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Desenfado de la elite

Rodolfo Fortunatti
Por : Rodolfo Fortunatti Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Autor del libro "La Democracia Cristiana y el Crepúsculo del Chile Popular".
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«Nadie puede ignorar el diseño estratégico que, semana a semana, se escribe en las páginas de la prensa tradicional. Es un mensaje potente, pues no parece encontrar réplica en las estructuras legítimas de representación de la falange, aun cuando es resistido por su cultura política y por su base sociológica, que son las propias de un partido de centroizquierda y popular».


No tiene sentido seguir ocultando la lucha ideológica que se libra al interior de la Democracia Cristiana. Una disputa entre dos visiones sobre el pasado, presente y futuro de la colectividad, que supera todos sus mecanismos de resolución de conflictos, y que no se zanjará en la junta nacional de abril. No consiguió hacerlo en su V Congreso —cuyos acuerdos pasaron a archivos—, y desde hace cinco años que no hay voluntad de realizar otro congreso. Tendrá que ocurrir una crisis que sacuda sus cimientos y que, probablemente, sea detonada por su propia irresolución.

Nadie puede ignorar el diseño estratégico que, semana a semana, se escribe en las páginas de la prensa tradicional. Es un mensaje potente, pues no parece encontrar réplica en las estructuras legítimas de representación de la falange, aun cuando es resistido por su cultura política y por su base sociológica, que son las propias de un partido de centroizquierda y popular.

¿Qué persigue esta estrategia? Quebrar la Nueva Mayoría y configurar una alianza de centroderecha; no ahora, sino de cara al gobierno de 2018. ¿Cuál es su discurso ideológico? Una reminiscencia del pasado: la restauración de la política de los consensos seguida durante la transición, cuando sus nostálgicos dominaban la escena.

¿En qué consistió esta política de los consensos? En lo que Carlos Huneeus ha caracterizado como La Democracia Semisoberana. Un orden político donde no existió acuerdo sobre la Constitución, los derechos humanos, el papel de Estado en la economía, las relaciones laborales, ni el sistema tributario. Un régimen que limitó las facultades del Congreso y del Presidente, y que amplificó las del Senado, el Tribunal Constitucional y el Banco Central, con el beneplácito de estas mismas elites.

Si resisten las reformas, es porque son tributarias de aquella matriz institucional de continuidad. Y si resulta una ironía que emulen la economía social de mercado, es porque el éxito del modelo alemán se basa en la distribución del poder y la autoridad, la organización de la sociedad, el peso equivalente de empresarios y trabajadores, y partidos políticos que no son desbordados por grupos con ventajas fácticas en las comunicaciones y en el mercado. Nada de lo cual figura en su programa.

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