diagnóstico de la crisis de la filosofía fue realizado por Platón hace más de dos milenios, atraviesa toda su historia y es mantenido en el siglo XIX por Nietzsche, cuando escribe: “En efecto, el epitafio sobre la tumba de la filosofía universitaria debería decir lo siguiente: ‘No entristeció a nadie’”. Me parece pertinente señalar que la filosofía no se puede conformar con este diagnóstico, sino que debe que dar un paso previo para cuestionarse por las condiciones que posibilitan el ejercicio filosófico en Chile hoy, suponiendo que exista una filosofía chilena, para que ésta pueda decir algo de cara a la discusión política sobre educación.

[cita] La filosofía chilena es, como toda clasificación, un corte epistémico organizado a partir de cierta regularidad atribuida a una tradición, sea oral y/o escrita, que permite recorrer las distintas líneas de su génesis y herencia. La constatación de su ausencia radica en que no existe ninguna carrera de Filosofía a nivel nacional que imparta en su malla curricular un curso de Filosofía chilena, como sí se imparte, en cambio, arte o literatura chilena en las carreras de Literatura o Arte. Ante la ausencia de una tradición filosófica local resulta más conveniente, parafraseando a Aristóteles, ser amigo de la autoridad que ser amigo de la verdad.[/cita]

Desde su nacimiento, la filosofía se debatió entre el libre comercio con la política, que promocionaron los retóricos, y el conocimiento ascético del sabio, que abandona el mundo de la opinión a favor de la contemplación pura de la idea. La Academia, que fundara Platón hacia el 388 A.C. en Atenas, es impulsora de esta segunda visión. La polémica sostenida por Platón contra los retóricos, adopta un rechazo respecto a la política que supera únicamente a costa de su supresión. Esta conducta rigió a la filosofía durante prácticamente toda su historia.

En los albores de la política moderna, el proyecto ilustrado le exigió a la filosofía de Kant un giro respecto a su condición original, para volverse crítica. Crítica significa el análisis de las condiciones de posibilidad de un fenómeno, previo a su estudio. La filosofía kantiana se enfrenta críticamente no sólo ante su objeto, las ideas de la razón, sino también ante la sociedad de su tiempo, dando voz a la promesa ilustrada de liberar al hombre de las cadenas de la autoridad y la fe, cuando señala en su definición ya clásica de Ilustración: “La Ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad.” Cuyo lema es: “Sapere aude! ‘¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!’”. La Ilustración le abre las puertas a la filosofía para que entre a la historia y la política, no como espectadora abstracta, sino como crítica y partícipe de ellas.

Que estas dos articulaciones determinantes entre filosofía y academia estén marcadas por climas de auge y consolidación de la democracia –salvando las diferencias irreductibles entre una y otra–, algo nos dice respecto a la relación entre filosofía y política. Y es que la luz del espacio público, en que aparecen y se debaten las ideas políticas de los ciudadanos o sus representantes, es la condición de posibilidad para que aparezcan, circulen y se debatan libremente las ideas filosóficas. La ausencia de esta condición coarta los legítimos derechos de la filosofía a favor del interés particular de quienes la reprimen o se benefician de esa condición.

El hecho de que el Estado chileno haya abandonado su deber de resguardar y promover los derechos civiles fundamentales y con ello las universidades públicas, que son las instituciones donde se desarrolla la filosofía disciplinar, no sean financiadas por el Estado, sino mayormente por su alumnado, actuando administrativamente como instituciones públicas –a favor del aporte directo que reciben–, pero económicamente como entidades privadas, impide el ejercicio transparente y libre de la filosofía, sofocada por el clientelismo y distintos tipos de vicios formales y administrativos. La chata mediocridad de un medio tan reducido se ve compensada por el fulgor de grandes profesores que iluminan la noche oscura de la filosofía chilena. Pero habría que decir, para ser más precisos, que en Chile sólo hay filósofos, no filosofía.

La filosofía chilena es, como toda clasificación, un corte epistémico organizado a partir de cierta regularidad atribuida a una tradición, sea oral y/o escrita, que permite recorrer las distintas líneas de su génesis y herencia. La constatación de su ausencia radica en que no existe ninguna carrera de Filosofía a nivel nacional que imparta en su malla curricular un curso de Filosofía chilena, como sí se imparte, en cambio, arte o literatura chilena en las carreras de Literatura o Arte. Ante la ausencia de una tradición filosófica local resulta más conveniente, parafraseando a Aristóteles, ser amigo de la autoridad que ser amigo de la verdad. Recuerdo que, en una conferencia, Giannini dijo que “en Chile no hay filosofía porque nadie se lee entre sí”. Su reciente fallecimiento debiera ser el aliciente para reflexionar sobre el conjunto de su legado y la posición de la academia respecto al debate político, del que él fue partícipe.

En un país donde todo es privado, incluyendo la educación superior estatal, que es donde se ejerce la filosofía, ésta no tiene nada que decir sobre la educación o política de dicho país, dado que no están las condiciones suficientes para el surgimiento de las ideas, su libre tránsito y debate. Allí donde lo público carece de valor, la filosofía está condenada a la banalidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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