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Súbito desenlace DC Opinión

Súbito desenlace DC

Rodolfo Fortunatti
Por : Rodolfo Fortunatti Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Autor del libro "La Democracia Cristiana y el Crepúsculo del Chile Popular".
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Se preveía que tarde o temprano habría de ocurrir, pero era un desenlace sin fecha ni hora de consumación. Dependía de la conjugación de variados factores, algunos de los cuales, no el único ni el principal, era la correlación de fuerzas que se consolidara en la asamblea del sábado.


La capacidad de respuesta a la crisis es el principal síntoma de una colectividad política institucionalizada. Las normas rigen y se imponen, las estructuras orgánicas de deliberación funcionan, y los principales liderazgos, cualesquiera sean las distancias que los separen, se muestran proclives a postergar sus disputas para un mejor momento.

La Democracia Cristiana volvió a demostrar en su junta nacional del fin de semana por qué es un partido que ha resistido el paso del tiempo, y por qué se alza como la principal fuerza política de la Nueva Mayoría.

La decisión del senador Jorge Pizarro de renunciar a la presidencia de la DC no era algo que escapara a la intuición de militantes y dirigentes. Se preveía que tarde o temprano habría de ocurrir, pero era un desenlace sin fecha ni hora de consumación. Dependía de la conjugación de variados factores, algunos de los cuales, no el único ni el principal, era la correlación de fuerzas que se consolidara en la asamblea del sábado.

Había quienes aseguraban controlar una mayoría disponible para frenar los intentos de renovación. Y había otros que apostaban al estado de la opinión, que se configura a través de discursos, gestos, aplausos, voces y demostraciones de apoyo o de reproche, imperceptibles para el mejor de los analistas, habituado a trabajar con estadísticas, tendencias y comportamientos públicos. El caso es que ni los más perspicaces y mejor adiestrados en los rituales democratacristianos, pudieron anticipar la súbita dimisión indeclinable del presidente del partido.

Pizarro precipitó la crisis de la Democracia Cristiana, pero, al hacerlo, permitió a la colectividad elaborarla, remontarla, construir una salida legítima, oportuna y eficaz en el marco de la organización y de sus estatutos, y respetando las prácticas y tradiciones partidarias.

Más allá de las controversias, propias de una coyuntura incierta y, por ello, desconcertante, la solución consensuada cobró su mayor potencia y eficacia por el hecho de haber tenido lugar en la Junta Nacional, que es la máxima instancia de deliberación del partido. De esta manera, toda la colectividad pudo hacerse partícipe de la alternativa propuesta, y toda quedó comprometida con la nueva gestión, así como con las consecuencias buenas y malas que esta traerá consigo.

No es intrascendente que la militancia falangista se haya puesto detrás de la mesa encabezada por la senadora Carolina Goic en un partido que ha venido haciendo noticia por sus fuertes polémicas públicas. Y no es irrelevante la imagen de sus ex presidentes puestos de pie para proteger las espaldas de la flamante directiva. Probablemente, también lo habrían hecho Patricio Aylwin, Renán Fuentealba, Eduardo Frei, Alejandro Foxley y Enrique Krauss, ausentes en esta ocasión.

[cita tipo= «destaque»]El problema de las sociedades penetradas por la competencia salvaje intrínseca al neoliberalismo, es un problema moral. La inmoralidad de las injustas, y no menos violentas, estructuras económicas y sociales que genera, y, peor que esta, la inmoralidad de las estructuras políticas e institucionales que, incapaces de defenderse de la erosión corruptora y opresiva del robo legal, impiden el progreso de estas sociedades hacia su mayor bienestar y prosperidad.[/cita]

Se trata de algo más que una señal de orden y continuidad, lo que en sí mismo no es poco decir en un convulso ambiente político nacional que observa a diario el derrumbe de héroes y fortalezas. La Democracia Cristiana zanjó definiciones claves para su proyección política que deben ser aquilatadas con la debida serenidad de juicio.

Es crucial que, en contraste con el negativo balance que algunos le oponen a la proyección de la coalición de gobierno, la DC haya reconocido y reafirmado las transformaciones impulsadas por la Concertación y, ahora, por la Nueva Mayoría.

Es igualmente concluyente que, en respuesta a quienes pretenden ceder la nominación presidencial o aspiran a forjar alianzas con sectores de centro derecha, la Junta Nacional haya declarado su voluntad de presentar candidatura presidencial dentro del espacio político de centro izquierda. Y que, desde ya, el partido de la flecha roja haga explícita su decisión de movilizar los recursos técnicos e intelectuales a su haber, para generar propuestas de política pública que iluminen la campaña municipal y se proyecten en el próximo programa presidencial y en la oferta que le hará al país para liderar un nuevo gobierno de centro izquierda.

Pero, por sobre todo, es meritorio que la DC haya resuelto respaldar con firmeza la agenda sobre probidad y transparencia y las instituciones derivadas de ella. Es loable que el partido de Frei Montalva, tan evocado en esta oportunidad, se proponga asumir el liderazgo de las buenas prácticas políticas, y esté dispuesto a que se castigue con pena de cárcel y pérdida del escaño a quienes infrinjan gravemente las normas sobre gasto electoral, y a eliminar de sus plantillas de candidatos a quienes hayan incurrido en faltas a la probidad y a la ética pública.

El problema de las sociedades penetradas por la competencia salvaje intrínseca al neoliberalismo, es un problema moral. La inmoralidad de las injustas, y no menos violentas, estructuras económicas y sociales que genera, y, peor que esta, la inmoralidad de las estructuras políticas e institucionales que, incapaces de defenderse de la erosión corruptora y opresiva del robo legal, impiden el progreso de estas sociedades hacia su mayor bienestar y prosperidad. Por eso, que haya partidos de inspiración humanista, como la DC, capaces de reaccionar y de restablecer los valores y principios éticos que dignifican a las personas y comunidades, es un capital político que debería ser apreciado, sin mezquindades, como una riqueza de todo el país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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