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No sé si me entiende

¿Usted no le haría trampas a un Estado tan tramposo como el chileno? Entonces, es ahí donde nace este “país real” de uso de influencias, pagos por debajo de la mesa y entrevistas con “la artillería pesada”.


¿Cómo se siente usted de vivir en un país en que, parece, todos hacen trampas? Y usted no, por supuesto.

Según las encuestas, un 87% de los habitantes debería responder algo así como “bien, todo normal”. ¿Por qué? Porque ese 87% dice saber que los chilenos hacen trampas y ha aprendido a vivir con eso.

Entonces, sólo 13% cree que los demás no hacen trampas y esa minoría debería ser la única sorprendida, a estas alturas, por todo lo que se publica sobre distinguidos compatriotas de todos los sectores que han sido “pillados”.

Los tres pilares básicos de la institucionalidad republicana están estremecidos por escándalos: La Moneda con el uso de influencias para hacer una “pasada” multimillonaria, la vicepresidencia del Senado tratando de explicar cobros múltiples con boletas ideológicamente falsas, al igual que varios senadores y diputados; y la Corte Suprema dictando crónicamente sentencias basadas en hechos inexistentes (y que ella misma sabe inexistentes, como los “secuestros permanentes”) utilizados como fundamento para cobrar indemnizaciones millonarias, aunque ello implique encarcelar, en calidad de presos políticos (porque legalmente no podrían estarlo), a decenas, y potencialmente centenares o miles, de ex uniformados ancianos o enfermos.

La trampa, pues, es una institución nacional; y cada uno se aprovecha o se defiende de ella como puede.

Yo al presente dedico mucho tiempo, preocupación y recursos a defenderme de las del Estado. Pero ya estoy resignado. El 31 de enero y el 8 de marzo de 2013 relaté en este blog la épica lucha de una empresa familiar para obtener patente de funcionamiento, sorteando las más increíbles trampas y amenazas funcionarias.

Pero ya para entonces yo llevaba casi medio año en otro frente, como responsable de un terreno grande, luchando contra otra municipalidad, en un ingenuo intento de obtener la aprobación del nuevo plano del inmueble, que se hace necesario debido a las sucesivas expropiaciones de que el Estado lo ha hecho víctima. El Estado, por cierto, ha pagado mucho menos de lo que vale cada sitio expropiado. Una vez lo demandé, pero “salió más cara la vaina que el sable” y entonces volví a resignarme a la tasación de los “hombres buenos” que dice la ley, y que las últimas veces fueron “mujeres malas”, porque tasaron a menos de la mitad del valor real. Pero “así es el Estado”. En fin, ahora me conformo con sacar la aprobación del plano de lo que queda.

Todavía no la consigo. Ya van dos años y medio. Pero resistiré hasta el final, aunque por ahora no estoy seguro de qué sucederá primero, si la aprobación del plano o el término de mi existencia. Por supuesto, yo sé que me están haciendo trampas para obtener algo de mí, pero no lo voy a dar.

El arquitecto que contraté en octubre de 2012 para confeccionar el plano y obtener su aprobación me propuso una pauta de honorarios pagaderos por etapas de aprobación, pero a no mucho andar comprobó que cada etapa podía prolongarse indefinidamente y que debía rehacer una y otra vez su trabajo. Entonces me propuso un cobro por hora trabajada. Transcurridos dos años y medio y pese a que ya ha recibido no pocos millones de pesos, manifiesta su desaliento y opina que “El Proceso”, de Kafka, es un juego de niños comparado con lo que le exige la municipalidad. Ha presentado sucesivas carpetas pletóricas de planos y documentos, ha habido cambio de director de obras municipales, cambio de arquitecto revisor y cada vez más exigencias. Se acumulan bultos de planos y documentos rechazados, rehechos y vueltos a rechazar. Personas que “conocen el paño” me dicen “tienes que pagar, no sé si me entiendes”, y cuando yo les contesto que sí les entiendo, pero que ya le pago a mi arquitecto, concluyen, “Ya, veo que no me entiendes”.

Además, todo esto está rodeado de personajes que se acercan y deslizan lo siguiente: “Si me cede el 25% de la propiedad, yo le mejoro las condiciones de constructibilidad y pasa a valer el doble”. Y citan sus lazos familiares con una autoridad pertinente. Después la propuesta bajó al 17% del terreno. Yo le digo al intermediario de la proposición que se lo voy a comunicar a la persona dueña, pero no lo hago, como tampoco lo hice cuando llamaron de la municipalidad para proponerle regalar el terreno para un área verde.

Pasan las semanas y los meses y el arquitecto revisor municipal sigue formulando nuevas exigencias. La última apareció la semana pasada: los certificados de avalúo del inmueble (son dos roles), presentados hace muchos meses, tenían que volver a presentarse, ahora “detallados”. Y éstos sólo puede solicitarlos el propietario del terreno. Este es dueño hace 38 años, pero misteriosamente uno de los roles apareció ahora a nombre de una firma con la cual no tiene nada que ver y que nadie (Impuestos Internos menos que nadie) sabe por qué apareció de repente en el rol como propietaria, no siéndolo. Nueva y prolongada gestión, ahora en manos de un abogado tributarista que dice “navegar bien” en Impuestos internos. Siguen pasando los días, las semanas y los meses. Cada “set” de exigencias del arquitecto revisor debe cumplirse en un plazo, y si no se alcanza, hay que empezar todo de nuevo. Kafka se quedó corto.

¿Usted no le haría trampas a un Estado tan tramposo como el chileno? Entonces, es ahí donde nace este “país real” de uso de influencias, pagos por debajo de la mesa y entrevistas con “la artillería pesada”.

Yo carezco de todas esas herramientas. Pero tengo este blog. “Artillería liviana”, digamos. Llevo dos años seis meses en el empeño. Por ahora estoy tratando de cumplir la última exigencia, conseguir un certificado de avalúo “detallado” y solucionar el cambio de nombre del dueño que hizo el Estado. Y si mi existencia termina antes de que salga el plano, estoy seguro de que alguien tomará las banderas del Chile que no hace trampas, sino que las sufre, y seguirá entregando los sucesivos antecedentes adicionales que piden los también sucesivos directores de obras y arquitectos revisores y pagando honorarios profesionales por todo el tiempo que sea necesario y, no sé si me entiende, sin pagar lo que algunos dicen que debería pagar. No sé si me entiende.

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