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“Cristo Sanders”: ¿una izquierda vintage? Opinión

“Cristo Sanders”: ¿una izquierda vintage?

Gonzalo Bustamante
Por : Gonzalo Bustamante Profesor Escuela de Gobierno Universidad Adolfo Ibáñez
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Es factible vislumbrar que este será solo un capítulo en una pugna creciente, a nivel global, entre quienes se sienten cómodos en el “liberalismo progre” versus quienes desean una izquierda que no crea al socialismo como parte del obituario de las ideas. Chile no será una excepción.


La candidatura de Bernie Sanders a la presidencia de Estados Unidos ha insuflado todo tipo de ilusiones de algo así como un inicio de un soplo que tumbaría –cual David contra Goliat– al gigante del neoliberalismo. No pocos se han aventurado a ver en él una continuación –ahora encarnada en la humanidad de Bernie– de todo tipo de movimientos sociales: Occupy Wall Street, movimientos estudiantiles, campesinos, etc. Otros –quizás movidos por un realismo que se niega a abandonar la esperanza– han señalado que, aunque sea electoralmente derrotado, de todas maneras es el verdadero ganador, una suerte de mártir electoral con capacidad, su ejemplo, de determinar el futuro. Ese fenómeno del “Cristo-Sanders” va más allá del país del Tío Sam.

En la narración redentora de “Jesús-Bernie” esta su contraparte, encarnación de la colusión y entreguismo hacia las fuerzas del “gran capital”, una Judas: Hillary Clinton.

Hay razones absolutamente particulares de la dinámica política del país del norte que explican no solo el fenómeno “Bernie” sino además su polo opuesto pero no menos radical en su discurso antiestablishment, Donald Trump. Es una mezcla de rebeldías juveniles, una población blanca pobre y culturalmente redneck que se considera olvidada por los beneficios hacia las minorías, en el caso de los demócratas el que su poder sea más vía dominio de ciudades que de estados, lo que habría ayudado al surgimiento de “movimientos cívicos a su interior”, etc. Más allá de esas realidades locales, que son fundamentales si se desea abordar el fenómeno en profundidad, es posible ver, en la pugna Sanders-Clinton, signos que se repiten en varias latitudes en el mundo de la izquierda. Es una rebelión contra el progresismo de los 90 que rescata parte de la cultura de los 70.

La izquierda en el mundo democrático de los años 70 estuvo marcada por figuras de la Europa continental –con la excepción de casos como Salvador Allende– tales como: Kreisky, Brandt, Den Uyl, Palme, etc. En el mundo anglosajón –al menos en las dos naciones con capacidad de influencia global, EE.UU. y el Reino Unido– la situación era muy distinta: la izquierda norteamericana tuvo el trauma de la derrota de McGovern, la desilusión de la era centrista de Carter, para luego ser aplastados por el reaganismo. Por su parte, el laborismo británico solo conocerá un deslavado gobierno de Wilson, para luego presenciar la “noche oscura” bajo el thatcherismo.

Un caso distinto lo constituye Francia. Mitterrand no logrará llegar al poder hasta los 80, ejerciendo un tipo de gobierno que –en sus grandes líneas– no romperá con la tradición gaullista de la nación gala. Por su parte, las experiencias en los 80 de González (España) y Craxi (Italia) lo serán de un socialismo-liberal.

Esa izquierda democrática de los 70 era la encarnación de los acuerdos y logros del Estado social de bienestar. Las razones e hipótesis de su declive serían muy extensas de exponer –y sin pretender escribir artículos divididos en varias partes– solo indicaré que tenderá a desaparecer hacia fines de los 70 e inicio de los 80. Es posible señalar, simbólicamente, que el asesinato de Olof Palme –uno de los políticos socialdemócratas más brillantes y radicales de la posguerra– es un hito en su muerte.

El progresismo anglosajón sin el éxito de sus pares continentales en los 70 y sufriendo humillantes derrotas a mano de Reagan y Thatcher tuvo que repensarse: era renovarse o ser un espectador cada vez más insignificante de la gestión de los gobiernos conservadores. Solo a modo de ejemplo, Reagan ganará la elección del 84 contra Mondale en 49 estados de la Unión.

[cita tipo= «destaque»]Lo que ocurre de fondo es que, al final del día, ese «progresismo originado en los 90” es una versión de liberalismo reformista, compatible con formas socialdemócratas moderadas y de republicanismo cívico, pero nada existe en él parecido al “socialismo”. Lo expresó Giddens el 2007: “El socialismo en sí es un proyecto muerto, porque se basaba en la idea de que los mecanismos de mercado pueden sustituirse por una economía regulada”.[/cita]

Si bien las fuentes de esa renovación se pueden rastrear hasta los años 50 y 60 –Crosland en el caso británico; en el americano algunos incluyen las ideas de reforma a la burocracia y conservadurismo fiscal de Kennedy–, el antecedente inmediato fue la reflexión iniciada por el Partido Demócrata y el surgimiento a su interior del Democratic Leadership Council (DLC), que buscará su aggiornamento ideológico y estratégico. La obra teórica de A. Giddens sobre la llamada “tercera vía” es posterior al trabajo del DLC. Sobre esa transformación de los demócratas desde un partido “pro business” a inicios del siglo XX, a uno básicamente “liberal New Deal” hasta el surgimiento de los New Democrats del DLC y Clinton, así como su conexión con el surgimiento de la llamada “tercera vía” y el “nuevo laborismo” británico, se ha escrito extensamente, basta pensar en los trabajos de Katznelson, White, Bevir, Hale, así como la extensa bibliografía de Metz, entre muchos otros.

Quienes encabezarán esa “renovación de la socialdemocracia” provendrán (mayoritariamente) de la cultura de la new left de los 60. De ella mantendrán una agenda social-liberal y una crítica al “Estado como un redentor”. Por el contrario, abandonarán su crítica general hacia el capitalismo para, al revés, buscar en él los mecanismos para llevar adelante las transformaciones culturales. De igual forma pretenderán, por medio de un fuerte conservadurismo fiscal, a solucionar una de las grandes críticas a la socialdemocracia: querer garantizar la vida desde al nacimiento hasta la tumba, sin medir sus costos. Paralelamente, no quedarán en ellos rastros significativos de su antigua crítica “al explotador mundo occidental” y serán fervorosos partidarios y promotores de la globalización.

Clinton y su éxito electoral en los 90, jugarán un papel central en el imaginario de ese momento para promover los ideales de la nueva tercera vía. El éxito de ella se extenderá no solo por Estados Unidos, Reino Unido, Europa continental, Oceanía, sino que además por Latinoamérica y África. Los gobiernos de Mbeki –incluso Mandela–, Cardoso y Lagos, son un ejemplo de ese modelo de “utopía con realismo”.

Ese progresismo de los 90 ya no posee el glamour de antaño y, si bien ha mutado, aún sigue siendo mainstream en muchos partidos de centroizquierda en lo que respecta a combinar formas de conservadurismo fiscal, incorporación a la agenda de grupos socialmente débiles, pro globalismo y nuevas tecnologías, promoción de valores liberales combinados con ideas muchas veces propias de “halcones” en materia de seguridad y defensa. Su pérdida de encanto se explica, en parte, producto de su propio éxito: generaciones nacidas bajo sus políticas que beneficiaron a sus propias familias, hoy les enrostran su “pragmatismo sin ideales”. Otros considerarán que de “utopía” no había nada, solo un realismo que terminó confundiendo los intereses del progresismo con los del mundo financiero. En esto último, su actitud “progre-friendly” hacia el capital financiero antes de la Crisis será clave.

Los críticos de hoy de los Clinton, Renzi, Hollande, Löfven, etc., lo son de lo que representarían, una claudicación de los principios en vista al éxito electoral. En esa mirada se considera que, en cierto momento, los idealismos de los 70 habrían dejado de ser rentables electoralmente pero el valor de soñar con “abrir anchas alamedas” estaría por sobre el cálculo de “tener o no poder”. A la inversa, sus defensores, verán en ese renacer vintage, un resurgimiento de los mismos fantasmas que le costaron tantas derrotas frente al conservadurismo. En esa lógica –y continuando con el paralelo norteamericano– no sería casual que toda la artillería de la derecha se concentrara sobre Clinton y no tocara a Sanders. Sería similar al 72: toda la derecha contra Muskie durante la interna demócrata para permitir el éxito del candidato más ultra, McGovern. Este último como abanderado de su partido sufrió frente a los republicanos una de las derrotas más significativas de que se tenga memoria en la historia electoral americana.

Lo que ocurre de fondo es que, al final del día, ese «progresismo originado en los 90” es una versión de liberalismo reformista, compatible con formas socialdemócratas moderadas y de republicanismo cívico pero nada existe en él parecido al “socialismo”. Lo expresó Giddens el 2007: “El socialismo en sí es un proyecto muerto, porque se basaba en la idea de que los mecanismos de mercado pueden sustituirse por una economía regulada”.

Por eso, esas generaciones jóvenes que desean nuevos discursos, así como otros pertenecientes a grupos a los que el acceso a los beneficios del sistema les ha significado un alto costo, más nostálgicos y románticos, que solo por pudor a no ser considerados demodé habían guardado sus sueños, reaparecen en una forma vintage. Para ellos –y más allá del caso puntual americano– “los Sanders” toman la forma de un Cristo que, frente a la encarnación de quienes –los Clinton y los ex DLC– fueron clave en el éxito de la corriente que los sepultó, le dice al socialismo: “Levántate y anda”.

Sanders, símbolo de este intento de resurrección del “socialismo democrático” va a ser, casi de seguro, electoralmente derrotado. Posee la desventaja de depender de un “voto juvenil” que se afecta con mayor facilidad por períodos de vacaciones y fines de semana. A su vez, Clinton tiene una ventaja relevante no solo en la estructura demográfica y la distribución distrital del partido, sino además en conseguir el apoyo de los súper-delegados (los mismos que favorecieron a Obama el 2008).

Más allá de eso, es factible vislumbrar que este será solo un capítulo en una pugna creciente, a nivel global, entre quienes se sienten cómodos en el “liberalismo progre” versus quienes desean una izquierda que no crea al socialismo como parte del obituario de las ideas.

Chile no será una excepción.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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