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Déficit de especialistas en Chile

Manuel Kukuljan
Por : Manuel Kukuljan Decano Facultad de Medicina de la Universidad de Chile
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El déficit de especialistas médicos en Chile es un problema complejo; su explicación y su abordaje deben considerar  al menos la naturaleza y los estándares globales de la educación médica avanzada, la heterogeneidad del desarrollo social a lo largo del país, las diferencias en las condiciones para el ejercicio profesional en los medios públicos y privados y las características del sistema de educación superior.

Los especialistas que actualmente ejercen en Chile han sido formados mayoritariamente en el país, y sus competencias – ejercidas en los medios adecuados – permiten brindar salud comparable a la de referentes globales en muchos ámbitos. Es evidente que el acceso a dicha atención es extremadamente poco equitativo, situación inaceptable considerando el acceso a salud de calidad como un derecho.

El origen de la falta de especialistas se encuentra en el déficit absoluto -mayor en algunas ramas de la medicina- asociado a una distribución desbalanceada entre el sistema público de salud, que atiende a cerca del 80% de la población, y el sistema privado, así como también entre diferentes regiones del país.

El insuficiente número de especialistas en el sistema público y particularmente su distribución geográfica, se ha hecho más evidente a partir de la entrada en vigencia del sistema de garantías explícitas en salud, cuyo diseño no previó un plan para contar con los especialistas necesarios para satisfacer el compromiso adquirido con la población. Para hacer frente a lo anterior y desde hace ya varios años, el Estado ha invertido recursos cuantiosos para formar especialistas que se comprometan a retornar su educación al sistema público. Estos recursos se destinan al pago de estipendio de los profesionales en formación y de los aranceles que cubren parte de los costos de ella.

Aún así este esfuerzo es insuficiente, y parece no ser el único camino, a juzgar por los cupos de formación vacantes, entre otras evidencias. Frente a esta insuficiencia y frente a la urgencia de responder a la demanda, es comprensible la propuesta de soluciones que parecen efectivas en el corto plazo (importación de especialistas, reconocimiento de adiestramientos informales, fijación de metas de cupos a llenar en corto plazo, incentivos o castigos asociados a los compromisos de formación, etc.). Sin embargo parece poco comprensible que hayan transcurrido décadas sin que el país aborde el problema de fondo y de largo plazo.

A nuestro modo de ver, el éxito relativo en términos de calidad de la formación de especialistas en Chile se ha basado en  la existencia de instituciones coherentes en cuanto a la articulación de la mejor práctica asistencial y la educación avanzada en medicina. Estas instituciones se constituyeron naturalmente en centros de referencia para la formación de especialistas, así como también para la mejor atención disponible en sus respectivas épocas. Así, y a modo de ejemplos, desde el siglo XIX el Hospital San Juan de Dios y el Hospital del Salvador, entre otros hospitales públicos -asociados indisolublemente a las cátedras de la Universidad de Chile- fueron las escuelas de especialistas por excelencia, cuya influencia se extiende hasta hoy. Desde mediados del siglo XX, instituciones como el Hospital Clínico de la Universidad de Chile y el Hospital Clínico de la Pontificia Universidad Católica han asumido el papel de centros fundamentales para la formación de especialistas.

[cita] El problema de la calidad y de la insuficiencia de los recursos, fundamentalmente de organización y gestión coherentes, pero también de inversión global del país para la provisión de especialistas, queda en evidencia con la nueva postergación del plazo de entrada en vigencia de la obligatoriedad de la acreditación de los programas, lo que se origina en la incapacidad de las instituciones de educación de solventar las onerosas y necesarias condiciones que aseguren la calidad de la formación. [/cita]

Estos sistemas no nacieron de la improvisación, sino de visiones de largo plazo que implicaron crear culturas profesionales y académicas perdurables y que constituyen la base de la educación de la complejidad que requiere un especialista. Los rasgos distintivos de ello no se encuentran en el dominio de lo abstracto sino de acciones y oportunidades que son fácilmente comprensibles aún desde fuera del ámbito de la profesión médica. Así, es fácilmente entendible que la formación es mejor si se dan oportunidades sistemáticas de discusión de situaciones clínicas, la coexistencia con actividades docentes que obligan al profesional especialista a mantenerse actualizado, la presencia de especialistas académicos capaces de generar conocimiento o de trasladar nuevo conocimiento aplicable a la solución de problemas clínicos, la existencia de una red coherente entre servicios y unidades académicas relacionadas que permitan integrar y complementar conocimiento, la evaluación sistemática del progreso del proceso de aprendizaje, la complementariedad del aprendizaje práctico con el de sus fundamentos científicos, etc.

Las políticas de las décadas recientes no muestran acciones que lleven a la expansión de sistemas como los de los ejemplos citados, sea en nuevas instituciones o aprovechando de mejor manera – en términos de calidad de formación – la capacidad asistencial instalada. Las soluciones más simples como el “adiestramiento en práctica” o la improvisación de programas que solo formalizan lo anterior son insuficientes y apuntan en la dirección opuesta a la intencionalidad declarada de mejorar la calidad de la atención.  Asimismo, la creencia de que “el mercado” de la oferta de formación de especialistas responderá con cupos a una mayor demanda de parte de un poder comprador (Ministerio de Salud) no se sustenta sobre la comprensión de la naturaleza de la actividad.

El problema de la calidad y de la insuficiencia de los recursos, fundamentalmente de organización y gestión coherentes, pero también de inversión global del país para la provisión de especialistas, queda en evidencia con la nueva postergación del plazo de entrada en vigencia de la obligatoriedad de la acreditación de los programas, lo que se origina en la incapacidad de las instituciones de educación de solventar las onerosas y necesarias condiciones que aseguren la calidad de la formación.

La posibilidad de expandir la capacidad de formación solo puede ocurrir sobre la base de asociaciones estables y coherentes en un marco de interés nacional entre instituciones de educación de capacidad demostrada e instituciones asistenciales que cumplan los requisitos de complejidad y calidad compatibles con la formación de especialistas de nivel global. El desarrollo de estas asociaciones en todo el país, y particularmente en regiones alejadas de la Región Metropolitana, debe contribuir a solucionar uno de los tantos elementos centrales del déficit de especialistas, a saber su déficit absoluto así como también su distribución, generando más centros que junto con proporcionar oportunidades de formación y desarrollo profesional se constituyan en los centros en los que se ofrece la mejor calidad de salud a la población.

En la medida de su desarrollo, esto fue posible en Chile en el pasado; no es comprensible que no sea posible en el futuro próximo.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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