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La bandera cubana y la “doctrina Obama” Opinión

La bandera cubana y la “doctrina Obama”

Lo novedoso de la doctrina de Obama es la aceptación de expectativas modestas, por un lado, y la ausencia, por otro, de las tácticas coercitivas que han marcado la política exterior de Estados Unidos en el pasado, especialmente con respecto a América Latina. Lo que hace Obama ahora es un repudio directo de la idea, dominante en el Partido Republicano, de exigir una virtual capitulación: cambio del régimen castrista en el caso cubano, destrucción total de su industria nuclear en el caso de Irán.


He pasado cientos de veces por la Calle 16 de Washington, DC. Fue la ruta normal durante años desde mi barrio de Mount Pleasant, con sus tiendas y restaurantes latinos, a mi trabajo en el Washington Post. Lunes en la mañana, cuando manejaba lentamente por la 16, viví una nueva normalidad en Washington. Volaba por primera vez en más de 50 años la bandera rojiazul, con estrella blanca, frente a la mansión de singular elegancia que era –y es de nuevo– la embajada de Cuba.

Hubo ceremonia en el Departamento de Estado, hubo conferencia de prensa de los ministros de relaciones exteriores respectivos, John Kerry, representando al presidente Barack Obama, Bruno Rodríguez, al presidente Raúl Castro. En la embajada, por cierto, hubo flujo de mojitos, a pesar de la temprana hora, en el “Hemingway’s Bar” en el segundo piso, donde celebraba una muchedumbre de viejos y nuevos amigos –entre ellos una delegación considerable de hombres de negocios de Miami, en reconocimiento tal vez de que el corazón de la vida cubana en Estados Unidos ya no está en el sur de Florida–.

También hubo protestas: se escuchaba en la calle “Cuba Sí, Castro No”, pero el grupo era pequeño. La congresista Ileana Ros-Lehtinen, hablando en su oficina en Miami, lamentaba el “día triste” en que se alzaba la bandera mientras Cuba no había alcanzado una democracia plena.

[cita] No se espera, por ejemplo, que Cuba renuncie a su proyecto socialista ni que se adhiera a los cánones liberales de libertad de expresión, competencia multipartidista en las elecciones y la instalación de una economía de mercado, por mucho que estos valores sean promovidos por Estados Unidos. En Cuba, el presidente sigue llamándose Castro; en Irán, “Gran Satán” y “Muere Israel” siguen siendo los gritos favoritos en las manifestaciones oficiales. Sin embargo, por primera vez se nota que el punto muerto del pasado ha dado paso a un proceso cada vez más dinámico. Es un proceso que, una vez en movimiento, sería casi imposible de parar. [/cita]

Sin embargo, es una nueva realidad geopolítica que se esta creando en Washington, y que va mucho más allá de lo simbólico de la bandera cubana. Junto con el acuerdo recién firmado con el régimen de Irán, para terminar con las sanciones internacionales a cambio de límites en el programa nuclear iraní, se puede hablar por primera vez, y en serio, de una Doctrina Obama. Ya en el penúltimo año de su presidencia, Obama cumple con su compromiso, enunciado en su campana electoral de 2008, de entablar diálogo con los adversarios para abrir camino a soluciones pacíficas a los conflictos históricos.

No es una exageración decir que está en juego, en el caso de Irán, la elección de paz por sobre la guerra. Pero no hay que olvidarse que fue justo el conflicto con Cuba el que, en el año 1962, llevó el mundo al borde del estallido de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Lo novedoso de la doctrina de Obama es la aceptación de expectativas modestas, por un lado, y la ausencia, por otro, de las tácticas coercitivas que han marcado la política exterior de Estados Unidos en el pasado, especialmente con respecto a América Latina. Lo que hace Obama ahora es un repudio directo de la idea, dominante en el Partido Republicano, de exigir una virtual capitulación: cambio del régimen castrista en el caso cubano, destrucción total de su industria nuclear en el caso de Irán.

No se espera, por ejemplo, que Cuba renuncie a su proyecto socialista ni que se adhiera a los cánones liberales de libertad de expresión, competencia multipartidista en las elecciones y la instalación de una economía de mercado, por mucho que estos valores sean promovidos por Estados Unidos.

En Cuba, el presidente sigue llamándose Castro; en Irán, “Gran Satán” y “Muere Israel” siguen siendo los gritos favoritos en las manifestaciones oficiales.

Sin embargo, por primera vez se nota que el punto muerto del pasado ha dado paso a un proceso cada vez más dinámico. Es un proceso que, una vez en movimiento, sería casi imposible de parar.

No pudo ser más obvio que, en la presencia de empresarios entre los “nuevos amigos” celebrando en la embajada, James Williams, el presidente de grupo de lobby Engage Cuba, que representa a múltiples sectores empresariales y de agricultores, felicitaba a los dos gobiernos por el paso histórico. E inmediatamente fijaba las metas para los próximos avances: la eliminación total de las restricciones que impone Estados Unidos a sus ciudadanos que quieren viajar a Cuba. Más difícil sería la eliminación del embargo, que solo por acto del Congreso se puede modificar.

Todos coinciden en que se inicia un proceso largo y lento, pero cuyo fin es predecible. La organización calcula que las ventas de bienes y servicios de empresas norteamericanas a Cuba llegarían a más de $6 billones al año.

Como dijo Williams, “ha llegado el momento de permitir a los americanos ser nuestros mejores embajadores a través de la apertura de las puertas de viajes. Y ya es el momento de permitir a las empresas americanas competir en un mercado de 11 millones de personas solo a 90 millas de nuestra costa”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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